Cristo Jesús dio a sus discípulos este mandamiento: “Ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado” (Juan 15:12, NTV). Se podrían decir muchas cosas sobre la naturaleza de este amor, pero un indicio del amor que él está pidiendo se puede encontrar en las palabras de Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, a un miembro del personal de su casa. Cuando se le preguntó: “¿Me amas?”, ella respondió: “Simplemente amo. Así como el sol simplemente brilla, yo simplemente amo” (véase Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy, Amplified Edition, p. 225).
Este tipo de amor es el amor universal que fluye como una resplandeciente expresión del Amor divino. Una descripción esclarecedora de este amor a semejanza del Cristo se puede encontrar en un artículo en los archivos del Journal titulado “La simplicidad y profundidad del Amor” (“Principio” y “Amor” se usan como sinónimos de Dios): “Si bien el amor no está exento de la calidez y la alegría del verdadero afecto, es mucho más grande que el mero sentimiento personal. El amor no puede tener un pensamiento competitivo o deseo de monopolio, ni puede ser apartado del Principio. … El Principio tierno y misericordioso no se expresa mediante el amor en un momento y no en otro, ni en amor por uno y no por todos; sigue siendo Amor y actúa como amor bajo toda circunstancia” (“The simplicity and profundity of Love,” Mary Sands Lee, September 1941).
Esto no es un amor o afecto limitado. No significa concentrarse en la personalidad. Y algunos podrían sentirse tentados a pensar en que este amor imparcial quizá sea menos satisfactorio, tal vez menos reconfortante, que el amor que prefiere a algunas personas antes que a otras.
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