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Mi travesía para comprender nuestra ininterrumpida Vida divina

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 28 de junio de 2023

Publicado en el número de mayo de 2017 de The Christian Science Journal


Al emerger gracias al estudio y la comprensión de la Ciencia Cristiana (véase “The gift of Christmas healing,” Journal, December 2005), tuve curaciones importantes mediante la ayuda en diferentes momentos de varios practicistas de la Ciencia Cristiana excelentes e inspirados. Uno era maestro de la Ciencia Cristiana e hizo mucho para ayudarme; pasábamos horas hablando de la Biblia y la espiritualidad. Sentí que él era “lo máximo” (“lo verdadero”).

Un día lo llamé y me dijeron: “Él no está aquí... ¡Lo siento, pero falleció!”.

Me quedé estupefacto. ¿Cómo pudo haber sucedido esto? ¿Por qué su oración aparentemente no logró restaurar su salud en este caso? ¿Qué le estaba pasando a este querido hombre ahora? Al principio me preocupé profundamente por el fallecimiento de mi amigo. Pero dentro mismo de la oscuridad mental me di cuenta de que no iba a obtener una respuesta tratando de resolverla desde un punto de referencia humano y material. Lo que necesitaba ver y sentir era la luz del amor, la vida y la ley de Dios. Necesitaba reconocer, afirmar radicalmente, y luego percibir la completa omnipresencia de la Vida divina.

En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Cuando se aprenda que la enfermedad no puede destruir la vida, y que los mortales no se salvan del pecado o de la enfermedad mediante la muerte, esta comprensión hará despertar a una renovación de vida. Dominará o un deseo de morir o un terror a la tumba, y destruirá así el gran temor que acosa la existencia mortal” (pág. 426).

Ya me había dado cuenta de que mi vida estaba siendo transformada por la verdad universal revelada en la Ciencia Cristiana, y que se estaba estableciendo nuevamente en lo que Cristo Jesús llamó la roca (de la comprensión espiritual). Sin embargo, debía aprender otra lección, que sería un punto espiritual decisivo; donde el amor de Dios satisfaría mi necesidad íntima de superar el temor a la muerte, incluido el profundo temor de perder a mi querido padre, con quien compartía un vínculo especialmente estrecho. A través de esta noticia de la pérdida de mi amigo practicista, me vi literalmente obligado a crecer más, a enfrentar realmente este “gran temor que acosa la existencia mortal” y obtener un sentido más elevado de la Vida ininterrumpida.

Sin embargo, no fue ni sencillo ni fácil, y caí en un pozo de oscuridad mental donde los valles eran muy sombríos y profundos. Eso hizo que el estudio de la Biblia y Ciencia y Salud pareciera imposible. En cambio, tomé los conceptos básicos simples del Padre Nuestro y el Salmo noventa y uno y comencé a escribirlos una y otra vez hasta que estaba “adentro” de ellos, vislumbrando algo de su verdad y promesa. Este fue literalmente un tiempo de “orar sin cesar” para mí. Y tuve maravillosas vislumbres espirituales y consuelo que se convirtieron en mis compañeros diarios y más cercanos.

No obstante, también hubo momentos en que me sentí perdido en paralizantes olas de miedo. En una ocasión, me sentí tan abrumado que literalmente estaba aferrado a la silla del hotel en la que estaba sentado.

Esa noche, me obligué a estudiar la Lección Bíblica, y llegué hasta el final. Y nada. ¡No me había ayudado! Me pregunté: “¿Y ahora qué hago?”.

Me vino el pensamiento: “Estúdiala de nuevo”. Y así lo hice, y de repente fui envuelto en un maravilloso resplandor de paz espiritual.

Poco a poco, las vislumbres espirituales y el sentido de regeneración comenzaron a desarrollarse. No sentí que esto fuera ningún tipo de logro personal, era más que no tener otra opción. Me sentía demasiado desesperado como para racionalizar o reflexionar sobre los porqués y los paraqués de por qué razón alguien tan querido para mí se había ido de repente. Me estaban obligando a ser completamente radical y absoluto sobre este tema de la muerte.

“La Vida es real, y la muerte es la ilusión”, afirma enfáticamente Ciencia y Salud (pág. 428). Reconocí que tenía que aceptar este hecho espiritual absolutamente, sin equívocos, sin temporizar. Así que afirmaba esta profunda verdad una y otra vez. Rechazaba mental y enfáticamente la presunción material opuesta de la realidad de la muerte.

El título marginal que acompaña esta declaración dice: “Apertura de la visión”. Esto me aseguró profundamente que la verdadera visión de la Vida y la realidad se estaba abriendo, paso a paso, en mi pensamiento.

Otro pasaje de Ciencia y Salud que me habló fuertemente hablaba de cómo Moisés fue “guiado por la sabiduría” a arrojar su vara y luego huyó de ella al convertirse en una serpiente. Cuando fue guiado a regresar y manejar la serpiente, se convirtió nuevamente en una vara, y Moisés perdió el miedo. 

Ciencia y Salud explica: “En este incidente se vio la realidad de la Ciencia. La materia fue mostrada como una creencia solamente. La serpiente, o el mal, bajo el mandato de la sabiduría, fue destruida mediante la comprensión de la Ciencia divina, y esta prueba fue un báculo en el cual apoyarse. La ilusión de Moisés perdió el poder de alarmarlo, cuando descubrió que lo que aparentemente había visto no era realmente sino una fase de la creencia mortal” (pág. 321).

Eso es lo que estaba descubriendo: que mi temido sentido de la muerte no era más que una “fase de la creencia mortal”. Era una ilusión. Y a medida que progresivamente comprendía esto —lo veía espiritualmente— esta temida “serpiente” comenzó a convertirse en un bastón en el que apoyarse.

La inspiración de leer las palabras del Salmo 23, tal como se citan e iluminan espiritualmente en Ciencia y Salud, abrió más profundamente mi consciencia a la idea de que la muerte no era más que una sombra, no una realidad o un hecho (véase pág. 578), y sentí que mi temor a la muerte era reemplazado por un sentido más verdadero de la Vida y la Luz eternas. El Amor divino realmente me estaba elevando de la intensa oscuridad hacia la percepción de la irrealidad de la muerte, de la Vida como la única realidad y sustancia. La Vida fue, es y siempre será la única presencia porque es infinita.

Una curación a lo largo del camino me ayudó. Un día, me caí de unos escalones a un suelo duro. Estaba solo en la casa, y mientras yacía allí, incapaz de moverme, me vinieron palabras profundamente significativas del apóstol Pablo: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15).

Me di cuenta de que toda mi lucha con el “gran miedo” a la muerte no se trataba de recaídas y sufrimiento crónico, “otra vez en temor” como aparecía en la superficie. Se trataba de la alegría intensa y profunda por la cual me abriría paso y descubriría la realidad de la Verdad, que Dios es la única Vida; y finalmente pude decir “¡Abba, Padre!”  

También pensé en la declaración de Pablo de que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 4:17).

Eso no quiere decir que humanamente la sensación de sufrimiento no fuera intensa. Sin embargo, discerní que cuando se lograba la recompensa de la regeneración, el progreso y la realidad espirituales, entonces vería —en la gloriosa luz de la verdad espiritual— que el sufrimiento se desvanecía en la irrealidad, por lo cual había sido “momentánea”.

Me regocijé en estas hermosas declaraciones y promesas bíblicas, diciéndome a mí mismo: “Sí, Padre, Tú eres lo único que realmente necesito; no necesito ninguna otra ayuda”.

Y no la necesité. Me levanté sin dolor, libre para continuar con mi tarea.

Esto me ayudó a comprender cómo, en nuestra experiencia subjetiva, se nos hace creer que algo negativo está sucediendo cuando en realidad no es así. Aún más reconfortante, vi que incluso si la perturbación parece estar en el pensamiento mismo, realmente no lo está. Nuestro ser espiritual perfecto siempre está intacto, y el Cristo de Dios nos capacita para rechazar las falsas imágenes que nos vienen a nuestro pensamiento y sentidos, y para levantarnos sin ser coartados ni invadidos. El falso sentido material de la vida nos convencería de que es parte de nuestra identidad, de nuestra experiencia; pero a medida que mediante la oración se le niega a la imagen la entrada a la consciencia, nos damos cuenta, con alivio, de que nuestras vidas nunca fueron lo que este falso sentido afirmaba que eran. ¡Nunca estuvimos en esa historia mortal!

En ese momento, se me ocurrió que esto era como la experiencia cinematográfica de Cinerama de esa época, donde tres proyectores que mostraban una película en una pantalla curva, combinados con sonido envolvente, te hacían sentir físicamente que realmente estabas en o eras parte de la película y la acción, como un mar agitado o una montaña rusa. Pero, por supuesto, no lo estabas. Una vez que se apagan las imágenes y el sonido, sabes que eres libre de levantarte intacto. Jamás fuiste parte de la supuesta experiencia y, lo que es más importante, jamás fue parte de tu identidad. Era solo una ilusión.

Hubo otros momentos de gloriosa afluencia espiritual: caminar a través de un concurrido vestíbulo de la estación y como un estallido de luz solar, ver a todos completamente abrazados en la Vida y la luz, y nada más. O leer un himno en un tren y de repente ver la maravillosa realidad detrás de las palabras,

A Dios debemos gratitud, 
   pues Él otorga vida; 
la muerte huye ante Él, 
   en Él vivimos todos. 
(Frederic W. Root, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 10) 

Después de un par de meses más o menos de esta experiencia decisiva de intensa regeneración espiritual y profunda espiritualización del pensamiento, escuché a algunas personas queridas lamentando el fallecimiento del hombre que había sido un guía y amigo tan maravilloso y de pensamiento tan espiritualizado para mí y para tantos otros. Pero ahora yo estaba tan renovado espiritualmente por la comprensión más clara que había obtenido de que “la Vida es real, y la muerte es la ilusión”, que espontáneamente —interiormente— declaré: “No, él no está muerto —es un error— él está en la Vida”. Con esto vino una asombrosa admiración por lo que finalmente me había visto obligado a descubrir espiritualmente: La única realidad, la única verdad, la única respuesta, era la Vida, Dios. La muerte ya no era una pregunta para mí.

Comencé a sentir y a ver que el infinito cuidado y pastoreo de Dios me había hecho manejar este temor de la serpiente a la muerte y que había sido una experiencia progresiva, aunque difícil, una que me dio la comprensión espiritual y la fortaleza, el bastón en el cual apoyarme, cuando lo necesité unos años más tarde. Durante un viaje de negocios en Copenhague, recibí una llamada de mi esposa diciéndome que mi padre había fallecido.

Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana en Dinamarca y siempre recordaré su voz firme y grave diciendo: “Es algo que trata de engañarte: ¡debes hacer el trabajo, debes hacer el trabajo!”.

Durante gran parte de la noche caminé por las calles de Copenhague, “haciendo el trabajo”, es decir, una vez más afirmando radicalmente, con persistencia, en oración la realidad absoluta de la Vida y el hecho espiritual de que la muerte era la ilusión.

Al día siguiente volé de regreso a casa con un sentido de la luz del sol de la Verdad irradiando y disipando la niebla de creer que la vida, la verdad, la sustancia y la inteligencia estaban en la materia. No fue fácil, tuve que seguir haciendo este trabajo espiritual con firmeza, pero tenía esta increíble roca espiritual sobre la que apoyarme. Sabía que la Vida era y es el único hecho, y era libre de dejar ir a mi querido padre y continuar por mi cuenta, mientras apreciaba los numerosos recuerdos afectuosos y tiernos.

Estaba tan conmovido por la forma en que el Amor divino, en su manera infinitamente tierna de ministrar, me había enseñado las lecciones que necesitaba a cada paso del camino, a veces con vara y a veces con bastón, pero siempre consolándome, mostrándome, probándome, la totalidad absoluta de la Vida: la unicidad, de la Vida divina ininterrumpida.

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