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¿Pascua en Navidad?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 5 de diciembre de 2014

Publicado originalmente en el  Christian Science Journal de Diciembre de 2014.


La semana antes de Navidad, mi vecina entró por la puerta de atrás de mi casa y me encontró horneando galletas propias de la época, y cantando: “Hoy cantemos a la Pascua” (Frances Thompson Hill, Himnario de la Ciencia Cristiana, Nº 171). Ella se rió y me dijo que yo tenía confundidas mis celebraciones.

Pero, ¿fue así? ¿El nacimiento de Jesús (Navidad) y su resurrección (Pascua) no están acaso intrínsecamente relacionados? Si Cristo Jesús no hubiera venido, no podría haber resucitado, probando para toda la humanidad que Dios es la Vida del hombre, y que el Amor es el vencedor del odio. Y si él no hubiera cumplido con la misión que Dios le había encomendado, nosotros no estaríamos celebrando su nacimiento.

A mí me parece que todo aquel que analice detenidamente estos dos sucesos trascendentales, percibirá la relación innegable que existe entre ellos. Reflexionar más profundamente acerca de esa relación con el Cristo haría que la Navidad fuera incluso más significativa que nunca, es decir, sentiríamos al Cristo más activo e importante en nuestra vida. Ciertamente lo ha sido para mí. También me brinda una paz interior y un amor por la humanidad que toda la actividad y el comercialismo de la Navidad no pueden quitarme.

El Cristo, la actividad autoreveladora de Dios, siempre ha manifestado la presencia y el poder de Dios a la humanidad de formas que la humanidad pueda entender. Durante siglos, a través de los profetas, Dios había estado preparando el pensamiento de la humanidad para la venida del Mesías, o Salvador. En el momento correcto, “la divinidad del Cristo fue manifestada en la humanidad de Jesús” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 25). La Sra. Eddy explica que fue el elemento-Cristo lo que hizo que Jesús fuera el Mostrador del camino (véase pág. 288).

En la época de Navidad, a mí me encantan mis “momentos junto al pesebre”, como llamo yo a mi costumbre de tomar tiempo cada día para apreciar al Cristo, especialmente toda evidencia del Cristo (o Mesías) que Cristo Jesús vivió, amó, enseñó y probó durante sus tres años de ministerio de curación. Usando como texto los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), junto con What Christmas Means to Me (Qué significa la Navidad para mí), y Other Christmas Messages (una recopilación de otros mensajes de Mary Baker Eddy sobre la Navidad), permito que el Cristo me hable de una manera nueva, específica, y así lo hace.   

Sea lo que sea que se destaque para mí, siempre transforma la Navidad en algo mucho más importante, y pone de relieve las cualidades semejantes al Cristo que Jesús expresaba, y que continuaron arraigándose cada vez más, preparándolo para su plena y final demostración de la Ciencia Cristiana, es decir, la victoria sobre la muerte. Cualidades tales como ternura y perseverancia incansable, devoción y dedicación, compasión y confianza, integridad y humildad, lealtad y obediencia, paciencia y persistencia, fortaleza y certeza, alegría espiritual y dominio. 

Esto no solo me demuestra cuán importante es la Navidad para que comprendamos la Pascua, y viceversa, sino también cuán importante fue cada momento ocurrido entre estos dos sucesos en la carrera de Jesús. Si él hubiera estado indeciso en cualquier momento respecto a la aceptación o ejecución de la misión que Dios le había asignado, no tendríamos ninguna de las dos conmemoraciones. Cada incidente relatado entre su nacimiento y resurrección da autenticidad al significado de su nacimiento y sella la certeza del cumplimiento de su misión.  

Durante uno de mis momentos junto al pesebre, algo que se destacó fue la ocasión justo antes del bautismo de Jesús, cuando la voz de Dios dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). La Biblia a continuación nos muestra el firme compromiso que tenía el Maestro con su misión. A partir de ese momento, él nunca dudó ni retrocedió. 

En otra ocasión, lo que me impresionó muchísimo fue lo que ocurrió justo después de su bautismo, cuando Jesús es guiado por Dios al desierto para ser tentado por el diablo. Y es puesto a prueba de inmediato. El diablo fue muy sutil al tratar de plantar la duda comenzando cada tentación con las palabras: “Si eres Hijo de Dios…” No obstante, durante esos rigurosos 40 días y 40 noches en el desierto, Jesús permaneció fiel a su misión. Su vigilancia y firme fidelidad continuaron durante todo su ministerio, sin fluctuar jamás. 

Otro día, lo que se destacó para mí fue la constancia con que Jesús reconocía su unidad con el Padre, así como su consagración al probarla sanando a los enfermos. Él no lo decía simplemente, sino que lo vivía, elevándose más alto en su comprensión con cada experiencia y curación.

La Navidad pasada, mi momento más inspirador junto al pesebre fue una vislumbre de la gloria que Jesús experimentó en el jardín de Getsemaní. ¡Cuántas veces habré leído la frase “Durante su noche de tristeza y gloria en el huerto”! (Ciencia y Salud, pág. 47), y me habré preguntado: “¿Dónde hubo alguna gloria en ese huerto?” La gloria es luminosidad, resplandor, y Jesús estaba sudando como si fueran “grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). 

Su gloria se hizo obvia después. Pero Mary Baker Eddy percibió que estaba presente incluso allí en el huerto. Ella escribe: “Durante su noche de tristeza y gloria en el huerto, Jesús se dio cuenta del error absoluto de una creencia en cualquier posible inteligencia material”. Y más adelante dice que él “se volvió para siempre de la tierra al cielo, del sentido al Alma” (pág. 48). Intelectualmente, lo entendí; todo apoyo humano le había fallado (ni sus propios discípulos pudieron vigilar una hora con él). Pero yo debía percibir y sentir por mí misma la gloria divina que Jesús sintió y percibió.   

De modo que, mientras estudiaba los relatos de Mateo, Marcos y Lucas sobre la experiencia que Jesús tuvo en el huerto, justo después de su ruego de que pasara esa copa de él, y su sincera oración: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42), noté este versículo, que solo Lucas registra: “Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle” (Lucas 22:43). ¡Qué hermosa manifestación de la presencia de Dios!; los pensamientos de Dios hablándole directa y específicamente a Jesús, allí mismo donde se encontraba, en su momento de necesidad, su momento de comprensión, certeza, consuelo, elevándolo aún más alto.  

No se nos dice cuál fue el mensaje, pero sí sabemos lo que hizo. Le dio a Jesús la ayuda y la fortaleza que necesitaba para soportar y superar la crucifixión a la que sería sometido. ¡Tiene que haber sido una confirmación tan fuerte y dulce de la certeza de la totalidad y bondad de Dios! Una clara vislumbre del Cristo, su verdadera individualidad que llenó su consciencia de luz; la realidad y realeza de su existencia. Posteriormente, esta visión verdadera lo rescataría para triunfar; no obstante, le fue dada ahora para que se aferrara a ella. ¡Y así lo hizo! 

En el Evangelio de Juan, después del ruego de Jesús “Sálvame de esta hora”, viene este reconocimiento: “Mas para esto he llegado a esta hora”, y su oración: “Padre, glorifica tu nombre”. Dios le respondió con esta promesa: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Juan 12:27, 28). ¿No fue acaso esa promesa de la bondad imparable de Dios lo que le permitió a Jesús orar, y decir con sinceridad: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42)? ¡Y lo dijo en serio! 

La gloria que percibí en el huerto, y siento que Jesús debe de haber percibido, fue una vislumbre tan clara de la totalidad de la bondad de Dios, que él reconoció su victoria ahí mismo. Manteniendo su mirada en la corona, sobrellevó la cruz y superó la muerte y la tumba. ¡Qué confianza tenía de que se hace la voluntad de Dios, y es siempre solo buena! Para mí, la oración de Jesús era su ferviente amor por Dios, quien le estaba demostrando a Jesús Su leal amor por él.  

Se acerca otra temporada de Navidad, es hora de recibir con agrado esos “momentos junto al pesebre” una vez más. Yo no sé qué facetas de las características del Cristo tus momentos junto al pesebre te mostrarán, pero esto sí sé: Estarán allí para que las percibas y crezcas con ellas. Las mismas serán especiales, y harán que la Navidad, Cristo Jesús y el Cristo que él manifestó —el Mesías— sean aún más queridos e importantes.

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