Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Confiada en el constante cuidado de Dios

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 18 de diciembre de 2023


Unos días antes de la Navidad de 2021, después de una transacción rápida en un centro comercial, empecé a cruzar por un paso de peatones, y lo siguiente que supe fue que estaba en el suelo. Había sido atropellada por un coche que circulaba lentamente. No tenía dolor, pero no podía levantarme, porque mi pie estaba debajo de una de las ruedas del auto. Me vino a la mente una declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, que me recordó que “los accidentes son desconocidos para Dios...” (pág. 424). Pero, pensé, ¡aquí estoy! Parecía desconcertante, pero decidí apegarme al “pensamiento de Dios”. 

Era natural para mí saber que Dios estaba presente y que yo recibía Su cuidado. Entonces pensé en estas palabras: “Levántate de inmediato; estás bien”. Tiré con fuerza y saqué el pie de mi zapato, que permanecía debajo de la rueda, y me levanté.  

Mucha gente se había acercado, y una mujer amablemente recuperó mi zapato y se quedó conmigo hasta que llegó la policía. Un paramédico me examinó el pie y el tobillo y me dijo que debía ir al hospital para que me hicieran una radiografía. Sin embargo, yo estaba dispuesta a apoyarme en la Ciencia Cristiana y ponerme en las manos de Dios. Telefoneé a mi esposo y le pedí que llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana para recibir un tratamiento mediante la oración. Rechacé más recomendaciones de que procurara atención médica y le aseguré al oficial de policía que podía llegar a mi automóvil y conducir a casa con seguridad. 

Mientras me alejaba, sentí dolor en el pie por primera vez. Cuando llegué a casa, me consolaron las palabras sanadoras del practicista mientras hablábamos por teléfono. Pasé el resto del día descansando y orando con las ideas que él había compartido conmigo: que nunca había un momento en el que Dios no estuviera gobernando, en el que el Amor divino no fuera supremo, en el que todos no estuviéramos abrazados en la Verdad divina, o en el que la materia fuera inteligente o definiera la identidad.

Esa noche, recibí una llamada de la conductora del auto, quien me instó de nuevo a ver a un médico. Le agradecí la preocupación y le dije que estaba bien. Al día siguiente, un representante de su compañía de seguros me llamó para explicarme por qué era ventajoso para mí presentar un informe médico. Me pregunté: “¿Mi negativa a ir al médico es una resistencia obstinada o una firme convicción?”. Reconocí que ceder a la duda y al temor llevaría a la confusión, pero esta declaración de Ciencia y Salud me dio confianza: “No dejes que ni el temor ni la duda ensombrezcan tu claro sentido y calma confianza de que el reconocimiento de la vida armoniosa —como la Vida es eternamente— puede destruir cualquier sentido doloroso o cualquier creencia acerca de aquello que no es la Vida” (pág. 495). Llena de confianza en la Verdad sanadora, le dije al perito de seguros que podía cerrar el caso porque yo estaba bien.  

A la noche siguiente, entré caminando a nuestra reunión de testimonios de los miércoles en la iglesia. Aunque todavía no tenía la intención de compartir esta experiencia, me levanté espontáneamente para dar gracias por la protección divina que se había manifestado dos días antes. Durante las semanas siguientes, pude reanudar todas las actividades normales, incluida la natación y el tenis. Pero se necesitaba algo más que integridad física, y esa curación aún estaba por venir.

Seis meses después, las lecturas de la Biblia y Ciencia y Salud en otra reunión de testimonios se centraron en la fe inquebrantable de Daniel en Dios, lo que resultó en que permaneciera ileso en el foso de los leones. Durante la reunión, la congregación compartió ejemplos inspiradores del cuidado de Dios. Un miembro habló de protección contra una caída mientras esquiaba, otro, de seguridad durante el servicio militar en el extranjero. Empecé a replantearme mi experiencia en el centro comercial. Sabía que había sido protegida de las lesiones físicas, pero no estaba libre de la creencia de que había sucedido algo repentino e impredecible y me había hecho sentir incómoda. Recordé que cuando la conductora del auto se disculpó conmigo y me dijo que nunca antes había estado en esta situación, yo le respondí: “Nunca antes me había atropellado un auto”. (No me gustaba sentirme como una víctima o un espectáculo.) Después de regresar a casa de la iglesia, abrí Ciencia y Salud en la página 424 y pensé cuidadosamente en el significado del pasaje que comienza: “Los accidentes son desconocidos para Dios...”

Finalmente, comprendí que podía dejar de creer que un paso de peatones era una zona que debería haberme protegido. Podía ser indulgente. Y podía aceptar que, en realidad, nunca había experimentado nada traumático o incluso incómodo. Con eso, ya no sentí que había sido víctima del azar, sino más bien un testigo de la infalible dirección de Dios.  

Estoy agradecida por la oración que recibí del practicista y de mi esposo. También quiero expresar mi aprecio por las reuniones de testimonios que nos llenan de inspiración y por la oportunidad de compartir cómo se está demostrando la curación cristiana en nuestras vidas hoy en día.

Bonnie Bleichman
Santa Fe, Nuevo México, Estados Unidos

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más artículos en la web

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.