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Ayuda para los refugiados

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 11 de septiembre de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Monitor el 27 de agosto de 2015.


La ola de refugiados de África y Medio Oriente que está inundando Europa, hace que muchos se pregunten cuál es la responsabilidad que tenemos hacia ellos. Grecia está tratando desesperadamente de ayudar a miles de refugiados que huyen de la brutalidad del Estado Islámico. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados dijo recientemente: “A pesar de las precarias condiciones de vida que enfrentan muchas personas griegas, su respuesta hacia los refugiados ha sido, en gran parte, acogedora y generosa”. Los voluntarios que ayudan a los refugiados a llegar a Europa a través de Macedonia son otro ejemplo de la ayuda que se está dando a nuestros vecinos globales (véase: “Seeking Refuge: Migrants trekking to EU find helping hands in Macedonia,” CSMonitor.com).

Yo valoro profundamente esta ayuda humanitaria y me siento impulsada a romper con la indiferencia humana y la falta de acción, por medio de la oración consagrada. Para ser eficaz, veo que mis oraciones tienen que comenzar con la clase de amor que Cristo Jesús expresaba a través de sus enseñanzas y obras de curación. Él nos enseñó a orar por amor a Dios y a nuestro prójimo; a comprender a Dios como Amor y a expresar ese Amor en nuestro amor por los demás (véase 1º Juan 4: 7, 8). Demostró que para ofrecer ayuda se requiere analizar sinceramente la pregunta “¿Quién es mi prójimo?”

Esta es una pregunta que Jesús respondió inequívocamente cuando un intérprete de la ley quiso tentarlo. Jesús percibió que el hombre conocía la letra de la ley, que era amar a Dios y a su prójimo, pero carecía del espíritu de la misma. Después de instruir al hombre a que fuera y actuara conforme a la ley, el intérprete de la ley, “queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29).

Jesús respondió a esta pregunta con una parábola: Describió a un hombre a quien habían golpeado, robado y dejado medio muerto en el camino. Un sacerdote, y luego un levita, pasan cerca pero no lo ayudan. Sin embargo, un samaritano se detiene, atiende con amabilidad las heridas del hombre, lo lleva a una posada, y no sólo lo deja a buen cuidado, sino que le dice al mesonero, “Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese” (Lucas 10:35).

Después de contar esta historia, Jesús le preguntó al intérprete de la ley: ¿Cuál de los tres fue el prójimo del hombre que fue dejado medio muerto? Él respondió: “El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37).

Es una lección que no podría ser más aplicable hoy para ayudar a los refugiados que están atrapados por intereses políticos y nacionales. La parábola del buen samaritano apoya la visión del Cristo de nuestra identidad como hijos del Amor divino, donde respondemos naturalmente brindando un cuidado altruista a todos nuestros hermanos y hermanas. Jesús nos enseña que nosotros podemos, y debemos, romper con la indiferencia y la falta de acción, mediante la ley del Amor que gobierna dentro de nosotros.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, explica el poderoso alcance del Amor divino y como utilizarlo: “Coincidir con el gobierno de Dios es el incentivo adecuado para la acción de todas las naciones….

“El gobierno del Amor divino es supremo. El Amor gobierna el universo y su edicto se ha publicado: ‘No tendrás dioses ajenos delante de mí’, y ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 278).

Coincidir con el gobierno del Amor incluye expresar la misma naturaleza que Dios. Es la naturaleza que Cristo Jesús nos presentó con la parábola, lo que explica que el deseo de cuidar a los demás proviene de comprender nuestra propia identidad, así como la todo el mundo, como hijos del Amor.

Encontramos este amor de Dios dentro de nosotros por medio de la oración que siente la influencia omnipresente del Cristo, impulsándonos a aceptar humildemente la verdad de que como hijos del Amor, sólo podemos ser amorosos. El Amor nos obliga a renunciar al punto de vista de que otros no son merecedores del amor, porque nosotros comprendemos que el Amor, Dios, es incondicional y universal. El Amor nos lleva a apartarnos de la indiferencia y a volvernos sensibles a las necesidades de los demás.

Vemos este efecto del espíritu de Cristo en aquellos que cuidan de los refugiados –incluso los refugiados que cuidan unos de otros– enfrentando muchos obstáculos. El poder del Cristo llega a lo más profundo del pensamiento de la humanidad para que corresponda con el gobierno del Amor. Y al comprender el Amor nos volvemos menos egoístas, dejamos de tener miedo de nuestros vecinos, y encontramos los medios para cuidar de los demás. De esta manera, demostramos las palabras de Isaías: “Cada cual ayudó a su vecino, y su hermano dijo: Esfuérzate” (41:6)

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