En este momento de la historia, el mundo nos presenta muchos ejemplos de odio, desesperanza y aflicción. La imagen del sufrimiento humano y la injusticia parece intensa, y existe el peligro de alejarse por miedo o apatía. Pero tampoco es útil dejarse llevar por la marea de este punto de vista fundado en la creencia de que la existencia es material.
¿Qué debemos hacer?
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, nos animó a pensar de manera diferente sobre esta pregunta. Invirtió toda su energía en buscar la realidad espiritual, mirando a través de la imagen de un mundo basado en la materia para encontrar algo más profundo. Descubrió que la verdad espiritual no ofrece meras doctrinas y vagas esperanzas que alivian las decepciones humanas. Pone al descubierto que la realidad es concreta, es el Espíritu, el Principio divino, que ha creado al hombre y al universo espiritualmente, no materialmente, y gobierna esta creación armoniosamente a través de leyes espirituales. Y descubrió que reconocer y adherirse a estas leyes, que Cristo Jesús demostró plenamente, cambia la experiencia humana tanto hoy como lo hizo en su época.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy analiza estas leyes, y de una en particular afirma “… el progreso es la ley de Dios” (pág. 233).
¿Qué debemos entender con esto?
¿Se puede quebrantar una ley de Dios? Si es así, entonces Dios difícilmente sería Dios, el Espíritu que todo lo sabe y es todo acción. Una ley de Dios debe ser absoluta. Y si el progreso es la ley de Dios, entonces ¿no debe el progreso estar ocurriendo ininterrumpidamente, para siempre, en todas partes y todo el tiempo?
Eso puede parecer ingenuo para el pensamiento basado en la materia. Pero para el pensador espiritual, la única definición posible de progreso es la espiritualización, es decir, el proceso por el cual se pone de manifiesto que los conceptos materiales son falsos y se abandonan por la realidad espiritual.
Esto nos da una nueva y poderosa lente a través de la cual ver el mundo. Ya no vemos los sucesos como “cosas” bidimensionales que tienen significado y valor en sí mismas. Vemos lo que nos dicen sobre el flujo inevitable del mundo hacia una comprensión de la realidad espiritual: la ley del progreso.
Examinemos un ejemplo claro: el racismo. Dondequiera que se encuentre, la esclavitud es una forma indignante de maldad humana, y en los Estados Unidos, fue necesaria una guerra para abolirla constitucionalmente. No obstante, la prohibición de la esclavitud en 1865 no fue el fin del racismo en el país.
Después de la Guerra Civil, las llamadas leyes de Jim Crow en partes de los EE. UU. consagraron la supuesta superioridad de los estadounidenses blancos sobre los estadounidenses negros. Las formas más agresivas de este tipo de discriminación fueron vencidas por las leyes de los derechos civiles de la década de 1960. Pero eso tampoco acabó con el racismo. ¿Por qué? Porque el racismo no es una “cosa”. No se puede llevar a juicio ni a la cárcel. Es un concepto.
Aquí, comenzamos a ver la verdadera naturaleza del progreso. Se podría decir que a medida que avanzamos contra el mal, los desafíos se vuelven más claramente mentales porque eso es lo único que realmente eran para empezar. Las guerras y la legislación son menos que una opción porque no se puede destruir un concepto de esa manera. La única forma de destruir una creencia errónea es a través de la verdad espiritual.
La Sra. Eddy escribe: “La prudencia de la serpiente consiste en ocultarse. La sabiduría de Dios, tal como se revela en la Ciencia Cristiana, saca a la serpiente de su escondrijo, la subyuga, y le quita su aguijón” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 210). El mal sobrevive escondiéndose, y la destrucción del mal ocurre por la exposición, comenzando con los males más obvios y procediendo cada vez más profundamente, donde el mal es cada vez más mental.
El desafío al racismo que se necesita con urgencia hoy en día, entonces, no es una agenda política. La demanda esencial y divina es el progreso en la comprensión de la verdadera naturaleza espiritual de cada individuo. Desde ese punto de vista, reconocemos que todos tenemos el mismo valor y derechos bajo el gobierno del Amor divino, Dios. Pero debemos ir más allá: Debemos expresar genuinamente el amor de Dios. Si Dios nos ama a todos, entonces la ley espiritual exige que amemos a todos, con ese mismo amor y sin excepción.
En el Sermón del Monte, Jesús instruyó a sus seguidores a dar prioridad a arreglar las cosas con los demás en lugar de hacer una ofrenda en el templo, que en aquel entonces se consideraba uno de los actos de fe más santos (véase Mateo 5:21-25). En el mismo pasaje, aconseja expresar humildad hacia los demás en lugar de un sentido litigioso de lo correcto. Pablo lo explicó de esta manera: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10). Si amamos, la ley de igualdad y justicia se cumple naturalmente.
El mundo tratará de hacer que bajemos nuestra altitud espiritual por una opinión meramente política de un lado o del otro. Pero una verdadera comprensión del progreso nos obliga a mantener el curso espiritual, permitiendo que solo las observaciones y conclusiones espirituales se arraiguen en nuestro pensamiento.
A medida que hacemos esto cada vez más, comenzamos a darnos cuenta de que solo un conjunto de leyes gobierna el universo, desde las reuniones del consejo municipal hasta las acciones de las lunas de Júpiter. Y estas leyes son totalmente espirituales.
¿Cómo podemos comenzar a probar esto? La Sra. Eddy escribe: “Tú que sabes discernir el aspecto del cielo —la señal material— cuánto más deberías discernir la señal mental y lograr la destrucción del pecado y de la enfermedad, venciendo los pensamientos que los producen y comprendiendo la idea espiritual que los corrige y destruye” (Ciencia y Salud, pág. 233).
Pasamos mucho tiempo mirando las señales materiales, convirtiéndonos en “expertos” en leerlos. Sin embargo, cada detalle del ministerio de Jesús nos exhorta a hacer lo contrario: vigilar constantemente nuestro pensamiento para asegurarnos de que estamos invirtiendo en el Espíritu, no en la engañosa imagen material. Cuando muchos de los discípulos encontraron que sus enseñanzas eran demasiado difíciles de aceptar, él no retrocedió, sino que redobló su doctrina, al decir: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha” (Juan 6:63). Jesús podría haber preguntado: ¿Hay algo en lo que pensar que no sea en el Espíritu?
Para progresar al máximo, todas nuestras energías deben dedicarse a espiritualizar el pensamiento. Todo pensamiento que no comience con una visión divinamente inspirada de la existencia es incorrecto, infructuoso y no tiene valor alguno. Solo cuando comenzamos con una visión divina del universo —y nos quedamos allí— cambiamos la ecuación de la acción. “Uno solo del lado de Dios es mayoría”, declaración atribuida a Wendell Phillips, se cita más de una vez en los escritos de la Sra. Eddy.
Para mí, esta ha sido la bendición de ser Científico Cristiano y periodista.
Ya sea en Afganistán o en Estados Unidos, mi trabajo nunca ha sido una lucha contra el desaliento o el miedo. En muchos sentidos, ha sido lo contrario. Casi dondequiera que miro, veo oportunidades increíbles para el progreso y la inevitable marcha de la humanidad hacia la luz.
En un sermón llamado La idea que los hombres tienen acerca de Dios, la Sra. Eddy afirma: “Cada paso de progreso es un paso más espiritual. El gran elemento de la reforma no nace de la sabiduría humana; su vida no deriva de las organizaciones humanas; más bien es el desmoronamiento de elementos materiales que se van apartando de la razón; la traslación de la ley a su lenguaje original, — la Mente, y la unidad final entre el hombre y Dios” (pág. 1).
A medida que cambiamos nuestros puntos de vista de la oscuridad a la luz, nos convertimos en la guardia avanzada del progreso humano, ayudando al mundo a moverse, no a la izquierda o a la derecha, sino con alegría y confianza hacia arriba.