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Sobre querer (y no querer) … trabajar

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 2 de junio de 2025

Apareció primero el 2 de junio de 2025 como original para la Web.


Un popular libro para niños de Janell Cannon, Stellaluna, cuenta la historia de una cría de murciélago de la fruta a la que separan de su madre y es criada inicialmente por pájaros. A Stellaluna le resulta difícil vivir como un pájaro: comer insectos en lugar de frutas, dormir en un nido en lugar de colgarse boca abajo de la rama de un árbol y volar durante el día en lugar de por la noche. Pero un día, Stellaluna se encuentra con otro murciélago, quien amablemente le señala que Stellaluna no es, de hecho, un pájaro, sino un murciélago. A Stellaluna se le muestra cómo vivir como un murciélago, y todo cambia. Stellaluna renuncia a tratar de realizar el trabajo del día siendo algo que no es. Vuelve la alegría. La vida tiene sentido.

Cuando se trata de nuestro propio trabajo de curación y nuestro enfoque sobre la iglesia en la Ciencia Cristiana, ¿sabemos quiénes somos? ¿O a veces lo abordamos como un murciélago que se esfuerza mucho por ser un pájaro? En otras palabras, ¿hemos aceptado la suposición de que somos mortales con problemas que vivimos en situaciones difíciles, con medios insuficientes para mejorar las cosas? Si es así, entonces el trabajo metafísico parecerá duro y desalentador, por no decir agotador.

Tratar de hacer trabajo espiritual partiendo de la creencia de que la vida y la inteligencia están en la materia es como tratar de comer un plato de sopa con un tenedor. Es posible que obtengas lo suficiente como para probar el gusto del caldo, pero la perspectiva de nutrirse con la sopa, y mucho menos de llegar al fondo del tazón, se vuelve más desalentadora que algo para saborear.

Stellaluna estaba tan rodeada de pájaros que pensó que se suponía que debía hacer las cosas como ellos las hacían. ¿Nos hemos dejado sumergir tanto en el sentido convencional y mortal de la vida que estamos aceptando una visión aburrida, rutinaria y a menudo entorpecedora del espíritu de lo que significa adorar a Dios y participar en la iglesia? Si es así, entonces es hora de despertar.

El descubrimiento de la Ciencia Cristiana consiste en abrir nuestros ojos al hecho de que Dios es verdaderamente la Vida, la Verdad y el Amor infinitos, y que el ser real del hombre está hecho de santidad, armonía, inmortalidad, sin ninguna mancha de la materia. Cuando Mary Baker Eddy escribió Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, y luego fundó una iglesia que estaba “destinada a conmemorar la palabra y las obras de nuestro Maestro, la cual habría de restablecer el Cristianismo primitivo y su perdido elemento de curación” (Manual de La Iglesia Madre, pág. 17), fue con un propósito nada menor que el de salvar a la humanidad del pecado y la enfermedad.  

Entonces, ¿por qué a veces parece tan difícil hacer el trabajo mental que sabemos que deberíamos hacer? Porque siempre que aceptamos un sentido material de la vida, significa que nos hemos dormido ante lo que realmente somos como la manifestación espiritual de la presencia y el poder de Dios. Es posible que necesitemos reunir toda nuestra fuerza enfocada en esos momentos para salpicar un poco de agua fría en nuestra cara, por así decirlo, para que despertemos espiritualmente.

El trabajo en esos momentos es alejarse conscientemente de lo que sea que un sentido material de las cosas esté gritando, y escuchar atentamente la voz más tranquila, pero más poderosa, del Cristo; que habla espiritualmente al lugar más profundo de nuestro ser y nos dice quiénes somos realmente y cómo debemos vivir con alegría en el amor de Dios. ¿No nos damos cuenta todos de que queremos esforzarnos cuando se trata de ser quienes debemos ser? No nos cansamos de eso.

El Evangelio de Mateo habla de un momento en el ministerio de Jesús en el que había subido a la ladera de un monte y compartido muchas de sus enseñanzas fundamentales a una gran multitud que lo había seguido hasta allí. Después de que terminó de impartir lo que hoy se conoce como el “Sermón del Monte”, sería razonable concluir que había trabajado un día completo y merecía un poco de descanso. Pero algo interesante sucedió mientras descendía: Un hombre con una enfermedad cutánea grave y sumamente contagiosa se arrodilló frente a él y le dijo: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús puso su mano sobre el leproso y dijo: “Claro que quiero. ¡Sé limpio!” (Mateo 8:2, 3, J. B. Phillips, The New Testament in Modern English). La Biblia nos asegura que el hombre fue sanado de inmediato de su enfermedad.

La buena noticia es que este tipo de curación todavía está disponible hoy en día. Ciencia y Salud es el libro de texto completo para mostrarnos cómo no perder de vista quiénes somos como imagen y semejanza de Dios. Todo lo que se nos exige es que estemos dispuestos a no dejar las ideas que leemos en la página, sino que las llevemos en nuestros corazones; que comprendamos que lo que leemos sobre Dios y el hombre define verdaderamente quiénes somos nosotros y cuál es nuestra relación con el Espíritu.

Esto nos empodera para darnos cuenta de que ya no debemos ninguna lealtad o consentimiento a ninguna evaluación material de la vida que nos ha estado agobiando y haciendo que esta sea difícil. Cuando llegamos al mensaje de Ciencia y Salud, hambrientos de algo más elevado y más real que la materia finita, descubrimos que nacimos de nuevo, nacimos del Espíritu, tal como Jesús nos dijo que debemos ser.

Después de que a un paciente con tuberculosis le dijeran que solo le quedaban unas pocas semanas, o a lo sumo meses, de vida, comenzó a leer Ciencia y Salud. Nueve años más tarde escribió: “sería difícil encontrar una persona más sana de lo que yo soy ahora” (Ciencia y Salud, pág. 624). Y agregó: “Desde un principio pensé que era algo que yo siempre había creído, pero que no había sabido expresar, —parecía una cosa muy natural—” (pág. 625). Era como si a Stellaluna le dijeran quién era realmente y por qué podía vivir una vida completamente diferente a la vida con la que había estado luchando.

Otra persona que había padecido una enfermedad durante veinte años descubrió que todo desapareció, sin ningún esfuerzo particular de su parte, cuando comenzó a leer Ciencia y Salud (véase Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883-1896, págs. 427-428). Al describir la curación, escribió: “El porqué, no podía explicármelo, pero esto sí sabía, que en este reino de lo real hallé gozo, paz, descanso, amor hacia todos, incomparable, sin límites”.

Este año se cumplen 150 años de publicación ininterrumpida de Ciencia y Salud. También marca 150 años de personas sanadas por su mensaje. Para aquellos que se preguntan si Dios responde a las oraciones para sanar, Ciencia y Salud expresa la ley de Dios con el “Por supuesto que quiero” de hoy.

La pregunta que queda por responder es, en conmemoración del 150 aniversario del libro de texto de la Ciencia Cristiana, ¿qué edición especial debería producirse para la ocasión? ¿No podría la respuesta ser... nosotros? ¿Y si abrimos nuestro corazón para ser esa celebración conmemorativa de Ciencia y Salud? Eso puede significar que lo leemos con hambre renovada este año. Eso puede significar que nos preocupamos tanto por satisfacer las necesidades de curación de los demás que buscamos formas de compartirlo.

Una cosa es segura, ninguna cantidad de esfuerzo exclusivamente humano puede hacer que realmente ganemos lo que Dios ya nos ha dado libremente a través de la gracia. Ya somos los hijos de Dios. No queremos perder el tiempo tratando de ser una mejor versión de algo que nunca fuimos; como tampoco un murciélago debería persistir en tratar de ser un pájaro. Pero si realmente somos hijos de Dios, hechos a imagen y semejanza de Dios, entonces queremos dar todo lo que tenemos para comprenderlo.

Cuando lo hagamos, sentiremos la energía y la alegría de participar con entusiasmo en el tema de este año de la Asamblea Anual de La Iglesia Madre: “A medida que trabajáis, los tiempos adelantan”. Esto proviene de una conmovedora carta que la Sra. Eddy escribió a una iglesia en Atlanta en el momento de la dedicación de su edificio. Ella les aseguró, a ellos y a nosotros: “A medida que trabajáis, los tiempos adelantan; porque la majestad de la Ciencia Cristiana enseña la majestad del hombre” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 188).

Es hora de ponerse a trabajar, y hacerlo con la energía natural y revitalizada del mensaje de Cristo: “Por supuesto que quiero”.

Scott Preller
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana

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