Acababa de comenzar una nueva temporada de lucha libre. Uno de mis primeros torneos había ido bien, así que entré en el siguiente con gusto. Sin embargo, durante la segunda ronda de un combate, mi oponente empujó mi pulgar hacia abajo en la colchoneta, dislocándolo. Me dolió mucho, y empecé a llorar. Salí del torneo con mi mamá y mi papá, quienes me ayudaron a ponerme hielo en el pulgar. Mi mamá dijo que también podíamos orar.
Mientras estábamos en el auto, mi mamá me cantó un himno. Este himno significó mucho porque me trajo una sensación de calma, paz y seguridad. Pensé en la línea “Tiernas misericordias me sostienen” (Susan Booth Mack Snipes, Christian Science Hymnal: Hymns 430-603, N° 500, © In Our Field Productions), y fue reconfortante saber que Dios me estaba sosteniendo. Mi mamá y yo continuamos orando, y nos enfocamos en el cuidado de Dios por mí en lugar de en el dolor.
También había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana que soy el reflejo de Dios. Una analogía que me recordó esto usa el sol como una representación simbólica de Dios. Por ser Su reflejo, soy como uno de los rayos del sol. Esto me ayudó a recordar que nunca puedo estar separado de Dios o de Su bondad.
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