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Juan el Bautista, Cristo Jesús y la Navidad

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 22 de diciembre de 2025


Cada Navidad, me gusta tomar mi Biblia y leer sobre la llegada del niño Jesús. Me regocijo con los ángeles cuando anuncian el nacimiento de nuestro Salvador a los pastores. Aplaudo el discernimiento de los Reyes Magos que siguieron la estrella para ver al niño, luego tomaron otro camino a casa y se abstuvieron de decirle al rey Herodes el paradero de Jesús. Revisar la historia de la natividad me llena de gratitud y alegría. Pero una Navidad, me di cuenta de que me enfocaba más en la historia humana de Jesús y descuidaba al Cristo. ¿Cómo podía ser esto posible?

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, señala: “Jesús, como hijo del hombre, era humano; Cristo, como Hijo de Dios, era divino” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 63), y en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras escribe: “Cristo expresa la naturaleza espiritual, eterna de Dios. El nombre es sinónimo de Mesías, y alude a la espiritualidad que es enseñada, ilustrada y demostrada en la vida de la cual Cristo Jesús era la encarnación” (pág. 333). Cristo fue el título que se le dio a Jesús, y me di cuenta de que necesitaba prestar más atención a la naturaleza atemporal del Cristo.  

Dado que Juan el Bautista profetizó y anunció la venida de Cristo, decidí estudiar tres de las interacciones de Juan con Cristo Jesús. Esperaba vislumbrar más de Cristo a través de los ojos de Juan el Bautista. La Sra. Eddy observó: “Cristianos como Juan reconocen los símbolos de Dios, alcanzan los seguros fundamentos del tiempo, se afirman en las riberas de la eternidad, y comprenden y asimilan —en toda su gloria— lo que ojo no vio” (Escritos Misceláneos, pág. 82).

Agradecida alegría

Juan primero “conoce” a Jesús antes del nacimiento. Mientras María está embarazada de Jesús, visita a su prima, Elisabet, quien está embarazada del niño que más tarde se llamaría Juan el Bautista. María entró en la casa de Elisabet y “saludó a su prima. Cuando Elisabet escuchó su saludo, el niño por nacer se agitó dentro de ella y ella misma fue llena del Espíritu Santo, y clamó: '… ¡Tan pronto como tu saludo llegó a mis oídos, el niño dentro de mí saltó de alegría!” (Luke 1:40-44, J. B. Phillips translation).

Este relato implica que Juan el Bautista reconoció al Cristo. Este reconocimiento no se basó en los sentidos materiales, sino en la intuición espiritual. Las buenas nuevas que impregnan la Navidad se originan en la llegada de Jesucristo. Juan es un modelo de cómo debemos responder a la aparición del Cristo en nuestras vidas: con agradecida alegría. Cada día se convierte en una Navidad en la que damos la bienvenida y aceptamos una consciencia llena del Cristo. Cuando la luz del Cristo parece estar ausente del pensamiento, nuestros días pueden sentirse agobiantes y frustrantes.

Durante la temporada navideña, he tenido la tentación de pensar más en recibir amigos y familiares y menos en prestar atención al Cristo. Además, mi lista de “cosas por hacer” puede monopolizar tanto mi atención que a menudo he pensado: “Estaré tan contenta cuando haya hecho todas estas cosas”. No obstante, el gozo divino es infinito e invariable, y no depende de las circunstancias humanas. Cuando mantengo mis pensamientos en sintonía con el Cristo, o la Verdad, a lo largo de mi día, el gozo no va y viene; en cambio, “Mi alegría es como una fuente” (Christian Science Hymnal: Hymns 430–603).

Una forma en que comparto la alegría durante las fiestas es hacer una pausa y saber que el Cristo está allí antes de entrar a cualquier tienda. Si parece que veo compradores infelices, estresados y enojados, hago una pausa y reconozco el mensaje de amor de Dios a la humanidad. Cuando sentimos la consciencia pacífica del Cristo, todos son bendecidos.

Amor espiritual

La Biblia indica que Cristo Jesús y Juan el Bautista se encuentran años después en una zona silvestre. Juan está bautizando, predicando y preparando el camino para Jesús y su mensaje. Cuando Juan ve a Jesús caminando hacia él, proclama: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Una vez más, Juan tiene un claro reconocimiento de Cristo Jesús y su misión.

Ciencia y Salud define al Cordero de Dios en parte como “la idea espiritual del Amor” (pág. 590). El amor espiritual pone a Dios como la fuente y el centro. En su Mensaje a La Iglesia Madre para el año 1902, la Sra. Eddy señala: “El amor espiritual hace al hombre estar consciente de que Dios es su Padre, y el estar consciente de Dios como Amor da al hombre un poder que se desarrolla en medida indecible” (pág. 8-9). Cristo Jesús demostró este amor desinteresado que pone a Dios en primer lugar.

Puesto que el amor humano parece ser generado por las personas —en lugar de provenir de Dios— puede enredarse en el sentido personal y la posesividad. El amor humano puede parecer limitado y confinado. Se describe como “mi” amor o “tu” amor. También puede ser condicional y falible. Está conectado con palabras como si, a menos que, hasta y cuando, y asume que el amor comienza o se detiene.

Cristo Jesús atravesó las barreras de un amor limitado y personal cuando nos instruyó: “Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre Celestial. Porque él hace salir el sol sobre los malos, así como sobre los buenos, y envía su lluvia sobre los hombres honestos y los deshonestos por igual” (Mateo 5:44, 45, J. B. Phillips). El amor espiritual es universal y lo abarca todo.

La Navidad es un momento maravilloso para compartir el regalo del amor espiritual. A menudo comienzo mi día preguntando dónde no veo la totalidad de Dios, dónde he aceptado consciente o inconscientemente la falta de amor. ¿Sigo preocupada por las cicatrices invisibles de ofensas pasadas, la ingratitud o la falta de amabilidad? ¿Guardo rencor o un mal recuerdo de un amigo, pariente o miembro de la iglesia? O peor aún, ¿albergo odio, estoy enojada con un político o resentida con un vecino?

He descubierto que a medida que abandono un sentido personal de amor y recibo con agrado al Amor divino, las reuniones familiares se han vuelto más armoniosas. Un mes antes de una función especial de la familia, dediqué tiempo cada día a abrazar el próximo evento en mis oraciones. No oré por ninguno de los invitados específicos. Simplemente seguí reconociendo que los “lazos del Amor propios del Cristo” (Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 69, según versión en inglés) estarían presentes, al vendar cualquier herida emocional y gobernar.

Cuando todos nos reunimos, el día estuvo lleno de alegría y afecto familiar. Una pariente y yo no habíamos hablado en años, y las conversaciones pasadas a menudo terminaban en lágrimas. En el momento en que nos vimos, ella extendió la mano para abrazarme, y antes de que pudiera pensar en ello, ¡las palabras “Te quiero” salieron estrepitosamente de mi boca! Este fue el Cristo abrazándonos a ambas. Nuestra relación sanó de inmediato y hemos seguido expresando tierno aprecio la una por la otra. El Amor es de hecho “el solvente universal” (Ciencia y Salud, pág. 242).

Curación divina

El encuentro final de Juan el Bautista con Jesús se produce a través de mensajeros. Juan envía a dos de sus discípulos a Jesús con la pregunta: “¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?” (Lucas 7:19). Esto puede parecer una sorprendente pregunta de Juan. ¿Cómo pudo pasar de identificar a Jesús como el “Cordero de Dios” a necesitar la confirmación de que Jesús era el Mesías prometido?  

Juan hace esta pregunta mientras está en prisión. ¿Podría ser que se sintiera aislado, olvidado y en la oscuridad? Sé que, cuando me he sentido de lo más deprimida —cuando me he sentido abatida por pensamientos abrumadores— he perdido temporalmente la esperanza. ¿No es precisamente entonces cuando la duda podría furtivamente aparecer?

La poderosa respuesta de Jesús a los mensajeros de Juan muestra que no se desanimó. Ciencia y Salud describe su respuesta de esta manera: “Jesús envió un mensaje a Juan el Bautista, cuyo propósito era probar fuera de toda duda que el Cristo había venido: ‘Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anun­ciado el evangelio’. Decid a Juan lo que es la demostración del poder divino e inmediatamente percibirá que Dios es el poder en la obra mesiánica” (pág. 27). La curación divina es una clara evidencia del Cristo, la verdadera idea de Dios.  

Cuando nos consideramos incapaces de sanar, nos alejamos del Cristo. La Navidad es un momento encantador para apreciar y demostrar la curación, para saber que el Cristo está siempre presente y es eficaz. La Sra. Eddy observó: “El verdadero espíritu de la Navidad eleva la medicina hasta la Mente; echa fuera males, sana al enfermo, despierta las facultades dormidas, atrae a todas las condiciones y responde a cada necesidad del hombre” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 260).

Puse en práctica estas ideas sobre la curación una Navidad, un par de días después de la celebración de nuestra familia. Mi hijo adolescente salía de viaje por la mañana. Mientras se preparaba para acostarse, rápidamente comenzó a sentirse mal. Se metió en la cama, pero no lograba estar cómodo.

Mientras me sentaba a su lado para consolarlo, comencé a leer la Lección Bíblica semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. El tema en toda la lección de esa semana era el dominio, y a medida que leía, me sentía cada vez confiada en el poder y la capacidad de nuestro Padre-Madre Dios para cuidar de mi hijo, Su hijo. Al no poder conectarme con un practicista de la Ciencia Cristiana, reconocí que el Cristo, la Verdad, estaba presente, que era lo único que necesitábamos para enfrentar el desafío con confianza.

Oré en silencio y le pedí a Dios que me guiara. Entonces se me ocurrió leerle a mi hijo Un siglo de curación por la Ciencia Cristiana (publicado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana y disponible en muchas Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana). Hacía muchos años que no miraba este libro, pero lo saqué del estante y comencé a leerle testimonios. Pronto se durmió pacíficamente.

Cuando se despertó temprano por la mañana, estaba bien. Rápidamente empacó sus maletas y estaba listo para irse. De camino al aeropuerto, le pregunté si recordaba alguno de los testimonios que le había leído. Él respondió: “La verdad es que no. Solo recuerdo sentirme reconfortado”. Después tuvo un viaje maravilloso.

Reflexionar sobre las interacciones entre Juan el Bautista y Jesús me ha dado una visión más elevada y holística de Cristo Jesús. Veo claramente que Jesús es “inseparable de Cristo” (Ciencia y Salud, pág. 482). Continuaré adorando y apreciando el abnegado ejemplo de Jesús. Y gracias a Juan el Bautista, tengo una enriquecida comprensión de lo que estamos celebrando exactamente en Navidad.  

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