Estaba a punto de graduarme de la preparatoria y, con todas las conversaciones sobre los logros pasados y planes futuros, era difícil no compararme con los demás. Estuve sumamente ocupada en los cuatro años del bachillerato. Tomé muchas clases difíciles de Nivel Avanzado, realicé varios cursos optativos y pasé interminables horas en actividades extracurriculares. Pero a pesar de todo eso, no me reconocían de la misma manera que a muchos de mis compañeros.
Por ejemplo, por cada logro, un graduado recibiría un distintivo para usar el día de la graduación. Al compararme con mis amigos, que tenían un puñado de medallas y cordones para lucir en sus togas, automáticamente me sentí menos. Aunque había realizado más de cuatrocientas horas de servicio comunitario y me habían otorgado el Premio del Congreso, mis logros se debían principalmente a un programa externo y mi escuela no los reconoció.
Del mismo modo, yo quería continuar mi educación más allá del bachillerato. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de mis amigos, que asistirían a universidades de prestigio, no me sentía bien preparada para ir directamente a una universidad. Había decidido que iría a un colegio comunitario y luego me transferiría a una universidad. Aunque sabía que esta era la decisión correcta para mí, no pude evitar sentirme insegura, como si yo fuera la intrusa.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!