Nunca hay un buen momento para estar mal; sin embargo, una sensación particular de temor me embargó cuando las náuseas se apoderaron de mí y empeoraron rápidamente un sábado por la noche. Mi esposo debía cumplir con su servicio mensual de la Guardia Nacional al día siguiente, y yo sería responsable de cuidar de nuestros tres hijos pequeños sola en casa. No podía imaginar cómo me las arreglaría.
Abrumada por los síntomas, llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera un tratamiento metafísico. Agradecí por su tranquila seguridad de que yo no estaba sola y que ella comenzaría a orar de inmediato.
Esa simple certeza de que no estaba sola reprendió mi temor a ser la fuente de la curación, la felicidad de nuestros hijos y la armonía de nuestra familia. Sentí que la frustración por la pendiente ausencia de mi esposo daba paso a la gratitud por su dedicado servicio y su desinteresado sentido de la vocación.
Aunque los síntomas no disminuyeron en ese momento, supe que estaba en el camino correcto. A la mañana siguiente, mi esposo amorosamente se tomó el día libre de sus responsabilidades fuera de casa y se dedicó a cuidar de nuestros hijos y de mí. Yo progresé mucho y al final del día estaba completamente sana.
Sin embargo, durante los días siguientes, otros miembros de la familia, uno por uno, comenzaron a sentirse mal con los mismos síntomas que yo había tenido. Nuestro hijo menor era bastante pequeño en aquel entonces, y yo estaba muy preocupada por la posibilidad de que se enfermara.
Aunque comúnmente se cree que el contagio es un hecho inevitable de la vida, mi experiencia como Científica Cristiana me ha enseñado que el contagio no es físico, sino mental y es el resultado del temor y una sensación de impotencia. La confianza en la omnipotencia y omnipresencia de Dios, el Espíritu, nos da la autoridad espiritual para silenciar el miedo y vencer la creencia de que la enfermedad es real y puede ser contagiosa. Al cuidar de nuestra familia, oré para sentir esa confianza espiritual.
Entonces tuve un pensamiento sorprendente: “Esta no es una casa de enfermedades contagiosas; es una casa de curación contagiosa”. Esto me recordó que todos los hijos de Dios son totalmente espirituales, creados por Dios, buenos, con el propósito de expresar amor, salud y otras cualidades del Espíritu. Por lo tanto, nuestra familia solo podía compartir el bien unos con otros y ser bendecidos por el amor de nuestra familia.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribió: “Los buenos pensamientos son una armadura impenetrable; revestidos con ellos estáis completamente protegidos contra los ataques de toda clase de error. Y no sólo vosotros estáis a salvo, sino que todos aquellos en quienes reposan vuestros pensamientos también son por ello beneficiados” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 210). Los buenos pensamientos —los pensamientos que provienen de Dios, de la Verdad y que están respaldados por la ley divina— se comparten libremente y nos protegen y bendicen no solo a nosotros, sino también a aquellos con quienes nos encontramos.
Ese fue el fin de la enfermedad. Los demás miembros de la familia se sanaron rápidamente y volvieron a sus actividades normales con toda su fuerza. Y nuestro hijo menor permaneció completamente sano, a pesar de haber pasado mucho tiempo en contacto con los que habían estado enfermos.
Estoy verdaderamente agradecida por la autoridad espiritual obtenida a través del estudio de la Ciencia Cristiana y por las muchas bendiciones recibidas al practicar esta Ciencia en la crianza de una familia.
Inge Schmidt
Elsah, Illinois, EE.UU.
Inge parecía realmente aliviada cuando pude quedarme en casa en lugar de servir en la Guardia Nacional el domingo para cuidarla a ella y a los niños. Sentí que esto era para ella una confirmación de la verdad espiritual de que nunca está sola; no porque yo pudiera estar con ella, sino porque era una evidencia del hecho de que Dios siempre la cuida, y que la razón para quedarme en casa era la expresión de ese cuidado espiritual ese día. También le dio más oportunidades de concentrarse en encontrar su unidad con Dios y liberarse de la enfermedad, lo cual hizo, y todos lo hicimos, tal como ella lo ha relatado.
Roger Gordon