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La llegada del nuevo año y sus bendiciones

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 29 de diciembre de 2025


En los últimos días de 2023, comencé a pensar en todo lo que había sucedido ese año. En ese momento, estaba visitando Japón con mi familia y algunos amigos. Habíamos tenido muchas experiencias nuevas en un país muy diferente al nuestro.

Aunque disfrutaba de mis vacaciones, me sentí un poco triste cuando reflexioné sobre algunos errores que creí haber cometido a lo largo del año. Entonces, a veces, mientras paseaba, lo que quería era volver al hotel y llorar.

Como Científico Cristiano, estoy acostumbrado a recurrir a Dios en oración para hacer frente a cualquier situación adversa. Y en esa ocasión, busqué inspiración de Dios para superar esta tristeza. Como nos acercábamos a la llegada del nuevo año, busqué en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy, el significado espiritual de la palabra año. En el Glosario dice: “Año. Una medida solar de tiempo; mortalidad; espacio para el arrepentimiento.

“Para con el Señor un día es como mil años” (2 Pedro 3:8).

“Un momento de consciencia divina, o la comprensión espiri­tual de la Vida y el Amor, es un goce anticipado de la eternidad” (pág. 598).

En ese momento, me di cuenta de que la llegada del nuevo año podría representar para mí una oportunidad para arrepentirme, o, en otras palabras, un cambio completo en mi forma de pensar. En lugar de culparme por ciertos errores cometidos en el pasado, pude dejar de lado la creencia en el pecado o cualquier sentido de tener una identidad distinta a la imagen y semejanza de Dios, el Espíritu. En esta semejanza espiritual, no hay pecado ni error. 

Me vino a la mente este pasaje bíblico: “Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38, 39). También reflexioné sobre el hecho de que en Dios “vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28). Estas ideas comenzaron a sanar mi pensamiento y pude continuar mi viaje sintiéndome más ligero.

En la víspera de Año Nuevo, tuvimos una cena donde muchas personas se divirtieron y disfrutaron de la ocasión con familiares y amigos. Pero yo todavía no me sentía completamente feliz.

Al día siguiente, mientras visitábamos un parque en las afueras de Tokio, recibimos una alerta de terremoto en nuestros teléfonos celulares. Pero no nos dimos cuenta de que sucedería de inmediato hasta que un empleado del parque corrió hacia nosotros y nos dijo de modo apremiante que debíamos agacharnos y ponernos las manos en la cabeza. En cuestión de segundos, sentimos que el suelo temblaba. 

Lo primero que pensé fue que Dios es Todo-en-todo, por lo que estábamos a salvo. Mientras oraba, me di cuenta de que nada podía sacudirnos porque en Dios “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). Puesto que Dios es Todo e inmutable, Él estaba presente en ese momento, cuidando de todos Sus hijos.

Todas estas ideas comenzaron a calmar mi pensamiento. Entonces mi hijo mayor, que asiste a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y es miembro de nuestra iglesia filial, me dijo: “¡Dios es omnipotente y omnipresente!”.  Dicho de otro modo, Dios tiene todo el poder y es la única presencia. Sus palabras tuvieron un efecto fuerte en mí, especialmente porque no me había sentido muy bien durante los días anteriores. En ese momento sentí que realmente había despertado a la única realidad: ¡que Dios es Todo!

Ser consciente de que Dios, el bien, es Todo-en-todo me hizo razonar: “Si el bien es todo, ¿dónde podía estar el mal? ¿Dónde podía estar la tristeza? ¿Dónde podía estar el dolor? ¿Dónde podía estar la agitación mental?”. Me di cuenta de que en la totalidad de Dios no podía haber espacio para nada desemejante a Él. Por lo tanto, la existencia de un problema que pudiera quitarme la alegría era imposible.

Nos sentamos en el suelo durante unos treinta minutos, esperando que dejara de temblar por completo. Esto fue suficiente para mí como para reflexionar en oración acerca de esta verdad y sentirme completamente sanado y libre de tristeza y opresión.

Descubrí que, como escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, “... todo lo que bendice a uno bendice a todos...” (pág. 206). Nadie en mi familia o a nuestro alrededor resultó herido. El parque continuó con sus actividades normales sin ningún daño.

Como estudiantes de la Ciencia Cristiana comprendemos que la Vida es Dios, que la Vida es eterna y que este sentido de eternidad se despliega en nuestro pensamiento día a día.

Estoy muy agradecido por la Ciencia Cristiana y por esta experiencia, que me dio la oportunidad de reconocer la presencia de Dios incluso en medio de ese terremoto y confusión mental. ¡Encontré paz y mi corazón permanece lleno de alegría!

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