Los chistes de “rubia tonta” al principio no me molestaban. Desde muy jovencita, siempre me sentí tan capaz e inteligente como otros estudiantes; a pesar de que algunos chicos esperaban que fuera tonta debido al estereotipo asociado con el cabello rubio.
Sin embargo, cuando llegué al bachillerato, mis calificaciones comenzaron a bajar, y me encontré comentando constantemente que no era lo suficientemente inteligente o capaz como para que me fuera bien en mis clases. En broma les decía a mis amigos que probablemente se debía a mi cabello rubio. Pero las verdaderas razones de mi baja autoestima y mis inseguridades fueron a causa de un entrenador de fútbol que me había hecho sentir que no era lo suficientemente buena, compañeros de equipo que me menospreciaban y un maestro que me había humillado frente a su clase.
Realmente había empezado a creer que no era inteligente.
Cuando me trasladé de mi bachillerato a un colegio para Científicos Cristianos, mi baja autoestima me siguió, y aunque mis calificaciones comenzaron a mejorar, todavía hacía bromas criticándome como una forma de desviar mis dudas sobre mi inteligencia.
En mi tercer año, mi consejero me colocó en una clase de honores. El primer día, llegué agitada a clase y miré alrededor del aula.
Estos son todos los chicos inteligentes, pensé. No encajo aquí.
Después de la clase, me acerqué al maestro y le dije que no creía que una clase de honores fuera una buena idea para mí. Cuando me preguntó por qué, le expliqué que no podría seguir el ritmo de los otros estudiantes, que eran mucho más inteligentes que yo.
Mi maestro era Científico Cristiano, y me di cuenta de que no creía que yo no fuera lo suficientemente inteligente o capaz de manejar el trabajo de clase. Yo sabía que esto se debía a que él no me veía limitada o con un coeficiente intelectual particular, sino como la expresión de la inteligencia divina, o Dios. Aunque yo no estaba segura de creer eso, fue reconfortante que él lo hiciera.
“Te propongo algo”, dijo. “Quédate hasta el final de la semana. Si todavía sientes que no puedes estar a la altura de los demás, volveremos a hablar”.
Con mucha vacilación estuve de acuerdo. Resultó que rápidamente me hice amiga de los otros estudiantes de la clase y nunca sentí que me estaba quedando atrás o fuera de lugar. Comencé a recuperar algo de mi confianza, y mi tendencia a hacer chistes de la “rubia tonta” comenzó a desaparecer.
Más tarde ese año, hice una prueba para el papel principal en una obra de Shakespeare y me sorprendí cuando me eligieron. Pero la euforia rápidamente se convirtió en miedo al preocuparme por cómo iba a memorizar mi parte, y ni que hablar de entender el inglés complejo y elaborado. Cuando le comenté mi preocupación a mi profesora de teatro (también Científica Cristiana), me dijo que me había elegido porque sabía que yo era capaz de encargarme del papel. Me aseguró que no era yo la que hacía el trabajo. Dios es la Mente divina, y soy Su expresión completa. Apoyándome en Dios, no podía fallar.
No obstante, trabajé duro para memorizar mis líneas y aprender lo que significaban. Mis padres me ayudaron a comprender que la memorización, el estudio y los ensayos para prepararme para el espectáculo eran importantes, pero en última instancia, la mayor ayuda sería ver que Dios me proporcionó toda la inteligencia que necesitaba. También me recordaron que estaba allí para bendecir a mis compañeros de reparto y al público, no para demostrar que era una buena protagonista.
Cuando llegó la noche del estreno, me senté rodeada de mis compañeros de reparto antes del espectáculo y oré en silencio para que Dios nos proporcionara a todos lo que necesitábamos para tener éxito. Puse todo en Sus manos y Le agradecí por la oportunidad de expresar a la Mente en el escenario.
El espectáculo fue aún mejor de lo que esperaba. Después de una actuación, vi a mi profesor de historia y me acerqué para agradecerle por venir.
“Espero que nunca vuelvas a dudar de tu inteligencia”, me dijo. “No conozco a muchas personas que puedan memorizar todas esas líneas y decirlas con tanta naturalidad como tú”.
Le agradecí sus amables palabras. El apoyo que había recibido de mis profesores y mis padres, junto con la libertad que sentí al actuar, me ayudaron a darme cuenta de que mi inteligencia no está determinada por el color del cabello, las clases que tomo en la escuela, lo que dicen los demás o incluso mi propia percepción de mí misma. Por ser el reflejo de Dios, cada uno de nosotros expresa todas las buenas cualidades que Dios incluye; tales como claridad, enfoque, perspicacia y comprensión.
Estoy muy agradecida de que la Ciencia Cristiana nos ayude a ver de lo que somos capaces a medida que comprendemos que todas nuestras aptitudes provienen de Dios.
