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Para jóvenes

La oración detiene un acoso sexual

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 2 de julio de 2018


Justo después de graduarme de la universidad, me mudé a otro país. Era la primera vez que vivía en una metrópolis bulliciosa, y la primera vez que usaba el transporte público durante la hora pico. En este día en particular, el tranvía que había tomado estaba tan atestado de gente, que uno literalmente no podía moverse en ninguna dirección ni darse vuelta.

A los pocos minutos de estar en el tranvía, me di cuenta de que me estaban tocado de forma inapropiada. Puesto que el tren estaba tan lleno, no podía físicamente detener o escapar del acoso. Me sentía atrapada y temerosa.

Hacía poco que estaba estudiando la Ciencia Cristiana, pero comprendía lo suficiente como para saber que, aun cuando me sintiera indefensa, podía orar. Así que mi oración muy sincera y simple fue: “Dios, dime qué debo hacer”.

La respuesta vino de inmediato: “Ámalo”. 

Esto me disgustó y me molestó un poco. “Debes estar bromeando”, pensé. “¿Cómo voy a amar a alguien que me está haciendo esto?”

“Él jamás puede tocar el tú que Dios conoce”, me vino la respuesta.

¿Cómo me conoce Dios a mí, o a ti, o a cualquiera de nosotros? En una ocasión alguien me explicó que una forma de pensar en esto podría ser, si Dios mirara en un espejo, tú serías lo que Él vería. ¡Guau! Esto no quiere decir que cualquiera de nosotros es Dios, sino que nosotros expresamos todo lo que Dios es, porque Lo reflejamos. Como dice la Biblia: “…como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17). Esto significa que, si Dios no tiene miedo, entonces ¿cómo podría yo tener miedo? Y ¿miedo de qué? ¿Un hombre malo? ¿Quién hizo a ese hombre malo? No fue Dios, que es completamente bueno.

En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy plantea esta proposición: “En todo momento y bajo todas las circunstancias, vence el mal con el bien. Conócete a ti mismo, y Dios proveerá la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal” (pág. 571). Nótese que ella no dice “una victoria sobre una persona mala”, porque el mal no es una persona. No tiene nombre, rostro o identidad, porque Dios no lo hizo; podríamos llamarlo, en cambio, un caso de identidad equivocada, una mentira que se disfraza como si fuera una persona, pero que nunca podría ser verdad acerca de la imagen de Dios. Un victimario —o una víctima— ciertamente no sería lo que Dios vería si Él mirara en un espejo. 

La siguiente frase en esa misma página dice: “Revestido con la panoplia del Amor, el odio humano no puede alcanzarte”. Si el Amor divino está siempre presente, entonces el Amor nunca está ausente. Si el Amor, nuestro Padre, nunca está ausente, entonces ¿cómo no voy a sentirme totalmente a salvo bajo Su cuidado? Y el amor de Dios es tan completo que, dado que estoy a salvo de los efectos de una acción errada, la otra persona debe estar libre de todo deseo errado, debe mostrársele la futilidad de ese deseo errado, y ser reformada para ser el hombre que Dios creó. Al saber cuán a salvo me encontraba —cuán a salvo estábamos todos— de pronto me sentí en paz; sentí que yo y mi Padre éramos uno, y estaba completamente protegida.

Todo esto ocurrió muy rápido, tal vez en cuestión de minutos. La próxima vez que estuve consciente de lo que me rodeaba, me di cuenta de que la situación inapropiada había desaparecido. El tranvía no había parado, y no había habido ninguna oportunidad para que alguien se moviera, pero el problema había cesado.

Bajé del tren maravillada por lo que acababa de ocurrir; maravillada de la rapidez con que comprendí que era libre. Nunca sufrí ningún efecto posterior. Verdaderamente me sentí sana y salva de todo ese episodio.

Sin embargo, para mí la bendición más grande fue que mediante esta experiencia comprendí más profundamente que nuestra identidad única y real es total y completamente espiritual, y no es tocada por ninguna sugestión del mal. Esta nueva comprensión de nuestra identidad espiritual ha sido la base de otras curaciones que he tenido a lo largo de los años, y me ha capacitado para ayudar a otros también. Me ha dado incluso la libertad para visitar las prisiones y celebrar servicios religiosos de la Ciencia Cristiana sin temor o ansiedad, sabiendo que todas las personas con las que me encuentro son, en realidad, inofensivas, inocentes y buenas.

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