Una noche, mientras me preparaba para acostarme, de repente me sentí muy enferma. No tengo idea de cuál era el problema, pero me causaba una gran incomodidad interna. La tentación era tratar de averiguar cuál era la dolencia física, pero como estudiante de la Ciencia Cristiana he aprendido, mediante toda una vida de curación a través de la oración, que un diagnóstico físico no es necesario.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, por Mary Baker Eddy, leemos: “El punto de partida de la Ciencia divina es que Dios, el Espíritu, es Todo‑en‑todo, y que no hay otro poder ni otra Mente, que Dios es Amor, y por lo tanto, es el Principio divino” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 275).
En ese punto de partida, la totalidad de Dios, el bien y nuestra unidad con el bien, fue donde comencé a orar. Y mi oración en este caso fue simple: “Dios, ayúdame”. La ayuda que llegó fue el impulso de llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera tratamiento.
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