En el Nuevo Testamento, Mateo relata una hermosa historia acerca de una madre persistente que buscaba la ayuda de Jesús para su hija, quien, según dijo, estaba poseída por un demonio (véase Mateo 15:22-28).
El amor puro de la madre por su hija, y la serenidad, inteligencia y tranquila persistencia que expresó, superaron todos los obstáculos en su contra. Ella reconoció que Jesús era el Mesías y había oído hablar de sus extraordinarias obras de curación, por lo que lo llamó con urgencia, en voz alta y repetidamente. Pero ella era cananea, no judía. Los discípulos le suplicaron a Jesús que la despidiera, pero nada disuadió a la mujer.
Cuando Jesús finalmente se volvió hacia ella, le indicó que su misión era para el pueblo hebreo. Pero la mujer persistió, pidiendo humildemente incluso una migaja de la Verdad sanadora. Jesús respondió: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. El relato concluye: “Y su hija fue sanada desde aquella hora”. El amor inquebrantable y la persistencia de la madre abrieron el camino para que el Cristo revelara la salud innata de su hija.
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