“Cuando manejes el error, no le pongas una manija”. Este sabio consejo de un Científico Cristiano ha sido muy útil para el escritor. Le recuerda que el error no tiene habilidad alguna para sostenerse a sí mismo.
La Ciencia Cristiana nos muestra que la forma eficaz de manejar el error es negarse a tener algo que ver con el error como si fuera una realidad; negarse a pensar en su origen; hacer de él un vacío, pero no huir de él. Mary Baker Eddy nos dice: “Tenéis que descubrir que el error es nada: entonces, y sólo entonces, lo domináis en la Ciencia” (Escritos Misceláneos, pág. 334). De modo que no necesitamos luchar con él, sino en cada instancia saber con tranquilidad e incisivamente su nada, y de esa forma liberar nuestra consciencia de él de una vez por todas.
Una de las manijas más largas que se pone al error es la creencia errada de que tiene una causa. No tiene ninguna causa. A pesar de su aparente afianzamiento, duración o agresividad, cualquiera sea, el error es la maldición sin causa (véase Proverbios 26:2). Todas las cosas son posibles para la Verdad; por lo tanto, todas las cosas son imposibles para el error. No puede sembrar vientos ni recoger torbellinos. El error no puede hacer nada, porque es nada. De manera que, no podemos hacer que el error sea nada, porque ya es nada. Lo único que tenemos que hacer es demostrar su nada comprendiendo la totalidad de Dios, el bien.
La curación no tiene porqué retrasarse. La nada del error es el hecho científico tan ciertamente hoy, como lo será días, semanas o meses de aquí en más. Por ejemplo, en una época existía la creencia general de que la tierra era plana. Pero la tierra plana no existía. Tampoco fue más “inexistente” después, cuando se probó que era una esfera. La inexistencia de la tierra plana se hizo más obvia para todos, pero el hecho de su inexistencia no cambió. Lo único que cambió fue la falsa creencia acerca de la tierra.
Se acerca el día cuando se comprenderá que la creencia popular en la discordia diversificada es nada. La Ciencia Cristiana está produciendo este resultado. Lo hace al dar a los hombres la comprensión espiritual de la realidad. El propósito de la luz no es principalmente destruir la oscuridad, sino brindar iluminación. El propósito de la Ciencia Cristiana no es principalmente la destrucción de la supuesta creencia material errónea en la consciencia humana, sino la demostración de la esclarecedora idea-Cristo de Dios y el hombre. El pensamiento espiritualizado, al ser testigo de la verdad acerca de la totalidad de Dios, el bien, prueba progresivamente que el error no existe.
La Ciencia declara que el error no puede crearse a sí mismo, sostenerse o curarse a sí mismo; no es agudo o crónico; no tiene síntomas originales, no tiene una trayectoria que recorrer, ninguna crisis que superar, ninguna tenacidad que romper, ningún fin que lograr. En la Ciencia, el error no es real y no puede aparentar ser real. No existe como idea o ley. No es un cuadro físico o un concepto mental, porque no es absolutamente nada. Dios, el bien, es; Dios es lo único que existe, la Verdad infinita y su manifestación infinita, el hombre verdadero.
Cristo Jesús conocía muy claramente la nada del error. Está su memorable denuncia del mismo como mentiroso y fabricante de mentiras. Jesús echó de lado el error con este cuestionamiento radical: “¿Quién de vosotros me convence del pecado?” (Juan 8:46, según versión King James). Sin embargo, con demasiada frecuencia no emulamos su método. Con frecuencia, cuando el individuo no se ha liberado prontamente de algún malestar, puede que se escuchen declaraciones como estas: “Me pregunto, ¿qué me está deteniendo?” “¿Por qué no se produce la curación?” “Yo sé que guardo algún pensamiento equivocado que necesita ponerse al descubierto”. “Sabes, me imponen una ley”. “Siento que tendré que resolverlo de la forma más difícil”. Consideremos brevemente estas sugestiones y librémonos de ellas.
“Me pregunto, ¿qué me está deteniendo?” ¿No es acaso la creencia mortal, aceptada en la consciencia individual, de que existe un poder opuesto a Dios y a Su ley de progreso armonioso para Su idea, el hombre? La verdad es que el hijo de Dios jamás está reprimido, suprimido, oprimido o deprimido; él siempre es la expresión de Dios. Refleja las irresistibles leyes de la Vida, que demuestran la actividad del bien infinito que no tiene oposición.
“¿Por qué no se produce esta demostración?” El estado científico de la armonía en el hombre y el universo nunca es incompleta, ni está retrasada, frustrada o escondida, y la comprensión espiritual nos capacita para saber, percibir y estar conscientes de la verdad y nada más que de la verdad.
“Yo sé que guardo algún pensamiento equivocado que necesita ponerse al descubierto”. Quizás el pensamiento errado que más necesita ponerse al descubierto es la creencia falsa de que los pensamientos errados son reales. Los pensamientos errados sugieren que hay más de una Mente. Pero la Ciencia Cristiana enseña que Dios es la única Mente; que los pensamientos de Dios son verdadera sustancia, son los únicos pensamientos reales. Por lo tanto, la manera eficaz de discernir y destruir los pensamientos errados es mediante la iluminación espiritual, la cual revela que el hombre es consciente únicamente de las ideas correctas, las perfectas comunicaciones de la Mente divina pura. La comprensión de este hecho reemplazará los pensamientos materiales y errados en nuestra consciencia con ideas espirituales, las cuales traen con ellas inspiración, curación, guía y paz.
“Sabes, ellos me imponen una ley”. Exactamente ¿quién es este “ellos” sobre los cuales recae la culpa? No son personas, sino sugestiones mentales agresivas impersonales que se aceptan en la consciencia individual. Y “ellos” pueden ser vencidos allí mismo, mediante la correcta manera de pensar, lo cual lleva al conocimiento espiritual. La verdad es que no hay otra mente que pueda disponer por ley alguna actividad del hombre de Dios. La única ley que influye al hombre es la propia ley infinita de Dios del ser impecable. Esta ley es omnipresente, omnipotente, omniactiva, y está a nuestra disposición mediante la Ciencia Cristiana. La ley divina está gobernando cada fase del ser del hombre, y el hombre está obedeciendo y reflejando esta ley.
Cuando se aplica en la experiencia humana, la ley de Dios actúa como una ley de ajuste, aniquilación, restauración y revelación. Todo aquello que parece estar presente, pero necesita corrección, Su ley lo corrige. Todo aquello que está presente que no debería estar presente, Su ley lo aniquila. Todo aquello que está ausente que debería estar presente, es restaurado por Su ley. Todo aquello que está encubierto por ser un error, Su ley lo pone al descubierto y lo destruye. No es de nuestra incumbencia delinear el efecto externo exacto de esta ley, sino confiar en su infalible sabiduría para que normalice, ya sean acciones exageradas o insuficientes, excesivas o deficientes.
“Siento que tendré que resolverlo de la forma más difícil”. ¿No es acaso un sentido de martirio lo que nos hace expresar esta forma de autocompasión? Aunque la mayoría de nosotros hemos hecho eco de esto en ocasiones, ¿es acaso esta la única forma que resta para hacerlo? Nuestra Guía pasó la primera mitad de su vida humana con mucha angustia, solo para aprender el camino a la salud y la libertad en la Ciencia. Que ella esperaba que sus seguidores progresaran a través de la Ciencia, en lugar del sufrimiento, se evidencia en esta confiada declaración: “No emito ningún argumento, y no induzco al uso de ninguno en la práctica mental, que lleve a la gente al sufrimiento. Al contrario, no puedo servir a dos señores; por consiguiente, enseño el uso de argumentos que solo promueven la salud y el desarrollo espiritual” (Escritos Misceláneos, pág. 350).
Un hombre y su esposa estaban almorzando en una lugar lleno de gente. Un gesto de intenso dolor se manifestó en el rostro de ella. Instantáneamente, su esposo dijo: “¿Cuál es la naturaleza de esa mentira, alias nada?” Su rostro se suavizó. Maravillada dijo: “Desapareció. Ni siquiera sé dónde estaba”.
Yo sané de un brazo quebrado. Sin recurrir a ayudas materiales, volví a trabajar al segundo día. El cuarto día manejé el automóvil. A las tres semanas usaba el brazo normalmente. Transcurrieron varios meses hasta que recordé la experiencia, y es el día de hoy que no sé con certeza cuál brazo fue sanado. Un practicista me dio tan solo cuatro tratamientos.
¿Acaso no nos muestran estas experiencias lo que se puede hacer cuando el error es manejado apropiadamente, como nada en lugar de algo? Para el Científico Cristiano vigilante, el error no existe como hecho o fábula; no existe de ninguna manera.
El amado discípulo Juan nos dijo qué debemos manejar cuando escribió que “lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante a la Palabra de vida” (1º Juan 1:1, según la versión King James). Es “la Palabra de vida” lo que debemos manejar, que debemos mantener ante el pensamiento, que debemos examinar, reflexionar, comprender, demostrar. Y ¿qué es “la Palabra de vida” sino la Ciencia del existir? Completamente revelada, esta Ciencia está demostrando las leyes de perfección de Dios, nos está enseñando que Dios, el bien, es Todo-en-todo; que el hombre es totalmente espiritual, la idea más elevada de Dios, inteligente, valiente, inmaculada, inmortal, reflejando la sabiduría y pureza de la Mente perfecta. La comprensión de Dios es la comprensión del hombre, mediante Su ley de reflejo espiritual.
La luz divina del Amor destruye el temor a la oscuridad. La luz del Amor divino destruye la oscuridad del temor. Dios es Todo; Dios es Uno; el hombre es uno con Dios. Sabiendo esto, discernimos y demostramos la divinidad. Nos recostamos en verdes prados, percibiendo tranquilamente la perpetua paz de la Mente. Caminamos junto a aguas de reposo, reflejando activamente la serenidad del Alma. Nos mantenemos sin temor alguno en la vasta libertad de la Vida infinita.