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Para jóvenes

Liberada de ansiedad y depresión suicida

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 13 de diciembre de 2021


Durante muchos años luché con la depresión suicida, intensa ansiedad y baja autoestima. Ansiaba comprender quién era yo. De niña, asistí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero luchaba con preguntas como estas: “¿Por qué me hizo Dios como soy?” “¿Quién me ama realmente?” “¿Quién me presta atención y a quién le importa que esté ocupando un espacio?”

Tenía muchas preguntas, pero me costaba aceptar totalmente lo que había aprendido en la Ciencia Cristiana, porque la mayor parte de lo que había leído en la Biblia y en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, era acerca de Dios. No quería saber más sobre Dios. Quería saber acerca de mi propia identidad, y esto parecía estar completamente desconectado de lo que había escuchado siendo niña acerca de que Dios nos creó a todos: que somos buenos y Él nos ama.

A menudo tenía crisis en las que entraba en una espiral de llanto y me sentía profundamente infeliz. Con frecuencia, esto me llevaba a enviar mensajes de texto a algún amigo, buscando confirmación. Era vergonzoso preguntar a mis amigos qué pensaban de mí, y de todos modos nunca creía realmente en sus amables palabras. En lugar de encontrar aliento, salía de estos intercambios sintiéndome aún más inquieta e infeliz.

Un día, comencé a entrar en el mismo proceso una vez más. Mientras lloraba, me vinieron a la mente los nombres de los amigos a los que podía recurrir, pero no quería molestarlos con estos viejos pensamientos y sentimientos. En cambio, le envié un mensaje de texto a mi hermano: “¿Crees que soy una pérdida de espacio y tiempo?” 

“Busca la definición de hombre en Ciencia y Salud”, respondió mi hermano en un mensaje de texto. “Eso es lo que eres”.

Me molestó que no me hubiera dicho que yo era especial, impresionante o algo por el estilo. Enfurecida, tomé un ejemplar de Ciencia y Salud que pensé que estaba allí al azar y lo abrí con violencia en el Glosario, donde leí esta definición espiritual: “Hombre. La compuesta idea del Espíritu infinito; la imagen y semejanza espirituales de Dios; la representación plena de la Mente” (pág. 591).

Esto era lo contrario de lo que quería escuchar, y cerré el libro bruscamente, aturdida por la ira y la tristeza.

Pero a pesar de lo frustrada que estaba, me di cuenta de que le había pedido ayuda a mi hermano, y esto era lo que él había sugerido. Así que, a regañadientes, volví a tomar el libro y estudié el pasaje. Mientras lo hacía, noté que este ejemplar en particular tenía cinco pestañas de colores. Tiré de una de ellas y se abrió en un pasaje resaltado: “La individualidad espiritual del hombre jamás está mal” (pág. 491).

Sentí que me distendía un poco, y después de leer esa frase de nuevo, el dolor desgarrador por alcanzar una comprensión más profunda de mi identidad disminuyó. Las lágrimas llenas de rabia que había derramado se transformaron en lágrimas de alivio y asombro. Esta frase era lo que había querido escuchar durante tanto tiempo. Quería saber que era única, pero también que podía integrarme, no conforme a la visión del mundo sobre quién debía ser yo, sino ajustarme a mi propia individualidad. Quería estar en paz conmigo misma. 

Todo dentro de mí calló por completo, y leí el resto del párrafo. Luego miré los otros pasajes marcados. Cada uno de los que leía ahondaba más el concepto de que la identidad es espiritual, completa y buena. Hojeé por un rato estos pasajes resaltados. Mientras lo hacía, noté una etiqueta en la cubierta interior. En ella estaba mi nombre escrito en mi antigua caligrafía de la escuela primaria. 

Me di cuenta de que había usado este ejemplar de Ciencia y Salud cuando era una joven estudiante de la Escuela Dominical, para marcar cuidadosamente estos pasajes con la ayuda de mi maestro de la Escuela Dominical. Ahora, casi 18 años después, estaba redescubriendo estas ideas con una comprensión más profunda de su significado y su verdadero poder. 

De repente, escuché el eco de una voz dentro de mí: “¡Busca tu computadora! ¡Escribe esto ahora!”.

Pronto había escrito un “contrato de identidad” divinamente inspirado basado en los textos destacados. Fue como un acuerdo conmigo misma donde afirmaba que yo era suficiente debido a la forma en que Dios me creó.

Cada pasaje fue significativo, pero el que más me llegó comienza con la frase citada anteriormente, “La individualidad espiritual del hombre jamás está mal”, y continúa: “Es la semejanza del Hacedor del hombre. La materia no puede relacionar a los mortales con el origen verdadero y las realidades del ser, en los cuales todo ha de venir a parar. Es sólo reconociendo la supremacía del Espíritu, que anula las pretensiones de la materia, que los mortales pueden despojarse de la mortalidad y hallar el indisoluble vínculo espiritual que establece al hombre para siempre en la semejanza divina, inseparable de su creador”.

Mientras escribía este “contrato” espiritual para mí, me di cuenta de que estaba descubriendo la verdad fundamental de que nunca podemos separarnos de la fuente divina de nuestra identidad, Dios; no importa cuánto luchemos con nuestro sentido de Dios o peleemos contra la idea de nuestra unidad con Él. Puesto que este documento terminaba con la definición de Dios del Glosario de Ciencia y Salud, comprendí que, dado que Él es acción y ser ilimitados y yo soy el reflejo de Dios, mi creador, también debo expresar al ser ilimitado. 

Mientras que antes no entendía cómo aprender acerca de Dios podía ayudar con mi propio sentido de identidad, ahora comprendía que Dios es el fundamento de todo lo que soy. Y pude ver que todos los pensamientos negativos que me decían que era indigna, que estaba fuera de lugar, que no debería existir, y así sucesivamente, no eran legítimos, así que podía rechazarlos.

De niña había aprendido que podía negar este tipo de pensamientos, pero este había sido un concepto difícil de entender para mí. Me había sentido tan bombardeada por la depresión y la ansiedad que echar estos sentimientos a un lado y decir: “¡No, esto no es lo que soy!”, parecía demasiado difícil. Pero ahora me estaba dando cuenta de que soy —como todos— un ser espiritual: bueno, digno, amado. Así que cualquier cosa que sea negativa no viene de Dios, por lo que no tiene nada que ver con nosotros, y sobre esa base tenemos la capacidad para denegarla.

Desde esta experiencia, he descubierto que escribir acerca de mis percepciones espirituales se ha convertido en una profunda herramienta sanadora para mí, lo que me permite conectarme y comprometerme con cualquier texto espiritual que estudie. Ya no lucho con la depresión suicida, la intensa ansiedad o la falta de autoestima, porque me siento cerca de Dios, y esto me permite expresar libremente todo lo que soy. Y cada vez que vuelvo a mi documento original sobre la identidad, es un poderoso recordatorio de que mi individualidad espiritual jamás está mal, nunca se pierde y siempre estoy en el lugar correcto.  

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