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Mary Baker Eddy y cómo elevar la norma de la femineidad

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de julio de 2023


Sentía como si el manto de la maternidad me estuviera aplastando.

Fue una decisión correcta quedarme en casa con mis dos hijos menores de dos años y dejar mi carrera en la industria automotriz. Ya hacía algún tiempo que era claro que esta no era la carrera para mí. Pero ahora en casa sola con los bebés, extrañaba el respeto, el orden de mi día y la independencia que había disfrutado. Estaba comprendiendo la cruda realidad de los sacrificios y la paciencia requeridos como progenitor, y de mis aparentes deficiencias en esta nueva función. 

Anhelando extender mi mente más allá del último episodio de Plaza Sésamo y liberarme de esta sensación de desaliento, comencé a leer una biografía sobre Mary Baker Eddy, que destacaba sus logros en los siglos XIX y XX, y su lugar en la historia como una de las únicas mujeres en fundar una religión global.  

Por haber crecido dentro de una familia que practicaba la Ciencia Cristiana, había aprendido en la Escuela Dominical acerca de este enfoque científico y espiritual de la curación que Cristo Jesús enseñó, y que Eddy redescubrió y codificó. Sin embargo, no sabía mucho sobre su travesía, y cómo llegó a ser una de las mujeres más reconocidas y exitosas de su tiempo. Mientras leía, me sentí fortalecida por el valiente ejemplo de su vida que rompió paradigmas, redefiniendo lo que una mujer podía ser. Y mientras viajaba junto con Eddy, comencé a sentir una creciente hermandad con ella.

Pronto estaba leyendo cualquier biografía de su vida que pude encontrar, viendo cómo superó los desafíos de la enfermedad crónica, la maternidad, las dificultades matrimoniales, la pobreza y las limitaciones profesionales de ser mujer en aquel entonces. A pesar de los numerosos obstáculos, siempre estuvo segura de que Dios debía tener las respuestas. Su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, describe su búsqueda: “Durante tres años después de mi descubrimiento, busqué la solución de este problema de la curación-Mente, escudriñé las Escrituras y leí pocas otras cosas, me mantuve alejada de la sociedad y dediqué tiempo y energías al descubrimiento de una regla positiva. La búsqueda fue dulce, calma, y animada con la esperanza, no egoísta ni deprimente” (pág. 109).

No obstante, mi viaje parecía ser un poco egoísta y deprimente. Si bien siempre había querido ser madre y estar presente para cuidar a mis hijos, vi que mi esposo y amigos disfrutaban de más autonomía y satisfacción profesional. Pero fue reconfortante saber que, si bien Eddy también se desanimó a veces, nunca abandonó su búsqueda por encontrar salud y seguridad. Y no veía sus difíciles circunstancias como un obstáculo en el camino, sino como oportunidades que la prepararon gentilmente para la obra de su vida.

Crecer en gracia

Al contemplar más ampliamente la historia de su vida, las palabras en sus obras publicadas —que conocía desde hacía mucho tiempo— adquirieron un significado completamente nuevo. Un pasaje en particular de Ciencia y Salud realmente me habló. “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresada en paciencia, mansedumbre, amor y buenas obras” (pág. 4). Mientras leía, la imaginé escribiendo estas palabras desde la fuente de su propia experiencia. Habiendo sido incapaz de obtener un ingreso estable como mujer que luchaba contra la enfermedad, y habiendo sido abandonada por su marido, la gracia era esencial para ella. Durante sus años de búsqueda, debe de haberse dado cuenta de que necesitaría cultivar la abnegación y la misericordia para lograr todo lo que Dios tenía destinado para ella. 

 Si bien todas mis necesidades humanas eran satisfechas, yo también sabía que era necesario tener más “paciencia, mansedumbre, amor y buenas obras”. Ese pasaje sobre la gracia se convirtió en la declaración de la misión para mí, cuando comencé a aceptar los desafíos cotidianos. No hace falta decir que mi dulce y creciente familia también se benefició enormemente de esto.

Dios como Madre

Una de las contribuciones más profundas de Eddy a la humanidad fue su elucidación de la naturaleza de Dios como Madre y Padre. En la iglesia donde creció le habían enseñado acerca del gran amor por Dios y a ver a Dios más como un Juez todopoderoso, pero ella aprendió de su madre la naturaleza de Dios como Amor, a quien podemos recurrir en busca de consuelo y curación. 

Al estudiar detenidamente su Biblia en su juventud, también debe de haber descubierto las palabras en la Primera Epístola de Juan que describen a Dios como Amor: “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (4:16). Más tarde diría en uno de sus escritos: “Para mí Dios es Todo. Se Le comprende mejor como el Ser Supremo, Vida infinita y consciente, como el afectuoso Padre y Madre de todo lo que Él crea; …” (La unidad del bien, pág. 48). Al pensar en esto, mi nuevo papel como madre comenzó a parecer más natural e innato. Las cualidades de la maternidad eran cualidades de Dios, de manera que, como descendencia espiritual de Dios, naturalmente reflejaba gracia, compasión, paciencia y bondad. 

La maternidad no era un manto que me aplastaba; la maternidad era lo que necesitaba esta preciosa familia en la que Dios me había puesto. Al continuar aprendiendo del ejemplo de Eddy, sentí un creciente sentido de propósito y satisfacción incluso en las tareas más mundanas, ya que cada momento se convirtió en una oportunidad para elevar el pensamiento. 

No hay calendario para el progreso

De Eddy también aprendí que no hay un cronograma para realizar nuestro propósito en la vida. Ni siquiera comenzó la carrera por la que es conocida como Descubridora, Fundadora y Guía de la Ciencia Cristiana sino hasta mediados de los cuarenta. De hecho, mientras que muchos hombres y mujeres (incluso hoy en día) se relajan cuando llegan a los sesenta años, ella estaba cada vez más ocupada, teniendo por delante los años más activos de su carrera que continuaron hasta bien entrados los ochenta. 

A medida que una noción mucho más completa y grandiosa de la femineidad comenzó a tomar forma para mí, me di cuenta de que muchas otras mujeres tenían vidas con propósito como madres, así como pensadoras y líderes vibrantes: las sufragistas Elizabeth Cady Stanton (que era madre de siete hijos) y Lucretia Mott (que tenía seis hijos), y eran contemporáneas de Eddy; y líderes modernas como la ex Secretaria de Estado de los Estados Unidos Madeleine Albright, que era una dedicada madre trabajadora que recibía llamadas de sus tres hijas sin importar dónde estuviera, y la ex jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg, cuyo esposo en cierto momento asumió un papel más importante en el cuidado de sus hijos para que ella estuviera libre de seguir su notable carrera. Sentí como si la firme posición de Eddy en pro de la gracia y la fortaleza se estuviera filtrando a través de los siglos, elevando la norma de la femineidad.

A través de la mayor comprensión espiritual que la Ciencia Cristiana me ha dado, ahora veo que este tiempo de crecimiento proporcionó una base —con alto componente “práctico”— para mi futura carrera, enseñándome la paciencia y la abnegación que se requerirían años más tarde para ingresar a la profesión de practicista de la Ciencia Cristiana. Eddy dijo una vez: “Que el mundo me comprenda en mi verdadera luz, y vida, haría más por nuestra Causa que cualquier otra cosa” (véase Yvonne Caché von Fettweis and Robert Townsend Warneck, Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition, p. 175). Al aprender de su ejemplo como mujer de fe, madre, sanadora espiritual, escritora y guía del movimiento de la Ciencia Cristiana, he encontrado renovado significado en sus palabras publicadas, y entiendo más los años de experiencia que dedicó a cada oración que escribió. 

Hoy, a 25 años (y un hijo más) de ser madre —todavía conmovida cada día por la guía de Eddy al seguir el ejemplo de Jesús— me doy cuenta de que nadie está encasillado en un conjunto limitado de rasgos o roles específicos de género. Todos estamos hechos por Dios, ya completos y con propósito. Eddy creía y demostró que cada uno de nosotros tiene la capacidad de expresar la maternidad y la paternidad de Dios: la gracia, la fortaleza, la paciencia, la abnegación y la comprensión espiritual para lograr lo que Dios nos inspire a hacer y para cumplir con el trabajo de nuestra vida. 

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