Mi primera carrera fue trabajar en un campo de atención a la salud basado en la ciencia médica. Me encantaba este trabajo y me sentí guiada a dedicarme a él porque deseaba ayudar a las personas.
Además, cuando era adolescente, me había comprometido a ser una cristiana practicante. Al llegar a la edad adulta, exploré varias denominaciones cristianas para comprender cómo se podían practicar las obras de curación de Jesús en la actualidad. Cuando tenía veinte y tantos años, me dieron a conocer la Ciencia Cristiana y descubrí que tenía las respuestas que había estado buscando.
Comencé mi estudio con lo absolutamente básico, y hallé que los testimonios en las publicaciones periódicas eran lo que más podía entender en aquel momento de esta Ciencia del Cristo y su revelación de la omnipotencia —el poder sanador— de Dios, el Amor divino. Como con todas las cosas en la vida, necesitamos aprender lo básico antes de poder avanzar hacia una comprensión y demostración más elevadas. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, al hablar de Cristo Jesús como nuestro Modelo, escribe: “Él no exige que se dé el último paso antes que el primero” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 217).
A medida que continuaba estudiando durante los siguientes años, me convencí cada vez más de la verdad que la Ciencia Cristiana saca a la luz y su practicidad. Esto me llevó a sentir un conflicto muy grande cuando trabajaba en un importante hospital universitario. Sabía que los dedicados trabajadores del hospital actuaban de acuerdo con su más elevado sentido de lo que era correcto al cuidar a sus pacientes. Pero para mí, la premisa de que la vida está sujeta a la enfermedad no encajaba con lo que estaba aprendiendo acerca de Dios como la única causa y el creador de todo lo “bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
En aquel entonces, yo tenía una familia joven que requería mucho mi contribución financiera y, debido a la naturaleza altamente especializada de mi actividad, no podía pasar fácilmente a otra área de trabajo. Busqué la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana para lidiar con la incertidumbre que sentía cada vez que entraba al hospital. Ella me animó, esencialmente, a hacer mi más elevado sentido de lo que es correcto en cualquier trabajo que tuviera que realizar. Estaba agradecida de que la practicista no expresara absolutamente ninguna condena por el lugar en el que yo trabajaba. Su consejo me recuerda a Jesús cuando buscó ser bautizado. Cuando Juan el Bautista dijo que era Jesús quien debía bautizarlo, y no al revés, Jesús respondió: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia” (Mateo 3:15).
No mucho después de mi llamada a la practicista, recibí un mensaje claro de Dios de que mi propósito era amar a todos los pacientes a los que atendía. Independientemente del diagnóstico o pronóstico registrado, podía saber que no era cierto acerca de la creación perfecta y espiritual de Dios. Con esta nueva percepción de mi propósito de amar, la sensación de un conflicto interior desapareció por completo.
Llegué a comprender más plenamente que Dios es omnipresente, por lo que yo no podía estar fuera de la presencia del Amor, tanto en un hospital como en cualquier otro lugar, y tampoco mis pacientes. Me di cuenta de que este cambio en mi actitud reflejaba más claramente el amor de Dios debido a la frecuencia con que ellos me expresaban su agradecimiento.
No mucho tiempo después de esto, pude hacer un inesperado cambio de carrera del entorno clínico a un puesto académico; lo cual fue aún más notable porque en ese momento no tenía todas las calificaciones necesarias para el nuevo puesto. Y durante los siguientes 15 años, a medida que me comprometía cada vez más con la Ciencia Cristiana, se iba abriendo el camino para un nuevo puesto académico completamente fuera de las ciencias de la salud. A partir de ahí, me dediqué a reducir mi empleo académico y destinar tiempo a la práctica pública de la curación de la Ciencia Cristiana. Cinco años más tarde, renuncié a todos los demás empleos, consagré mi tiempo completo a la práctica de la Ciencia Cristiana y comencé a anunciarme en The Christian Science Journal.
Cuando nuestro deseo se basa totalmente en Dios, estamos procurando rechazar la creencia en la realidad de una existencia material, y progresaremos. Dios no nos va a abandonar, porque Él es el Amor omnipresente, y el Amor divino jamás abandona a Sus hijos amados. Al recordar esta travesía, si bien hubo altibajos en mi participación en la Ciencia Cristiana, estuvo el deseo constante de comprenderla y practicarla.
Mi travesía implicó acercarme a Dios en mi pensamiento, paso a paso. Como explica el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Cuando esperamos pacientemente en Dios y buscamos la Verdad con rectitud, Él endereza nuestra vereda” (Mary Baker Eddy, pág. 254).
El libro también anima a los lectores: “Levántate en la fortaleza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de esto, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre” (pág. 393). La “fortaleza del Espíritu” proviene del Cristo, la verdadera idea de Dios. El Cristo nos capacita para elevarnos de la creencia de que la vida es material y limitada a la comprensión de que toda la vida está en el Espíritu, es del Espíritu, Dios, y está gobernada solo por Él. Con esta fortaleza que Dios nos confiere, podemos resistir y vencer todo lo que no es de Dios.
Independientemente de dónde nos encontremos, cuando ponemos en práctica nuestro deseo de seguir el ejemplo de Jesús, el Maestro cristiano —sabiendo que solo hay una Vida, Dios, y que somos creados y gobernados por Dios— el sendero se abrirá hacia caminos nuevos y más brillantes. No hay poder que pueda detener nuestro progreso en la comprensión y demostración de la Ciencia del Cristo.
