Una noche, mientras acampábamos en la frontera norte del Gran Cañón, mi madre y yo nos vimos atrapadas en una feroz tormenta eléctrica. La intensidad no se parecía a nada que hubiéramos experimentado, y teníamos miedo de que los árboles cayeran sobre la carpa o de que el viento la derribara con nosotros dentro. Debido a nuestra gran elevación, parecía que estábamos en el corazón de la tormenta y no había ningún lugar al que pudiéramos ir. Aunque nos sentíamos atrapadas y asustadas, nos dimos cuenta de que todavía había algo que podíamos hacer: orar.
En otras situaciones, cuando he sentido un miedo paralizante y he recurrido a Dios en busca de ayuda, siempre me he liberado del temor. He aprendido que Dios, que es el Amor, está allí mismo con nosotros. Todo lo que tenemos que hacer es volvernos hacia esta verdad y abrazarla y dejar que ahuyente las oscuras tormentas del miedo. Esto ciertamente fue un desafío esa noche, pero ambas nos volvimos diligentemente a Dios y oramos.
Me vinieron a la mente estas palabras de la Biblia acerca de Dios: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera” (Isaías 26:3). Me pregunté: ¿Qué es la paz perfecta? ¿Cómo puedo sentirla en medio de esta tormenta? ¿Qué significa tener una mente fija en Dios?
Me di cuenta de que la paz perfecta es un sentimiento de absoluta calma y completa confianza que proviene de la comprensión de que solo el bien está presente porque Dios es Todo y siempre está con nosotros. Él jamás está fuera de servicio. La paz perfecta proviene de confiar en Dios, no de nuestro sentido personal de las cosas. Viene de ser testigos de la armonía de Dios en nosotros mismos y en nuestro mundo, porque la presencia eterna de Dios significa que la armonía está siempre presente.
Podemos experimentar esta paz perfecta al aprender más acerca de Dios y nuestra relación con Él y mantenernos enfocados en eso. En esto consiste mantener nuestra mente, nuestros pensamientos, es decir, perseverar “en Ti”. Podemos alejarnos mentalmente del ruido y el drama, ya sea literal o figurado, que pintan un cuadro de algo que no es la bondad de Dios. En cambio, podemos aferrarnos a la realidad del bien y apegarnos a ella.
Allí mismo en medio de esa tormenta, canté en voz alta este verso del Himno 148 del Himnario de la Ciencia Cristiana:
No teme cambios mi alma
si mora en santo Amor;
segura es tal confianza,
no hay cambios para Dios.
Si ruge la tormenta
o sufre el corazón,
mi pecho no se arredra,
pues cerca está el Señor.
(Anna L. Waring, alt.)
Envolví mentalmente a mi mamá y a mí en el amor de Dios y dije de todo corazón: “No, no tengo miedo. ¡La tormenta puede rugir a nuestro alrededor y sin nosotras! La presencia amorosa de Dios nos rodea por completo”.
Sabía y sentía que Dios estaba allí con nosotras. Recordé el concepto del Salmo noventa y uno de la Biblia sobre encontrar refugio y protección bajo las alas del Todopoderoso, y me imaginé la presencia de Dios como un escudo justo encima de nosotras. Reconocí que Dios era el único poder y sentí la paz prometida en estas oraciones.
La tormenta pasó, y a la mañana siguiente, aunque nuestra carpa estaba rodeada de profundos charcos de agua y montones de enormes ramas, nosotras estábamos completamente secas e ilesas.
Los residentes locales dijeron que no había habido una tormenta tan severa en el área en más de cien años, y expresaron gran preocupación de que hubiéramos estado en ella. Les aseguramos que habíamos estado perfectamente a salvo porque sabíamos que Dios estaba con nosotras.
Durante los días siguientes, vimos numerosos deslizamientos de carreteras y cierres de instalaciones causados por la tormenta. Pero no escuchamos informes de ningún herido. Seguimos agradecidas por las verdades y la protección divina que sentimos con tanta fuerza esa noche, por nosotras y por todos los demás. Recurrir a Dios y comprender Su presencia y poder había ahuyentado nuestro temor y lo había reemplazado con una convicción más profunda de Su fuerte protección y con una paz perfecta.
Estoy agradecida de todo corazón por nuestro Padre-Madre Dios, por la eficacia de la oración y por la perfecta paz que es nuestro estado natural y derecho divino, pase lo que pase.