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Confianza arraigada

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 9 de mayo de 2022


Antes de que Jesús declarara que no era la carne, sino sólo el Espíritu divino lo que provee y mantiene la vida, las multitudes lo seguían. Él había hecho mucho bien al sanar y enseñar, pero incluso muchos de sus primeros estudiantes se sintieron desafiados por la demanda de Jesús de que debían asumir un compromiso más profundo con la espiritualidad, y su número pronto se redujo a tan solo unos pocos.

A partir de ahí, Jesús continuó dedicándose a estar en los asuntos de su Padre y sus enseñanzas nuevamente ganaron popularidad. Más tarde, cuando entró en Jerusalén, las multitudes hasta lo vitorearon y agitaron grandes hojas de palma. Sin embargo, en una semana, su popularidad se evaporó, y todos, incluida la mayoría de los discípulos que restaban, lo abandonaron tanto a él como a su misión.

La experiencia de Jesús hacia el final de esa semana durante la noche antes de su crucifixión es reveladora. Allí, en el jardín de Getsemaní, él claramente luchó. Sin embargo, no podría haber sido porque tuviera temor por su propia seguridad. Sabía muy bien cómo huir de aquellos que lo crucificarían. Anteriormente en su ministerio, cuando una multitud enojada había intentado arrojarlo de cabeza por un acantilado, había caminado tranquilamente por en medio de ellos y se había ido.

En Getsemaní dijo a sus discípulos: “Mi alma está muy triste”. El relato continúa: “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:38, 39). 

¿Qué preocupaba tanto a Jesús? ¿Podría ser que lo afectara que el mundo pronto olvidaría su mensaje, sus actos, sus contribuciones? Sus adversarios querían matarlo, pero en realidad tenían la esperanza de anular y enterrar todo el amor, el sacrificio y la paciente enseñanza que él había derramado sobre el mundo.  

Pronto siguió la resurrección victoriosa de Jesús. Después de esos tres días que había pasado orando en la tumba, salió de ella con una perspectiva claramente diferente. Su preocupación anterior por su misión parece haber quedado muy atrás. Cuando Jesús le encargó a Pedro: “Pastorea mis ovejas” (Juan 21:16), había una nueva confianza en el propósito inevitable de Dios: despertar a todos alrededor del mundo y en todas las épocas al poder sanador, transformador y purificador de Dios. Jesús se dio cuenta de que la voluntad de Dios, a la que se había estado rindiendo humildemente, es tan poderosa que, en realidad, es indiscutible.

¿Le preocupaba a Jesús que el mundo pronto olvidaría su mensaje, sus actos, sus contribuciones?

Tú y yo podemos sentirnos libres de adoptar la elevada perspectiva y el punto de vista de Jesús y admitir el progreso inevitable de la ley de Dios, la ley del Amor divino. Hoy, como en los tiempos de Jesús, puede haber momentos en que el cristianismo científico no esté ganando popularidad. Puede haber otros momentos en los que obviamente lo esté. Pero como lo fue para Jesús entonces, así es para nosotros ahora: las opiniones positivas y negativas del mundo no validan ni invalidan la Verdad y su inevitable triunfo.

Podemos sentirnos alentados por el hecho de que, cuando se observa desde la perspectiva de la autoridad y el propósito absolutos de Dios, los ventosos embates de la opinión humana en realidad pueden fortalecer nuestra confianza en Dios, arraigándola en la comprensión de Su sabiduría y omnipotencia. Piensa en lo que sucede con los árboles grandes cuando crecen en un ambiente sin viento. Sorprendentemente, se vuelven tan débiles que se desploman por su propio peso. Pero cuando, a medida que crecen, están expuestos al movimiento del aire de moderado a fuerte desde diferentes direcciones, desarrollan sistemas de raíces más profundos y más robustos en respuesta a esas ráfagas turbulentas.

En línea con este proceso de fortalecimiento y arraigo, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, hace esta observación útil: “El contacto con la multitud coloca nuestros pies en tierra más firme. En los choques mentales que experimentan los mortales y en la tirantez de las luchas intelectuales, la tensión moral es puesta a prueba, y, si no cede, se hace más fuerte” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 339).

La verdadera fuerza y crecimiento no provienen de evitar los desafíos ventosos, sino de enfrentarlos. ¿Cómo lo hacemos? Somos fortalecidos en la medida en que al orar nos vemos a nosotros mismos y a los demás expresando la perfección de Dios, y nada menos. Jesús presenta el hecho eterno que identifica con precisión a cada uno de los hijos de Dios: “Por lo tanto, debes ser perfecto, como tu Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:48, según English Standard Version).

Como Pedro, cada uno de nosotros está encargado de alimentar a las “ovejas” de nuestro Padre. Para hacer bien este trabajo, tenemos que ser particularmente claros acerca de la naturaleza básica de los hijos de Dios. La Ciencia Cristiana revela que, en lugar de estar perdido, ser ignorante u obstinado, cada uno es la creación espiritual e impecable de Dios. A medida que amemos de todo corazón Su naturaleza perfecta expresada en el hombre (es decir, en cada uno de nosotros), especialmente durante los tiempos “ventosos”, seremos profundamente fortalecidos y pasaremos menos tiempo creyendo que las ovejas están perdidas o son imperfectas. Cuando lo practicamos, vemos más claramente que cada individuo es una expresión de la perfección de Dios. 

“Y con gozo seguiré / por el duro andar”, oró Mary Baker Eddy (“‘Apacienta mis ovejas’”, Escritos Misceláneos, pág. 398). ¿Nos regocijamos porque la senda es accidentada y ventosa y porque podemos estar orgullosos de haber trabajado duro todo el camino? No, nos regocijamos porque al orar podemos vislumbrar que el único estado del ser es, en realidad, la totalidad del Dios perfecto, incluida Su creación perfecta. Verdaderamente, como dijo Jesús: “Es el Espíritu quien da vida; la carne nada logra” (Juan 6:63, según International Standard Version). En los vientos contrarios de la popularidad y las opiniones negativas de hoy, contemplar la perfección impecable de Dios en nuestras “ovejas” de todos los rincones del globo define lúcidamente nuestro arraigado amor por el mundo. Y esto sana, definitiva y permanentemente.  

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