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QUIETUD QUE SANA

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 18 de septiembre de 2015

Original en español


Dios, el bien, la fuente de valor y calma, lo abraza e incluye todo. El poder de la quietud de Dios es espiritual, y todos podemos experimentar su efecto sanador. Dios mismo nos lleva a percibir que la creación es totalmente espiritual, y nos inspira a permanecer serenos, sin dejarnos perturbar por las evidencias de enfermedad. Esto ocurre muchas veces cuando estamos orando, y el resultado es la curación. Al ir comprendiendo la existencia de un solo Dios, el Espíritu, y de una sola creación hecha a Su semejanza, vamos aprendiendo a resolver dificultades de salud, y de todo tipo, incluso a no inquietarnos con la dimensión que aparenten tener esas dificultades. Es posible ahora permanecer conscientes del amor de Dios, y por tanto permanecer quietos en medio de las tormentas del vivir humano. La calma, una cualidad de la naturaleza divina, es inherente a Su reflejo, el hombre. Y lo que es natural para Dios, lo es igualmente para Su semejanza.

En el libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Los enfermos están aterrorizados por sus creencias enfermizas, y los pecadores debieran estar atemorizados por sus creencias pecaminosas; mas el Científico Cristiano estará calmo en la presencia tanto del pecado como de la enfermedad, sabiendo, como sabe, que la Vida es Dios y que Dios es Todo” (pág. 366).

Obedeciendo las enseñanzas de este libro, cuando nuestros hijos eran pequeñitos fueron sanados muchas veces —varias de ellas muy rápidamente— en la proporción en que vencía el temor tan ligado a la condición personal de ser mamá, responsable del cuidado de la salud de sus hijos. Uno de ellos (era un bebé de dos meses) una noche despertó presentando muy alta temperatura, presumiblemente por haber estado expuesto al sol durante el día. El padre y yo oramos por dos horas, tiempo que el niño estuvo despierto sintiéndose muy incómodo. Oramos sabiendo que, en su identidad verdadera a semejanza de Dios, el bebé jamás estaba expuesto a peligro alguno, sino amparado bajo el cuidado constante del Padre y Madre de todos, el Amor divino. Pronto lo pudimos llevar de nuevo a la cama, totalmente fresco y tranquilo.

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