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Para jóvenes

Practicar la Ciencia Cristiana me salvó la vida

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 24 de febrero de 2025


Era un miércoles por la noche, y los otros jóvenes Científicos Cristianos del grupo de adolescentes del que formaba parte habían decidido asistir a la reunión vespertina de testimonios en la iglesia. Mi reacción no fue entusiasta. Pero fui porque... había una chica que me interesaba. Mientras soñaba despierto a través de las lecturas de la Biblia y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, durante la primera mitad de la reunión, algo de repente llamó mi atención.

Era la historia de David y Goliat: el pastorcito con su honda y unas pocas piedras contra el gigante. Me estaba imaginando a este enorme guerrero con su armadura y su lanza cuando, de repente, esa imagen desapareció, y en su lugar había un letrero de neón vertical de color rojo brillante que decía: P R O B L E M A. Casi al instante, una roca se estrelló contra el letrero y explotó en un millón de pedazos.

Uau. Recibí a David y a Goliat de una manera totalmente nueva. Esta no era la historia sobre un chico pequeño y bueno que vencía a un chico grande y malo. Esta era la historia de todos sobre cómo la “roca” (la verdad) destruye una mentira. 

Comprender esto me cambió la vida. Comencé a leer con regularidad la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, y a buscar en las historias bíblicas las lecciones sutiles que anteriormente me había perdido. En lugar de limitarme a seguir los movimientos, pensaba en las ideas que estaba aprendiendo y las ponía en práctica.

Avancemos unos diez años. Era un día nublado de otoño, y un amigo me invitó a ir con él a la cabaña de su familia para ir a esquiar en el agua por última vez. Acepté la invitación y pronto estaba recorriendo el lago prácticamente desierto.

En un momento dado, decidí que iba a “saltar la estela”. Nunca antes había probado este truco, y esta era mi última oportunidad antes del invierno. Esto fue en una época en que muchos esquiadores más jóvenes no usaban chalecos salvavidas y no había un observador en el bote. Después de todo, éramos jóvenes y nos sentíamos invencibles.

Hice un giro amplio y salí volando hacia la estela. Me levanté en el aire y, justo en ese momento, mi compañero giró el bote, haciéndome perder el equilibrio. Me estrellé a toda velocidad en el agua. El impacto fue tan fuerte que, por unos momentos, quedé inconsciente.

Cuando volví en mí, estaba debajo del agua y completamente desorientado. Con el cielo gris sobre mi cabeza, no podía decir qué dirección era hacia arriba. Empecé a nadar frenéticamente; no había tenido tiempo para tomar aire antes del impacto.  

De repente, escuché un grito: “¡Alto!”. A pesar de que estaba a punto de ahogarme, la conmoción de escuchar eso me congeló. No me moví, y entonces sentí que mi flotabilidad natural me levantaba. Había estado nadando hacia abajo. Giré la cabeza y pude ver la superficie más clara. Pateé y remé con todo lo que tenía y rompí el agua justo cuando un jadeo involuntario obligó a mi boca a abrirse para respirar. Un segundo más y habría tenido los pulmones llenos de agua.

Miré a mi alrededor y vi que mi amigo estaba dando vueltas a unos cincuenta metros de distancia, sin tener ni idea de dónde yo estaba.

Para citar a la Sra. Eddy: “Dios mediante Su gracia me había estado preparando...” (Ciencia y Salud, pág. 107). Mis años de estudiar la Ciencia Cristiana, ponerla en práctica a diario y saber que el cuidado de Dios por mí era absoluto, culminaron en este momento salvador de vidas de escuchar a Dios y saber obedecer al instante. 

A lo largo de mi vida he enfrentado otros cinco momentos de “vida o muerte”, pero nuestro Padre amoroso ha estado allí como el Principio protector en cada oportunidad. Estoy muy agradecido, no solo por las veces que me han salvado la vida, sino también por el maravilloso gozo que he encontrado como estudiante de la Ciencia Cristiana.

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