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Para jóvenes

Estuve abierta al cambio

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de abril de 2020


“Tú no sabes”.

Esas eran las palabras que usaba para explicarles todo a mis padres y a mis amigos de mi antigua escuela. Pueden suceder tantas cosas malas cuando estás interna en un colegio a muchos kilómetros de tu casa. Especialmente cuando eres totalmente nueva en la escuela.

 Llegué al internado cuando estaba en décimo grado, y parecía como que todo el mundo ya tenía su propio grupo de amigos, o incluso, podríamos decir, su propia camarilla. El primer día de clase, no tenía idea dónde sentarme. Todos se sentaron con sus amigos, y parecía que no había lugar para mí. El primer día me senté sola y sentí que no encajaba en ese ambiente.

Durante semanas, cada vez que llamaba a mi mamá le decía: “Tú no sabes cómo es este lugar. No es nada de lo que yo pensaba que sería”.

Mi mamá me sugirió que pensara en diez cosas por las que estaba agradecida. Pensé que hacerlo era absurdo; ¿cómo iba a ayudar eso? Pero como no tenía una mejor idea de cómo sentirme mejor, al final decidí hacer la lista. Se me ocurrieron algunas cosas: mi mamá y mi papá, el haber sido adoptada, que la educación en el internado era realmente buena. 

Después de compartir la lista con mi mamá, ella me preguntó cuál era la principal razón por la cual no me gustaba mi nueva escuela. Le dije que era un lugar en el que sentía que no podía ser yo misma, mientras que los demás sí podían.

Hice una pausa después de decir eso, y me senté en silencio por unos minutos porque de pronto me di cuenta de algo. Comprendí que el problema no era la escuela, o el dormitorio, ni siquiera la gente. Era yo. Es que no había llegado con un pensamiento abierto. Yo era la que no había permitido que nadie se acercara. Yo era la que tenía una mala actitud, la que no estaba abierta al cambio.

Eso realmente me hizo pensar. Me di cuenta de que, aunque extrañaba mi casa y a mi mejor amiga, no había dejado atrás el amor. El Amor es Dios, y puesto que Él está en todas partes, entonces yo podía sentir amor en todas partes. El amor de Dios estaba allí para mí en el internado y yo estaba dispuesta a ser receptiva a él.

Comprendí que todo el tiempo que me había sentido sola, Dios había estado allí, dándome empujoncitos para que entendiera qué necesitaba cambiar, cómo podía pensar de manera diferente. Dios me estaba mostrando todo el bien que estaba justo enfrente de mí, simplemente a la espera de que lo aceptara.

Después de comprender eso, y con un poco de ayuda de Dios, esas tres palabras “Tú no sabes” cambiaron a “¿Qué crees?” al hablar con mis amigos y mi familia sobre todas las cosas interesantes que estaba haciendo en el internado. La bondad de Dios no se limita a un solo lugar, así que fue divertido ver todas las formas en que podía encontrarla en mi nueva escuela; a veces de maneras obvias, otras porque Dios me daba un empujoncito. Hasta hice más amigos de lo que había pensado que haría.

Esta experiencia fue tanto una lección espiritual como de vida para mí. Me enseñó que cuando parece que las cosas no son muy buenas o no salen como yo quiero, puedo pedirle a Dios que me ayude a ver la situación de una manera diferente. Él está siempre con nosotros, ayudándonos a reconocer más de Su bondad, la cual está presente en todas partes. El hecho de tener esta expectativa de bien me ha hecho más receptiva y más dispuesta a aceptar el cambio en lugar de resistirme a él o temerlo.

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