¡Ah, las últimas semanas del verano! Es hora de disfrutar de los últimos rayos de sol, salir con los amigos… y terminar las 300 páginas que habías planeado leer y que te tardaste en hacer hasta ahora.
Por la forma como hablan muchos de mis amigos, uno diría que aplazar las cosas es algo normal en el bachillerato. Una de ellas incluso dice que no puede hacer las cosas sino hasta el último momento porque “necesita el empuje de la adrenalina” para hacerlo.
Todos hemos tenido cosas que hemos dejado a un lado porque no nos sentíamos inspirados, no teníamos el ánimo o simplemente queríamos hacer otra cosa. Y probablemente todos sabemos lo que se siente cuando hacemos todo menos lo que se supone que tenemos que hacer.
Sin embargo, llega un punto en que tenemos que dejar de negarnos a hacerlo. ¿Pero cómo lo hacemos? En mi experiencia, esforzarme por superar la sensación de que no quiero hacer las cosas no funciona muy bien. Y si el hecho de aplazar las cosas es un hábito serio, es posible que ni siquiera tus mejores esfuerzos para impulsarte a escribir el artículo o el proyecto sean muy eficaces.
Entonces, ¿qué te parece? ¿Puede haber acaso una solución espiritual para superar la tendencia a dilatar las cosas?
Sí. De hecho, hay varias que me han resultado útiles para sacarme del pozo y sentirme motivada.
Esta es muy sencilla: Pídele ayuda a Dios. Para mí es muy reconfortante saber que no hay error que hayamos cometido, ningún tropiezo que hayamos dado, o resistencia alguna a hacer lo que necesitamos a hacer, que pueda apartarnos jamás del cuidado de Dios. Tal vez no siempre parezca así, pero en el momento en que estamos dispuestos a admitir que necesitamos ayuda —y somos receptivos para recibirla— las ideas correctas de Dios están allí presentes para hacernos avanzar.
Tal vez la idea correcta parezca como un tema para tu ensayo, aquel que no has escrito porque no logras decidir sobre qué escribir. O quizás sea una sensación de paz que elimina el estrés cuando llega la hora de la verdad. A veces la respuesta a nuestras oraciones puede ser sorprendente, como me ocurrió una vez que estaba luchando por sentirme motivada para terminar de leer un libro que realmente odiaba. Mientras oraba me vino la idea de buscar las cosas que me encantaban en lo que estaba haciendo. Ese amor realmente me empujó hacia adelante.
Otra cosa que me ha ayudado a superar esa tendencia a tardarme para hacer las cosas, es pedirle a Dios que me ayude a verme a mí misma como Él me ve. Dios no nos ve a ninguno de nosotros como perezosos, distraídos, egoístas o descuidados. Dios solo ve lo que Él ha hecho, una creación que expresa Su naturaleza. El hombre hecho a Su semejanza. ¡Ese eres tú! Disciplinado, productivo, alegre, persistente. Tú expresas todas estas cualidades y más, porque eres imagen de Dios.
A veces me da mucha fortaleza mantenerme firme, específicamente, frente a los pensamientos que dicen que soy cualquier cosa menos la semejanza de Dios. Les digo que no a esas sugestiones y afirmo el hecho de que incluyo bondad, disciplina y propósito. Oro para sentir con más convicción que estoy dispuesta a hacer lo que es correcto porque Dios es el que produce esta disposición en mí.
¡Y entonces sigo adelante! Porque orar no consiste simplemente en decirnos algunas cosas reconfortantes a nosotros mismos, sino permitir que nuestros pensamientos —y por extensión, nuestras acciones— sean transformados como resultado de comprender algo más acerca de Dios y de Su creación. Cuando nos vemos verdaderamente a nosotros mismos como los hijos e hijas de Dios, tenemos que actuar de esa manera, y saber que podemos hacerlo.
Con el transcurso del tiempo, ha sido realmente mi amor por Dios lo que se ha transformado en el factor motivador más grande de mi vida, y la mejor defensa contra la tendencia a aplazar las cosas. Cuando amas a alguien con todo tu corazón, harías cualquier cosa por él, ¿no es así? Y ese amor te motiva, te estimula a entrar en acción, te lleva a través de las partes difíciles, y probablemente te ayuda incluso a sentirte feliz respecto a lo que sea que estés haciendo.
Lo mismo ocurre cuando amamos a Dios. Cuando amas tanto a Dios, quieres hacer lo que es aparentemente necesario para servirlo en ese momento. Tal vez, amar a Dios no parezca tan apremiante comparado con la atracción de YouTube, los medios sociales o charlar con amigos. Así que empieza de a poquito. Pide a Dios que te ayude. Ora para conocerte a ti mismo como Él te conoce. Cultiva tu amor por Él hasta que tome precedencia sobre todo lo demás. Es allí cuando te sentirás libre de la tendencia a aplazar las cosas, sí, incluso cuando se trate de terminar esa lectura del verano.