Hace unos años, experimentaba un fuerte dolor en la rodilla cada vez que caminaba. Usar un andador ayudaba un poco, pero era solo una ayuda temporal. Me di cuenta de que necesitaba orar por una solución duradera.
Varias ideas útiles me vinieron a la mente. Primero recordé la historia bíblica de Jacob, quien en una oportunidad necesitó desesperadamente la ayuda de Dios. Durante esa noche luchó con pensamientos preocupantes, pero las respuestas no llegaron fácil o rápidamente. Al fin, como resultado de su persistencia, vino a él un “ángel, un mensaje de la Verdad y el Amor” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 308), y le proporcionó el consuelo, la comprensión espiritual y la paz que buscaba.
He tenido curaciones instantáneas mediante la Ciencia Cristiana, pero en este caso me di cuenta de que necesitaba ser más como Jacob, y apegarme con fortaleza y determinación a lo que yo sabía que era espiritualmente verdadero: que, puesto que vivo, me muevo y tengo mi ser en Dios, el Espíritu, la materia y el dolor son errores, y verdaderamente no forman parte de mí. Fui creada a imagen y semejanza de Dios, espiritual y pura. Necesitaba orar para demostrar estas verdades espirituales.
Un versículo bíblico corto, pero muy impactante me brindó inspiración: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Solía pensar que esto era prácticamente imposible; hay demasiadas actividades exigentes como para poder detenerse y orar todo el tiempo. No obstante, para superar este problema, eso era exactamente lo que tenía que hacer: debía mantener de todo corazón la verdad de mi ser en el centro del pensamiento.
Mi oración era simple: “Dios es Amor”. Durante el día y la noche, con cada paso que daba, afirmaba la verdad detrás de esas tres palabras, a veces orando en voz alta. Ocasionalmente, me distraía y me olvidaba de orar, pero luego volvía a empezar. Estas palabras de un testimonio de curación reimpreso en Ciencia y Salud, por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, me parecieron muy ciertas: “He tenido algunas fuertes luchas con el error, y he aprendido que no se puede llegar al cielo de un solo salto, ni introducirse fácilmente dentro de sus puertas, sino que ‘pedir’ y ‘buscar’ y ‘llamar’ deben hacerse con fervor y persistencia” (pág. 668). Estaba haciendo fervientemente los tres y agregué un cuarto: “conocer”, y afirmé en mis oraciones las verdades espirituales que vencen el error.
En un artículo titulado “Lo que dice nuestra Guía”, la Sra. Eddy explica por qué es eficaz orar con una convicción divinamente inspirada: “No hay puerta por la cual pueda entrar el mal, ni espacio que el mal pueda ocupar en una mente plena de bondad” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 210). A medida que cedemos mentalmente a la verdad y la bondad de Dios, los efectos nocivos derivados de los errores sobre nuestra verdadera naturaleza como hijos de Dios dejan de manifestarse cada vez más. La Verdad divina silencia la voz del error.
Después de un día de orar sin cesar (lo mejor que pude) y leer y estudiar inspiradores textos de la Ciencia Cristiana, me desperté por la mañana libre de dolor de rodilla, y nunca ha regresado.
Otro de los escritos de la Sra. Eddy dice: “Tened buen ánimo; la lucha con uno mismo es grandiosa; nos da bastante empleo, y el Principio divino obra con nosotros —y la obediencia corona el esfuerzo persistente con la victoria eterna” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 118). Estoy agradecida por esta victoria y por la lección que aprendí acerca del valor de la oración persistente.
Kaye Cover
Placerville, California, EE.UU.