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Prueba que el Cristo está siempre disponible

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 30 de enero de 2023


De niño, pensaba que la curación espiritual era exclusiva de Jesús y algunos de sus discípulos, y que el tratamiento médico era la única opción práctica para lidiar con las enfermedades o accidentes. Sin embargo, tuve resultados variados con el tratamiento médico, así que era receptivo a algo mejor.

Durante mi último año en la universidad, me dieron a conocer la Ciencia Cristiana y comencé a leer Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Aproximadamente un año después, tuve mi primera curación en la Ciencia Cristiana: de un resfriado fuerte. Esta experiencia me convenció de la presencia del Cristo que transforma física y moralmente. 

Aprendí lo siguiente: 

El sentido mortal y material de mí mismo no era real. 

Allí mismo donde parecía estar ese yo material, la realidad espiritual de mi verdadera identidad como expresión perfecta de Dios estaba presente y siempre lo había estado.

El efecto de este reconocimiento fue una curación física instantánea y la transformación del carácter. 

El Cristo está siempre presente y al alcance de cada uno de nosotros.

No mucho después, semanas antes de que asistiera a la instrucción en clase de una maestra de la Ciencia Cristiana, tuve la oportunidad de orar por un amigo que necesitaba ayuda. Yo estaba haciendo estudios de posgrado, vivía en la casa de una familia cerca de la universidad y daba clases particulares a su hijo que cursaba el bachillerato. Él había sido testigo de mi transformación personal a través de la Ciencia Cristiana porque yo había comenzado a darle clases particulares antes de conocerla.

Mi amigo era inteligente y capaz, pero consumía drogas y no le iba bien en la escuela. Una noche, entró en mi habitación y me pidió ayuda. Había estado experimentando con drogas con algunos amigos, y estos habían compartido una aguja hipodérmica con él. Uno de estos muchachos acababa de ser hospitalizado con hepatitis, y mi amigo tenía los mismos síntomas. Estaba asustado y me pidió que orara por él.  

Después que compartí con él algunas ideas sanadoras, se fue a la cama. Me sentí abrumado por esta situación, así que llamé a mi futura maestra de la Ciencia Cristiana y le pregunté si ella tomaría el caso. Me dijo que el caso era solo mío, pero que me apoyaría con su oración. 

Reconfortado, me senté cómodamente con Ciencia y Salud en las manos y comencé a leer cuidadosamente el capítulo titulado “La práctica de la Ciencia Cristiana”, el que proporciona dirección e inspiración claras sobre cómo dar tratamiento en la Ciencia Cristiana. Necesitaba tratar la duda en mi pensamiento y el temor en el pensamiento de mi paciente. A medida que estas sugerencias me venían a la mente, recurría al libro de texto, leía hasta que encontraba una declaración específica aplicable, y luego oraba con esa idea sanadora hasta que la duda o el temor se disipaban. Quedó claro que para ser testigo de la curación de mi amigo, yo mismo necesitaba acercarme más a Dios. 

Al comienzo del capítulo sobre la práctica de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy relata la historia de la adoración de una mujer hacia Jesús mientras él cenaba con Simón el fariseo. El fariseo desaprobaba a esta mujer, cuya condición social la hacía indeseable para él. Al darse cuenta de esto, Jesús contó una parábola, e indicó que el perdón de una gran deuda seguramente engendraría más amor que el perdón de una pequeña deuda. Luego le dijo a la mujer —que algunos opinan fue María Magdalena— que sus pecados eran perdonados. La Sra. Eddy concluye observando que, si los Científicos Cristianos “muestran su respeto por la Verdad, o el Cristo, mediante su arrepentimiento genuino, mediante sus corazones quebrantados, expresados en mansedumbre y afecto humano”, entonces se puede decir que “aman mucho, porque mucho les es perdonado” (pág. 364). Encontré esto muy alentador, ya que estaba realmente arrepentido por las acciones que había realizado como adolescente imprudente y estudiante universitario. 

También me sentí alentado cuando leí: “Si el Espíritu o el poder del Amor divino dan testimonio de la verdad, este es el ultimátum, el modo científico, y la curación es instantánea” (pág. 411). Mi función era saber esto y dejar que el Amor divino hiciera el trabajo, en lugar de discutir o preocuparme o derrotar personalmente la enfermedad. También me di cuenta de que para que esto sucediera, necesitaba ver más claramente mi propia identidad como reflejo del Amor divino: mi herencia legítima como hijo perfecto de Dios. Aunque me sentía inseguro, mis oraciones eran sinceras y humildes, y comencé a notar que estaba cerca de Dios.

Me di cuenta de que necesitaba impresionarme menos con los síntomas físicos, lo que hacía que tanto mi amigo como yo creyéramos que la enfermedad era real. Mi propia curación instantánea había demostrado, sin lugar a dudas, que la enfermedad no era un fenómeno físico, sino tan solo una creencia oscura y mortal que se desvanecería ante la luz del Cristo, la Verdad. 

Después de varias horas de leer y orar de esta manera, me sentí en paz. Atrás quedó la duda de que yo no podía ser capaz de sanar. Leí en el libro de texto: “Si el Científico Cristiano llega a su paciente por medio del Amor divino, la obra sanadora será efectuada en una sola visita, y la enfermedad se desvanecerá en su nada nativa, como el rocío ante el sol de la mañana. Si el Científico Cristiano posee suficiente afecto semejante al del Cristo como para ganar su propio perdón, y tal elogio como el que la Magdalena obtuvo de Jesús, entonces es lo suficientemente cristiano como para practicar científicamente y tratar a sus pacientes con compasión; y el resultado corresponderá con la intención espiritual” (pág. 365). Con eso supe que se había producido la curación.

Cuando estaba saliendo el sol, mi amigo entró corriendo a mi habitación. Todos los síntomas habían desaparecido. Estaba completamente bien y lleno de alegría. También experimentó una transformación del carácter no muy diferente a la mía. Dejó los malos hábitos, comenzó a estudiar la Ciencia Cristiana y a asistir a la iglesia. Sus estudios académicos mejoraron radicalmente, y después de terminar con éxito la universidad, inició una carrera que le permitió bendecir a otros. 

Qué privilegio tenemos, como estudiantes de esta Ciencia, de ser testigos de la curación para nosotros mismos y para los demás cuando abrimos nuestros corazones y dejamos que el Cristo siempre disponible ayude y sane.

Jeffrey Clements
Evanston, Illinois, EE.UU. 

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