Vivimos en una época de agendas apretadas y demandas aparentemente interminables. La gente trata de encontrar momentos u oasis de quietud a través de diversos medios. Muchos recurren a la oración para tener un fundamento apacible. Por ejemplo, en este momento has elegido estar quieto para leer o escuchar este editorial.
Abrirse a una fuente silenciosa de ideas espirituales tranquiliza el pensamiento temeroso, confundido o centrado en sí mismo y conduce a la curación. Tal vez el salmista describió mejor este tipo de oración cuando escribió: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10).
Cristo Jesús mostró el efecto de hacer esto. En una ocasión, estaba en una barca con sus discípulos cuando estalló una tormenta. Tal era su confianza en la tranquilidad del Espíritu omnipresente que se quedó dormido (véase Mateo 8:23-27). Además, cuando sus discípulos asustados lo despertaron, el tono de su pensamiento los abrazó tanto a ellos como al ambiente. Todo se calmó: el viento, las olas y los temores de los discípulos se tranquilizaron.
El mundo enfrenta muchos tipos de tormentas que envuelven sucesos perturbadores, con efectos individuales y de largo alcance. Si conocemos y confiamos en la fuente de la quietud que Jesús expresó, nosotros también podemos calmar cada vez más las tormentas en nuestras vidas y en nuestro entorno.
La quietud como Jesús la expresó es un aspecto de nuestra unidad con Dios. Él describió sucintamente su relación con Dios al decir: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Como Espíritu es un nombre bíblico para Dios, también estaba diciendo: “Yo y el Espíritu somos uno”. Además, el Padre divino de Jesús es también nuestro Padre, por lo que nosotros también podemos decir: “Yo y el Espíritu somos uno”. Esto significa que cada uno de nosotros es realmente espiritual en este momento y que el Espíritu, Dios, es la fuente de todo el bien que expresamos. Asimismo, nuestra consciencia refleja la sustancia del Espíritu. Podemos sentir esta relación con el Espíritu mediante los pensamientos impulsados por Dios y los momentos de inspiración. El pensamiento equilibrado, receptivo a las ideas del Espíritu, somete las aparentes presiones de la existencia mortal y nos da acceso al poder espiritual. Comprendemos más claramente cómo Jesús fue capaz de calmar las tormentas a través de las cualidades propias del Cristo que derivaban de su inseparabilidad de Dios. Este es un gran lugar para comenzar nuestra oración: estar quietos y reconocer nuestra expresión inherente a las cualidades propias del Cristo, tales como el amor por Dios, el cuidado de los demás y la eliminación del temor. Si nos sentimos angustiados por algo, tenemos un punto de partida: reconocer la presencia y la paternidad divina del Espíritu y nuestra herencia como descendencia del Espíritu. Todos pueden experimentar más quietud hoy al reconocer la paternidad del Espíritu y la identidad espiritual que Dios nos ha dado, y al ejercer las cualidades a semejanza del Cristo.
La quietud centrada en Dios es práctica. Al viajar a diferentes países, muchas veces tuve que estar al tanto de las advertencias sobre enfermedades prevalentes o disturbios sociales en mis diversos destinos. En lugar de centrarme en las estadísticas sobre estas situaciones, decidí estar mentalmente quieta. Me preparé para estos viajes sabiendo que Dios estaba presente en todas partes. Esa es la naturaleza del Espíritu divino: ser omnipresente. Esta certeza de que jamás me aparto de la presencia del Espíritu disminuyó el temor e hizo que tuviera un viaje seguro, lleno de confianza y libre de enfermedades. La quietud centrada en Dios también da impulso al ímpetu de nuestro progreso espiritual en cualquier cosa por la que estemos orando. Logramos expresar un aplomo más elevado y nos sentimos más fuertes al realizar nuestras diversas tareas.
Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, enfrentó muchas imposiciones sobre su propia necesidad de quietud mientras trabajaba para establecer y fortalecer el movimiento de la Ciencia Cristiana. Las fricciones, el temor, el ego humano, el resentimiento y la animosidad expresados por aquellos con quienes interactuaba a menudo la asediaban. Ella articuló la norma para la acción eficaz, que ella misma practicaba: “La mejor clase espiritual del método de acuerdo con el Cristo para elevar el pensamiento humano e impartir la Verdad divina, es poder estacionario, quietud y fuerza; y cuando hacemos nuestro este ideal espiritual, viene a ser el modelo para la acción humana” (Retrospección e Introspección, pág. 93).
Esta quietud no es pasiva. La actividad del Cristo, la verdadera idea de Dios, neutraliza las espinas de la materialidad que tenderían a impactar negativamente en los objetivos y actividades que Dios nos ha dado. Expresar las cualidades propias del Cristo trae salud, paz y contentamiento: la armonía tan buscada.
La quietud que resulta al comprender la omnipresencia del Espíritu tiene un impacto sanador continuo. Desde la perspectiva de la quietud que se basa en Dios, es natural estar consciente de la presencia del Espíritu que se expresa al tener cada vez más paciencia, frescura y resistencia. Estamos preparados para pensar y hacer las cosas que se requieren en un momento dado con energía y precisión. Debido a la totalidad y la bondad perpetua del Espíritu, cosas como la fricción, el miedo y el caos nunca tienen un punto de apoyo en la existencia espiritual. Allí mismo donde un problema parece desarrollarse, está la presencia del Espíritu que lo anula. Y esto puede demostrarse hoy tanto como lo fue cuando Jesús calmó la tormenta.
Mary Beattie, Escritora de Editorial Invitada
