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“La paz pura es tuya”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 22 de mayo de 2023


Uno de los amados himnos de Mary Baker Eddy declara:

Tu suerte no importará 
      si guía Amor, 
que la paz pura es tuya
en calma o tempestad.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 160, según versión en inglés) 

¿Podría haber alguien en esta querida tierra nuestra que no anhele tener más paz? Ciertamente, la idea de que la “paz pura” es nuestra bajo toda circunstancia, “en calma o tempestad”, es una promesa profundamente reconfortante. Pero al considerar esta promesa más detenidamente, vemos que incluye una condición: “si guía Amor”. Necesitamos ser guiados por el Amor, Dios, el Principio divino del cristianismo de Cristo, a fin de ser bendecidos con esta paz. La Sra. Eddy escribe: “El Principio de la Ciencia Cristiana demuestra la paz” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 279). 

La obediencia a esta regla del Amor abre el camino para comprender y experimentar la indestructibilidad de la paz, “en calma o tempestad”. A todos nosotros se nos brindan infinitas oportunidades para demostrarlo. Pero hay una oportunidad que jamás he olvidado que ocurrió hace muchos años, cuando salí a pasear con mi precioso perro, Luke. Era un día brillante de primavera, y había estado reflexionando sobre la unidad y la totalidad de Dios y mi unidad con Él. Y lo único que sentía era “paz pura”. 

Había caminado más lejos de lo habitual y me encontré en un callejón público sin salida que nunca había visto antes. No había entrado muy lejos en él cuando escuché que alguien me gritaba, me decía que me diera la vuelta, saliera y me llevara a mi perro conmigo. La ira de la mujer, que parecía sumamente estridente en comparación con la belleza y la tranquilidad del día, fue como el repentino estallido de un trueno. Crucé al otro lado de la calle y sentí la necesidad de orar hasta que mi paz fuera restaurada. 

Tenía perfectamente claro el hecho espiritual de que la paz, en realidad, no podía perderse. Sabía que no era una condición de la mente humana, sino una cualidad impersonal y omnipresente del Alma, Dios, reflejada en toda la creación. Sin embargo, este hecho espiritual era meramente teórico —meras palabras— en la medida en que yo estuviera agitada y no sintiera la paz universal e indivisible de Dios que realmente siempre estaba abrazando tanto a la mujer que parecía tan irracionalmente enojada como a mí. 

Me había comprometido durante bastante tiempo a comprender y vivir lo mejor que podía la explicación fundamental de la Sra. Eddy de la impecable obra sanadora de Cristo Jesús. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, ella escribe: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, es universal, y que el hombre es puro y santo” (págs. 476-477). 

Sobre la base de esta profunda explicación del método de curación de Jesús, es obvio que haber visto a esta mujer como un mortal pecador habría sido identificarme a mí misma como un mortal pecador, separado del Amor y su semejanza, y, por lo tanto, totalmente incapaz de ver o amar al hombre espiritual y real de la creación de Dios. Porque para los sentidos materiales, la materia y los mortales pecadores son lo único que es real. 

Pero al identificarme correctamente a mí misma —es decir, “en la Ciencia” como la descendencia y semejanza del Espíritu, el Amor divino— pude ver, con el sentido espiritual y en cierta medida, a través del velo ilusorio de la mente mortal que parecía definir a esta mujer. Pude contemplar mentalmente su verdadera individualidad espiritual, inseparable del Amor allí mismo donde un mortal pecador parecía aparecer ante los supuestos sentidos materiales e irreales. No recuerdo cuánto tiempo permanecí allí, pero por fin tuve la misma sensación de paz y tranquilidad que había tenido cuando caminé por primera vez por esa callecita. 

Fue entonces que de repente escuché una voz dulce que gritaba: “¡Oh, qué hermoso perro! ¿Puedo acariciarlo?”. ¡Era la misma mujer, y fue como si hubiera notado mi presencia por primera vez! Regresé a su lado de la calle y entablamos una conversación muy agradable, mientras ella acariciaba a Luke. Luego, inesperadamente, comenzó a contarme efusivamente algunos problemas que tenía, y pude hablarle sobre el gran amor y el tierno cuidado de Dios por ella. Fue un momento preciado.

Después, así como antes de esta experiencia, seguí esforzándome por ver toda la creación “en la Ciencia”, por ver la realidad espiritual que el Amor divino crea y mantiene no solo en situaciones en las que hubo ofensas, malentendidos o desacuerdos, sino sin importar dónde estuviera o qué estuviera haciendo. Quedó claro que Jesús no solo percibía la creación espiritual y perfecta de Dios cuando se necesitaba curación. Vivía conscientemente en ese conocimiento omnipresente de la realidad espiritual que está completamente separada de la falsa suposición de la vida material. Plenamente consciente de su inquebrantable unidad con su Padre, el Amor divino, siempre veía a través de la ilusión de una creación material. Nunca fue real para él. Como nuestro “humano y divino Maestro” (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 187), el Padre nos envió a Cristo Jesús para ilustrar la perfecta coincidencia de la humanidad y la divinidad. 

Mi oración no solo consistía en practicar la verdad de mi propia unidad con el Amor y reconocer a los demás únicamente como Dios lo hace —cada uno como la expresión perfecta a semejanza del Cristo que Dios está revelando perpetuamente— sino también rechazar la mentalidad material que solo puede contemplar a un “hombre mortal y pecador”. Descubrí que reconocer la presencia de una sola Mente al interactuar diariamente con las personas podía profundizar y cambiar rápidamente el curso y el carácter de muchas conversaciones y experiencias. Esforzarse por practicar a diario el arte de contemplar “en la Ciencia al hombre perfecto” allana el camino para poder enfrentar desafíos más grandes. Quizá se podría decir que Dios siempre nos tiene “en entrenamiento” para vernos unos a otros como Él nos hizo a todos. 

De hecho, unos cinco años después de mi experiencia con esta mujer, descubrí que mi “entrenamiento” fue beneficioso porque me encontré envuelta durante muchos meses en un caso legal muy difícil que incluía interrogatorios y declaraciones en persona. 

Pero la belleza de cualquier regla genuinamente científica, por más simple que sea, es que, como las matemáticas, puede aplicarse a cualquier nivel de dificultad. En la Biblia leemos: “Es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27), y fue este Cristo, la influencia del Amor divino en la consciencia humana, lo que me permitió aferrarme a la imagen y semejanza de la creación de Dios a lo largo de esta experiencia. Y esto mantuvo mi paz. 

No obstante, es importante señalar aquí que este no fue un caso de “Paz, paz; y no hay paz” (Jeremías 8:11) o una “paz falsa y conveniente” (Miscelánea, pág. 211) que proviene de ignorar el pecado. Como en la experiencia mencionada anteriormente, la paz que sentí en mi corazón vino de dejar que el Amor destruyera tanto el pecado como la creencia en un “hombre mortal y pecador”. El resultado fue que la injusticia dio paso a la justicia, se hicieron los ajustes correctos y el caso se resolvió. Estaba claro que la fuerza de voluntad, la energía depravada de la mente carnal que destruiría nuestra paz, no podía hacer frente al Espíritu Santo, la Ciencia divina, la energía dinámica y la voluntad del Amor infinito. Con mucha simplicidad, Ciencia y Salud declara: “La Ciencia Cristiana silencia la voluntad humana...” (pág. 445).  

Nuestro Maestro les dijo a sus discípulos poco antes de su crucifixión: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27). Verdaderamente, la paz de Cristo Jesús no era mundana, no estaba subordinada a las circunstancias externas. La brutal persecución y la desgarradora ingratitud que soportó le habrían hecho imposible experimentar la paz si hubiera creído que dependía de las circunstancias y la evidencia de los sentidos físicos. No, la paz que nos dejaba era la paz inexpugnable —el reino de los cielos que ya estaba dentro de nosotros— que se produce al demostrar nuestra unidad con el Amor, nuestra propia filiación con Dios, quien es el Padre de todos.   

El hecho científico es que la verdadera paz en la tierra sólo puede ser comprendida y alcanzada en el contexto de una sola Mente, un Padre de toda la creación; jamás en el error de una mente separada de Dios que abre la puerta a voluntades, opiniones y despotismo potencial en conflicto. En una convincente declaración que revela la coincidencia de la Mente divina con la humanidad, así como la perfectibilidad de la humanidad, la Sra. Eddy escribe: “Debiera entenderse plenamente que todos los hombres tienen una única Mente, un único Dios y Padre, una única Vida, Verdad y Amor. El género humano se perfeccionará en la proporción en que este hecho se torne aparente, cesarán las guerras y la verdadera hermandad del hombre será establecida” (Ciencia y Salud, pág. 467). 

Por el momento, el mundo, visto a través de la lente del sentido material, a menudo parece estar muy lejos de este ideal. Pero nuestro Maestro nos mostró la verdadera visión, el reino espiritual visible para el sentido espiritual, para la consciencia que Dios otorga. Mediante sus enseñanzas que abarcan todo y sus incomparables obras de curación demostró plenamente la nada de la materia y el mal y la totalidad de Dios, el bien. 

De modo que, a pesar de los argumentos del mal de odio, egoísmo, lujuria, hipocresía, manipulación mental, ignorancia, inanidad, venganza, malicia, envidia, codicia, depravación y crueldad, y a pesar de la aparición de desastres naturales, enfermedades, terrorismo y guerra, el mensaje de paz que Jesús demostró permanece para siempre como nuestro ideal en la tierra como en el cielo; un ideal para ser demostrado por cada individuo. Es una meta alcanzable, ya que estamos dispuestos, como Pablo, a tener al “viejo hombre... crucificado juntamente con [Jesús]” (Romanos 6:6), donde el viejo hombre representa la creencia de una individualidad y una identidad separadas de Dios, quien es la única fuente de la paz genuina. La verdadera identidad que tenemos en este momento solo puede ser revelada a través de la abnegación; mediante la disposición a renunciar a todo lo que constituye al “viejo hombre” llamado hombre material. Nada más puede levantar el velo de la materia y revelar la unidad original con el Amor que nos permite demostrar nuestra individualidad perfecta. 

Con este fin, cada uno de nosotros tiene que lidiar con el pecado; particularmente el error fundamental del origen material que el nacimiento virginal de Jesús abolió. Y necesitamos la humildad para dejar que la luz de la Verdad nos muestre las creencias falsas y materiales que son las únicas cosas que están clavadas en la cruz. 

Cuando la turbulencia y el caos de la mente mortal parecen abrumadores, podemos recordar que nuestro querido Maestro no solo nos dejó su paz —la verdadera paz divina que no es la que “el mundo da”— sino que también siguió esta declaración con las palabras consoladoras: “No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Porque, como Jesús nos mostró a todos, esta paz pura es nuestra para siempre.  

Verdaderamente, 

Tu suerte no importará 
      si guía Amor, 
que la paz pura es tuya
en calma o tempestad.

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