Cuando estaba en el bachillerato, tenía que esperar todo el año para que comenzara la temporada de fútbol. En California, jugamos fútbol en el invierno porque no hay nieve ni un clima muy frío que nos impida salir a la cancha. Es siempre muy divertido estar afuera con mis amigos, fortaleciendo nuestra amistad haciendo algo que nos gusta tanto, como es competir.
Sin embargo, el año pasado, cuando comenzó nuestra temporada en la escuela, nuestro equipo no andaba bien. El año anterior habíamos sido los favoritos para ganar la liga, pero al empezar esta nueva temporada, ni siquiera nos consideraban contendientes. Durante esos meses, mi equipo superó muchos obstáculos, no obstante, algo faltaba todavía. Los dos delanteros del equipo —otro jugador y yo— estábamos jugando bien y creando muchas oportunidades para otros jugadores. Pero no lográbamos meter un gol.
Al principio, no pareció muy importante, pero a medida que avanzaba el tiempo, esto empezó a provocar serios problemas en el equipo. Otros jugadores estaban enojados, pero nosotros estábamos más enojados con nosotros mismos. Los dos nos volvimos muy críticos y comenzamos a condenarnos a nosotros mismos, y eso nos distraía y no nos permitía jugar bien. Parecía como que cada vez que perdíamos una oportunidad durante el juego, nos condenábamos a nosotros mismos. Esto hacía que fuera casi imposible anotar cuando se presentaba la siguiente oportunidad, atrapándonos en un ciclo de acusaciones personales y desdicha.
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