Me sentía agobiada. Era Navidad y sentía la presión de hacer muchas cosas para prepararme para las actividades y los invitados. Mientras me apresuraba a hacer las tareas, me vino al pensamiento la palabra “afanada”. La reconocí por una historia de la Biblia.
El Evangelio de Lucas relata que Cristo Jesús estaba visitando a sus amigas, María y su hermana Marta, y que “Marta se preocupaba con muchos quehaceres”, probablemente preparando la comida y atendiendo las tareas domésticas. Mientras tanto, María estaba sentada a los pies de Jesús y escuchaba sus enseñanzas. Cuando Marta se quejó ante Jesús de que María la dejaba hacer todo el trabajo, él respondió: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Lucas 10:38-42).
Al releer esta historia, me di cuenta de que Jesús nunca dijo que el trabajo de Marta no fuera importante. Por supuesto, había que preparar la comida y hacer las tareas. Pero lo más importante era escuchar con humildad las verdades que Jesús estaba compartiendo.
La palabra afanada significa atribulada o abrumada. Comprendí que no necesitaba olvidarme de las tareas necesarias, sino que mi pensamiento necesitaba cambiar, de sentirme agobiada por mi trabajo a orar —escuchar el mensaje del Cristo— para encontrar naturalmente una paz y una alegría libre de cargas.
Un día, durante esa época, estaba preparando una comida para los invitados y haciendo lo que podía para que todo funcionara según lo programado. Saqué una fuente del horno que estaba a 400 grados y revolví el contenido, pero cuando recogí la fuente para volver a ponerla en el horno, olvidé usar las manoplas. El dolor era intenso, y mi primer pensamiento fue de autocondena. ¿Cómo pude haber sido tan descuidada? Pero luego se me ocurrió que esta era una oportunidad para ser más una María que una Marta. Podía escuchar humildemente al Cristo, el mensaje de Dios acerca de Su amor y cuidado todopoderosos por nosotros. Y hacerlo me hizo sentir tan en paz que ni siquiera miré mis manos doloridas.
Sabía que mi esfuerzo por preparar la comida provenía de mi amor por nuestros amigos, y me negué a permitir que algo agobiara o estorbara esta ocasión tan feliz. Seguí agradecida por todo lo bueno que Dios estaba derramando sobre todos nosotros. Mientras disfrutaba de la velada, el dolor en mis manos disminuyó. Más tarde esa noche, noté que solo quedaba un leve enrojecimiento, e incluso eso había desaparecido por la mañana.
Durante la temporada navideña —y siempre— podemos sentirnos liberados de cargas y libres para disfrutar y expresar la paz que Cristo nos prometió.
Louise Kleinsmith
Adrian, Michigan, EE.UU.