Hace unos años, una significativa curación me liberó por completo de una afección inflamatoria crónica. Si bien la curación no sucedió de la noche a la mañana, recuerdo que apreciaba la convicción de que algún día compartiría este testimonio con otros, lo cual era profundamente alentador.
Una noche, incapaz de sentirme cómoda, caminé de un lado a otro, recurriendo a Dios en oración. Desperté a mi esposo, quien abrió el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy, y comenzó a leerme en voz alta. Escuchar esas verdades tan conocidas basadas en las leyes de Dios que nos gobiernan, que nos dan salud y energía, me trajo paz de inmediato. El dolor se disipó y ambos volvimos a dormir. Me desperté de nuevo unas horas más tarde y luego volví a dormir después de que mi esposo leyera en voz alta otras declaraciones reconfortantes del libro de texto.
Por la mañana, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que orara por mí, con lo que ella estuvo de acuerdo con mucho amor. Aunque el patrón de sentir incomodidad y luego alivio continuó durante algún tiempo, oré con persistencia y hablé con la practicista a diario, confiando en esta promesa de la ayuda de Dios: “En el día de mi angustia te llamaré, porque tú me respondes” (Salmo 86:7).
Las noches eran todo un desafío. Una noche, alrededor de las 3 de la mañana, no pude dormir y mi esposo sugirió que llamara a la practicista. Me opuse, diciendo que no quería despertarla. Con una sonrisa, leyó este consejo de Ciencia y Salud: “Si los estudiantes no se sanan prontamente a sí mismos, deberían acudir sin demora a un Científico Cristiano experimentado para que los ayude” (pág. 420). “Es temprano”, dijo. “Deberías llamar”. Me reí, luego llamé y encontré alivio.
Cuando volví a hablar con la practicista al día siguiente, admití algo que había tenido miedo de compartir porque pensé que podría sonar tonto: me había vuelto temerosa de la noche. Sin inmutarse, ella respondió con tanta alegría y compasión que me liberó del miedo hipnótico que me embargaba y me permitió sentir la presencia y la bondad de Dios.
También terminó siendo un punto decisivo en la curación. A partir de ese momento, ya no tuve miedo. En las semanas que siguieron, estudié la Biblia, así como Ciencia y Salud y otros escritos de la Sra. Eddy y me sentí especialmente reconfortada por los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Mi comprensión de Dios y de mi perfección como Su reflejo se fortalecía y ampliaba diariamente. La Biblia dice: “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26), y yo estaba expresando un mayor dominio al persistir en la verdad en lugar de albergar pensamientos inútiles, como “¿Cuándo terminará esto?” y “¿Por qué está sucediendo esto?”.
Esta persistencia, junto con las alentadoras oraciones diarias de la practicista, espiritualizó el pensamiento y llevó a que me liberara. La inmovilidad y el dolor desaparecieron, para nunca más volver.
Durante este tiempo, no era consciente de cómo estaba cambiando como persona, pero en los meses y años posteriores a la curación, dos cosas quedaron claras. Primero, había sido sanada de un falso sentido de control personal. Un deseo natural de hacer las cosas de la manera “correcta” se había transformado en querer que las cosas se hicieran a mi manera, incluso algo tan trivial cómo cargar el lavavajillas. Esta tendencia a controlar desapareció por completo, cumpliendo esta promesa: “Un poco más de gracia, un móvil purificado, unas pocas verdades dichas con ternura, un corazón más suave, un carácter subyugado, una vida consagrada, restaurarían la acción correcta del mecanismo mental, y revelarían el movimiento de cuerpo y alma en consonancia con Dios” (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 354).
En segundo lugar, aprendí la importancia de ser persistente. Día tras día, elegí confiar en Dios, creer en las verdades espirituales que Él estaba impartiendo en lugar de las pretensiones de los sentidos materiales de que tenía un problema físico. Una y otra vez, afirmaba que yo era una idea espiritual de la Mente divina, Dios, y que era pura y perfecta, y cuanto más no solo creía, sino que también comprendía esto, más sólida y tranquila me sentía.
Nunca podré expresar suficiente gratitud por la Sra. Eddy, por su descubrimiento de la Ciencia Cristiana y por lo que su libro de texto nos enseña sobre el poder y la presencia de nuestro Padre-Madre Dios. Es un privilegio para mí presentar este testimonio como verificación de la eficacia de la Ciencia Cristiana.
Jennifer McLaughlin
Boston, Massachusetts, EE.UU.
