Sentía como si el manto de la maternidad me estuviera aplastando.
Fue una decisión correcta quedarme en casa con mis dos hijos menores de dos años y dejar mi carrera en la industria automotriz. Ya hacía algún tiempo que era claro que esta no era la carrera para mí. Pero ahora en casa sola con los bebés, extrañaba el respeto, el orden de mi día y la independencia que había disfrutado. Estaba comprendiendo la cruda realidad de los sacrificios y la paciencia requeridos como progenitor, y de mis aparentes deficiencias en esta nueva función.
Anhelando extender mi mente más allá del último episodio de Plaza Sésamo y liberarme de esta sensación de desaliento, comencé a leer una biografía sobre Mary Baker Eddy, que destacaba sus logros en los siglos XIX y XX, y su lugar en la historia como una de las únicas mujeres en fundar una religión global.
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