La curación más significativa que he tenido en los últimos años es la restauración de mi relación armoniosa con uno de mis hermanos, una relación que estuvo destruida durante diez años. Cuando mis dos hermanos y yo íbamos a heredar la mitad de un dúplex y el jardín circundante, el contacto con uno de los hermanos se volvió tan polémico que a mi otro hermano y a mí nos impidieron legalmente comunicarnos con él de forma directa. La tensa relación surgió porque él quería que se le pagara de inmediato su parte de la herencia, a pesar de que no se había tomado ninguna decisión sobre cómo íbamos a manejarla o cuándo se podía considerar la venta.
Encontré una guía inspiradora en la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo y su regreso a casa (véase Lucas 15:11-32). Así como el padre nunca abandonó al hijo que se creía perdido, durante todos esos años yo, como hermana, no renunciaba a mi conexión divinamente establecida con mi hermano, incluso si no era posible conectarme con él por teléfono o carta.
También era cierto que él seguía siendo hijo de Dios. Los cambios negativos no pertenecían a Dios ni a Su expresión. Yo sabía gracias a mi estudio de la Ciencia Cristiana que esta expresión divina de Dios nos incluye a cada uno de nosotros.