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Molestia interna sana rápidamente

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de febrero de 2023


Una noche, mientras me preparaba para acostarme, de repente me sentí muy enferma. No tengo idea de cuál era el problema, pero me causaba una gran incomodidad interna. La tentación era tratar de averiguar cuál era la dolencia física, pero como estudiante de la Ciencia Cristiana he aprendido, mediante toda una vida de curación a través de la oración, que un diagnóstico físico no es necesario.

En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, por Mary Baker Eddy, leemos: “El punto de partida de la Ciencia divina es que Dios, el Espíritu, es Todo‑en‑todo, y que no hay otro poder ni otra Mente, que Dios es Amor, y por lo tanto, es el Principio divino” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 275).

En ese punto de partida, la totalidad de Dios, el bien y nuestra unidad con el bien, fue donde comencé a orar. Y mi oración en este caso fue simple: “Dios, ayúdame”. La ayuda que llegó fue el impulso de llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera tratamiento. 

Al principio me resistí, y pensé: “Es tarde en la noche. No quiero despertar a alguien. Yo puedo manejar esto”. Entonces recordé este sabio consejo de Ciencia y Salud: “Si los estudiantes no se sanan prontamente a sí mismos, debieran acudir sin demora a un Científico Cristiano experimentado para que los ayude. Si no están dispuestos a hacer esto para sí mismos, sólo necesitan saber que el error no puede producir esta renuencia innatural” (pág. 420).

Me encanta el hecho de que la declaración dice que no llamamos a alguien para sanarnos, sino más bien para que nos ayude; un suave recordatorio de que en la Ciencia Cristiana el poder sanador está únicamente en Dios.

Así que le envié un mensaje de texto a un practicista de la Ciencia Cristiana en un huso horario anterior, y le pregunté si podía orar por mí. De inmediato recibí una respuesta diciendo que sí, que lo haría. Le respondí y le agradecí su apoyo, y él dijo: “El apoyo es bueno. Nosotros vamos por el oro. Curación completa. Libertad total”.

Inmediatamente, sentí una sensación de paz, de la presencia y el poder de Dios. El miedo a cuál era el problema, lo que significaba, lo que podría suceder después, simplemente desapareció. Me sentí segura y amada; no temerosa ni enfocada en lo físico. La quietud interior y el sentimiento del ininterrumpido amor de Dios eran palpables e irrefutables. 

No obstante, los síntomas permanecieron, y aunque no eran tan agresivos, todavía estaba consciente de ellos. Pero ya no me parecían amenazantes, y dejé de buscar una explicación física o mental. 

Por la mañana, agradecí al practicista de la Ciencia Cristiana por su “ayuda” y le dije que estaba sana. No fue el resultado de ilusiones o pensamientos positivos de nuestra parte; era la certeza de las verdades espirituales que habíamos estado afirmando. El libro de Proverbios dice: “¿No te he escrito tres veces en consejos y en ciencia, para hacerte saber la certidumbre de las palabras de verdad, …?” (22:20, 21). 

En un día o dos, los síntomas desaparecieron. Simplemente se habían desvanecido del pensamiento. Y ese fue el final.

Uno de los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana resume para mí lo que sentí esa noche, y lo que me esfuerzo por seguir sintiendo a cada momento de cada día: 

El Consolador está con nosotros; 
su presencia aquí nos asegura:
“Yo te guío
y te uno
mediante el amor del Hijo de Dios.
Te bendigo;
Te sano; …”

(James R. Corbett, Christian Science Hymnal: Hymns
430–603 N° 601 © CSBD) 

Madora Kibbe
Far Hills, New Jersey, EE.UU. 

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