En el Nuevo Testamento, Mateo relata una hermosa historia acerca de una madre persistente que buscaba la ayuda de Jesús para su hija, quien, según dijo, estaba poseída por un demonio (véase Mateo 15:22-28).
El amor puro de la madre por su hija, y la serenidad, inteligencia y tranquila persistencia que expresó, superaron todos los obstáculos en su contra. Ella reconoció que Jesús era el Mesías y había oído hablar de sus extraordinarias obras de curación, por lo que lo llamó con urgencia, en voz alta y repetidamente. Pero ella era cananea, no judía. Los discípulos le suplicaron a Jesús que la despidiera, pero nada disuadió a la mujer.
Cuando Jesús finalmente se volvió hacia ella, le indicó que su misión era para el pueblo hebreo. Pero la mujer persistió, pidiendo humildemente incluso una migaja de la Verdad sanadora. Jesús respondió: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. El relato concluye: “Y su hija fue sanada desde aquella hora”. El amor inquebrantable y la persistencia de la madre abrieron el camino para que el Cristo revelara la salud innata de su hija.
Los Científicos Cristianos comprenden que Dios es Padre-Madre así como el Amor divino, y el Cristo es la idea divina de Dios, que viene a la consciencia humana. La Biblia nos dice: “Dios es amor” (1 Juan 4:8), y Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, usa Amor con A mayúscula como un nombre para Dios. Un amor maternal inquebrantable y puro impulsó a la mujer en la historia bíblica a ayudar a su hija.
El Amor perdurable y divino que el hombre refleja como hijo de Dios es la base de la práctica de la Ciencia Cristiana. Mary Baker Eddy señala en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, “Si el Científico Cristiano llega a su paciente por medio del Amor divino, la obra sanadora será efectuada en una sola visita, y la enfermedad se desvanecerá en su nada nativa, como el rocío ante el sol de la mañana” (pág. 365).
Pero ¿qué pasa si la curación requiere más de un tratamiento o visita? ¿Qué pasa si una condición parece inflexible? ¿Nos rendimos?
El tratamiento de la Ciencia Cristiana tiene una larga historia de sanar a los enfermos de manera rápida y eficaz a través de la oración que reconoce la perfección de Dios —Su omnipotencia, omnipresencia y bondad pura— y la perfección del hombre creado a Su imagen y semejanza. La afirmación de la verdad absoluta de Dios y el hombre puede tener la oposición de la creencia mundial, la opinión médica, el testimonio de los sentidos físicos, el miedo o el tiempo. Sin embargo, la capacidad que Dios nos ha dado para elevarnos incluso por encima de la oposición más obstinada y persistir tranquilamente en reconocer la Verdad espiritual tiene su recompensa en la curación.
El diccionario Merriam-Webster define perseverancia como “esfuerzo continuo para hacer o lograr algo a pesar de las dificultades, el fracaso o la oposición: … firmeza”. Por ser una cualidad arraigada en Dios, el Amor infinito, es intrínseca al éxito en muchas instancias de la vida, incluida la práctica de la Ciencia Cristiana.
Durante algún tiempo, una querida amiga mía tuvo una condición dolorosa en sus piernas que requirió atención diaria de enfermería por parte de su esposo. Un punto clave en su progreso llegó cuando se comprometieron a poner en práctica el siguiente consejo de Ciencia y Salud: “Vuelve tu mirada del cuerpo hacia la Verdad y el Amor, el Principio de toda felicidad, armonía e inmortalidad. Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (pág. 261).
Cantaron himnos, leyeron literatura de la Ciencia Cristiana y oraron. Ocuparon el pensamiento con verdades espirituales, afirmando que la individualidad espiritual del hombre está intacta, es inviolable y no puede ser invadida por la enfermedad. Sabían que “Todo está bajo el control de la Mente única, o sea, Dios” (Ciencia y Salud, pág. 544). También se esforzaron por ser más amorosos, especialmente con los demás, incluso con aquellos con quienes no estaban de acuerdo.
Diariamente, atesoraban la verdad de la individualidad espiritual del hombre y se negaban a permitir que entrara el desaliento. Al igual que la mujer cananea, mis amigos con toda humildad aceptaron la curación. Decidieron confiar en Dios con todo su corazón, contrarrestaron el temor con su fe en Dios y no se dieron por vencidos. Permanecieron expectantes y alegres de que la Ciencia Cristiana es eficaz y rechazaron que el tiempo fuera un factor en la curación.
La pareja vivía en un área donde los enfermeros de la Ciencia Cristiana no estaban disponibles, por lo que finalmente contrataron enfermeras médicas para ayudar en la atención práctica necesaria. Las enfermeras no administraron ningún medicamento. Después de un tiempo, una de ellas comentó: “¡Tus piernas están mejorando!”.
A medida que avanzaban las semanas, las enfermeras continuaron comentando sobre la curación y preguntaron cómo estaba sucediendo esto, ya que la opinión médica era que la condición era incurable. Mi amiga compartió con alegría la Ciencia Cristiana con las enfermeras, y poco después se recuperó por completo.
Aferrarse con firmeza a la verdad de Dios y el hombre rompe el sueño o la ilusión de un mortal enfermo y trae curación. Nada puede obstruir el poder del Amor divino o impedir que el hombre capte ese claro reconocimiento de su perfección como hijo de Dios. Nada —ya sea la hipnótica atracción de las imágenes de la enfermedad, el miedo a la discapacidad o la muerte, el paso del tiempo o las dudas sobre la curación en la Ciencia Cristiana— tiene ningún poder para desgastar la fe y el esfuerzo cuando uno está armado con la perseverancia espiritual arraigada en el Amor divino.
Dios nos da a cada uno de nosotros lo que necesitamos para elevarnos por encima de las presiones del tiempo, el miedo, la frustración y el pronóstico médico, y experimentar una curación completa. El Amor nunca se rinde, y nosotros tampoco necesitamos hacerlo.
