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El sol nunca se pone

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 21 de agosto de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 11 de diciembre de 1954.


Una vez cada veinticuatro horas los habitantes de esta esfera giratoria que llamamos nuestro mundo, experimentan un breve intervalo durante el cual la luz comienza a debilitarse, las sombras se extienden, el gris claro del crepúsculo envuelve la tierra como una vestidura brumosa. Los que lo observan dicen: “El sol se está poniendo”. Y un poco más tarde dicen: “El sol se puso. Se ha ido”.

Pero, ¿se ha ido realmente? ¿Dónde está el sol cuando supuestamente se pone? Simplemente se encuentra donde estaba antes. Al sol no le ha pasado nada. Lo único que ocurre es que ya no podemos verlo. Aunque puede que esté oculto de nosotros, sigue brillando en algún lugar, intacto, brillante y hermoso.

Todo aquel que sienta que su propio ocaso se está acercando, niéguese a pensar así de sí mismo, o de alguna otra persona. En La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, Mary Baker Eddy dice de aquel que ha pasado de la vista humana: “A través de una momentánea niebla él vio el amanecer” (pág. 290). La niebla nunca cambia nada. Tan solo nos impide ver el amanecer. En la proporción en que la niebla de la creencia falsa se disuelva en la consciencia humana, veremos que aquel que supuestamente se ha ido, continúa viviendo, amando y trabajando en los negocios de su Padre.

Hay muchos entre nosotros cuyos corazones están apesadumbrados, tal como estaba el de María cuando, en la mañana de la resurrección, se agachó y miró dentro del sepulcro para ver a Jesús, pero no pudo encontrarlo porque no estaba allí. De hecho, incluso cuando él estuvo de pie junto a ella, no lo reconoció hasta que él le habló. En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy pregunta: “¿Qué pareciera interponerse como una piedra entre nosotros y la mañana de la resurrección?” Y ella contesta su propia pregunta con estas simples palabras: “Es la creencia de que hay mente en la materia”. Aferrémonos al hecho eterno de que ningún montón de tierra grande e inanimada, carente de mente y sustancia, rotando en su axis, puede jamás interponerse entre nosotros y nuestra visión del Cristo eterno.

En relación a esto, algo muy interesante aparece en un libro, que se puede encontrar en las Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana, titulado Mary Baker Eddy and Her Books, por William Dana Orcutt. En las páginas 86 y 87, el autor habla sobre una entrevista que tuvo con la Sra. Eddy en Concord, unos diez años después de su primera visita allí.

Él se sintió impresionado al ver que muy pocos cambios se habían hecho en su estudio, pero lo que más le impresionó fue comprobar que nuestra Guía misma no había tenido ningún cambio. Él escribió: “Cuando entró en el cuarto, tal como había hecho en mi primera visita, ella parecía estar como siempre: la misma sonrisa brillante de bienvenida, la misma mirada penetrante e inquisidora, la misma actitud alerta, la misma voz, clara y musical, el mismo vigor físico que yo siempre recordaba —no obstante, los diez años que se habían agregado a la historia del mundo, habían agregado el mismo número de años a esta delicada y pequeña mujer— años de conflictos y triunfos, años de decepciones y gratificaciones, años de consagración y ardua labor, años de realizaciones y logros —y no habían dejado marca visible alguna. La Sra. Eddy tenía ochenta años en ese momento”.

En sus escritos, la Sra. Eddy ha dado muchas razones de por qué deberíamos comenzar a demostrar nuestra inmortalidad aquí y ahora. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, ella escribe: “Cuando el hombre demuestre la Ciencia Cristiana de manera absoluta, será perfecto. No podrá pecar, sufrir, estar sujeto a la materia ni desobedecer la ley de Dios. Por tanto, será como los ángeles en el cielo” (pág. 372). El hecho de que ella dice “cuando” en lugar de “si”, debería ser suficiente para atraer la atención de todo estudiante cuidadoso de la Ciencia Cristiana, porque su elección de palabras claramente indica que ella consideraba que la perfección es un logro universalmente posible. Cada uno debe empezar a demostrar su inmortalidad aquí y ahora, y probar que él ya vive, no en el tiempo, sino en la eternidad. La Sra. Eddy no solo sabía que esto podía hacerse, sino que esperaba que lo hiciéramos.

Que nadie diga que está terminado, que los mejores años de su vida quedaron atrás. ¡Qué parodia de la Verdad! Por el contrario, tenemos el derecho de saber que cada año traerá mayor sabiduría e inspiración. Que nadie espere años inútiles, indiferentes, vacíos, sin propósito y aburridos, en los cuales espera sentir soledad, cansancio e inactividad. Esos pensamientos hacen que el rostro se vea melancólico, y la melancolía no tiene lugar donde estar en el hogar mental de un Científico Cristiano. Tenemos que saber que, dado que el Amor llena todo el espacio, solo tenemos delante de nosotros años felices —años activos, fructíferos— llenos de alegres oportunidades para ofrecer ayuda y consuelo a aquellos que necesiten especialmente que se les recuerde el cuidado tierno y la benevolencia de su Padre. Siempre hay algo que hacer para los demás, si lo buscamos. Un Científico Cristiano nunca termina de trabajar.

Elevemos nuestro pensamiento acerca de nosotros mismos y de los demás, a las alturas de la revelación espiritual. Debido a que María se agachó no pudo ver al Jesús resucitado, que había estado parado junto a ella todo el tiempo. Levantémonos y sacudámonos el polvo de las limitaciones de la mente mortal. El hecho de que la mente mortal crea que dos más dos son cinco, no quiere decir que nosotros tenemos que creerlo también. Los mejores años de nuestra vida deben necesariamente estar por delante, porque cada día sabemos más de Dios y de Sus maravillosas e inesperadas formas de cuidar de Sus hijos. A medida que aquello que llamamos tiempo avance, nos volveremos cada vez más conscientes de nuestra verdadera individualidad, y probaremos que es espiritual, no material, “sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios” (Hebreos 7:3).

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