Desde la época de Moisés, el concepto de ley es un elemento clave en la Biblia. Al representar más que meras reglas o pautas éticas, la ley divina se presenta como la estructura y el fundamento mismos de la existencia. Como dice el autor del Salmo 119: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. Tu mandamiento me hace más sabio que mis enemigos, porque siempre está conmigo. Tengo más comprensión que todos mis maestros, porque tus decretos son mi meditación. Comprendo más que los ancianos, porque guardo tus mandamientos” (versículos 97-100, New Revised Standard Version).
Los israelitas descubrieron que comprender y obedecer la ley divina vencía la desesperación y conducía a la prosperidad. La ley mosaica, incluidos los Diez Mandamientos, se consideraba una instrucción divina, cuya obediencia permitió a la nación judía florecer, incluso en tiempos de cautiverio y opresión. Por ejemplo, Daniel saltó a la fama en Babilonia a pesar del exilio a una tierra extranjera y los intentos maliciosos de los príncipes nativos de destruirlo. Esto demuestra que adherirse a la ley divina trasciende los desafíos terrenales.
Jesús avanzó preeminentemente en la comprensión de la ley de Dios y su sustancia espiritual. En el Evangelio de Mateo, afirma: “No piensen que he venido para abolir la Ley o los Profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir” (5:17, NRSV). Jesús vivió y enseñó una forma pura de ley, no contaminada por la tradición humana, que lo capacitó para sanar a los enfermos, reformar a los pecadores y resucitar a los muertos. Sus discípulos continuaron este trabajo, aprendiendo de él cómo aplicar la ley de todo el bien, de la armonía total, para sanar y elevar a otros. Esta ley de la Mente única e infinita, Dios, gobierna y controla el universo.
En su obra seminal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, explica con más detalle cómo practicar la ley divina. Por ejemplo, en una alegoría que compara la curación de una enfermedad potencialmente mortal con un juicio en la corte, ella desafía la noción de que hay alguna realidad o poder en la ley material. Como exclaman algunos personajes de la alegoría: “La ley de Cristo reemplaza nuestras leyes; sigamos a Cristo” (pág. 434). La alegoría continúa ilustrando el poder de la ley divina para producir la curación física.
Uno de los primeros estudiantes de la Ciencia Cristiana, Adam H. Dickey, escribió un artículo titulado “La ley de Dios que todo lo ajusta” (The Christian Science Journal, enero de 1916). En él, enfatiza la universalidad del Principio divino, afirmando que “hay una ley de Dios que se aplica a toda fase concebible de la existencia humana, y no existe situación ni condición que se presente en el pensamiento mortal que pueda estar fuera de la influencia directa de esta ley infinita. El efecto del funcionamiento de una ley es siempre el de corregir y gobernar, de armonizar y ajustar”.
La comprensión y la aplicación de la ley divina han traído una mejor salud, prosperidad y comodidad a mi vida. Experimenté una mejoría en la salud poco después de leer la alegoría antes mencionada y escuchar una grabación de audio del artículo de Dickey. Yo era un padre nuevo que vivía en un pequeño apartamento con mi esposa y nuestros gemelos recién nacidos. Otros miembros de la familia se estaban quedando con nosotros varias noches, y yo sufría de un resfriado, que incluía una congestión severa y un doloroso problema de oído.
Aunque temeroso y adolorido, sabía que la ley divina era lo suficientemente poderosa como para aliviar estas condiciones. Este conocimiento pronto disipó el temor. Esa noche, no pude dormir. Encontré un espacio tranquilo para sentarme y orar y decidí poner mis pensamientos de acuerdo con la ley divina a través de la oración hasta que se superaran las condiciones. Reflexioné sobre el Padre Nuestro y “la declaración científica del ser” (Ciencia y Salud, pág. 468). Oré toda la noche y, al amanecer, la ley divina estaba firmemente establecida en mi pensamiento. Tanto el problema de oído como el resfriado habían desaparecido. La ley de Dios había superado una supuesta ley de salud material que me habría sentenciado a la enfermedad y al sufrimiento.
Otro ejemplo de la ley divina que brinda consuelo fue durante la reciente instalación de paneles solares en nuestra casa. Estaba preocupado porque era un día inusualmente caluroso y húmedo, y no quería que los instaladores sufrieran debido al calor.
Habíamos establecido un área de enfriamiento en nuestro sótano y, a medida que el día se volvía más caluroso, mi esposa invitó a los trabajadores a tomar un refrigerio frío y almorzar. Pero sentí que podíamos hacer más. Recordé haber leído sobre un incidente destacado en Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition, de Yvonne Caché von Fettweis y Robert Townsend Warneck. La Sra. Eddy había señalado una ocasión en que sus oraciones habían revertido instantáneamente algunas condiciones climáticas amenazantes (véase pág. 261). Sabiendo que ni siquiera la llamada ley meteorológica era superior a la ley divina, oré para saber que los instaladores estaban trabajando en el “ambiente de divino Amor”, como dice un himno (H., Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 144). Mi esposa se unió a mí para orar por este proyecto.
Justo cuando el calor llegó al máximo del día, se juntaron algunas nubes inesperadas y se escuchó el sonido de un trueno. Una breve lluvia enfrió el área inmediata durante aproximadamente una hora, lo que permitió a los instaladores terminar su trabajo con mayor comodidad.
La ley divina, tal como se describe y demuestra en la Biblia y se practica en la Ciencia Cristiana, no es simplemente un conjunto de reglas, sino una fuerza activa y viva que trae curación, armonía y prosperidad. Ya sea que se entienda a través de las escrituras hebreas, las enseñanzas de Jesús o las experiencias individuales, la ley divina sigue siendo un poder siempre presente que satisface todas las necesidades humanas. A medida que reconocemos y aplicamos esto en nuestras propias vidas, nosotros también podemos experimentar la alegría y la transformación que provienen de conocer y vivir en consonancia con la autoridad del Principio divino.