El fútbol es un santuario para mí. Es donde me siento libre, y me da un descanso de todas las cosas estresantes de mi vida. Me gusta tanto el fútbol que incluso después de que termina mi temporada al aire libre, sigo yendo a los juegos de los domingos con amigos y compañeros de equipo. El año pasado, jugué dos o tres veces a la semana, ya sea en mi tiempo libre o en un partido organizado.
Durante uno de los juegos de práctica, estuve envuelto en una jugada que me hizo patear la pelota en un ángulo extraño y me distendí un músculo de la ingle. Al principio, no parecía gran cosa, así que seguí jugando. De hecho, jugué el resto del mes. Pero con el tiempo, el músculo comenzó a dolerme tanto que tuve que tomar un descanso. Realmente extrañaba jugar al fútbol, y también me sentía atrasado en mi entrenamiento y estado físico.
Mientras pensaba en qué hacer, me di cuenta de que podía buscar una solución espiritual. Asisto a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde aprendemos a recurrir a Dios cuando estamos heridos o tenemos un problema. Esto se debe a que cuando aprendemos más acerca de Dios y nuestra relación con Él, podemos encontrar consuelo y sanar a través de Su amor y cuidado.
Comencé a orar por mí mismo, y también llamé a mi abuela, que es practicista de la Ciencia Cristiana, y le pedí ayuda. Ella me dijo que como soy el reflejo perfecto de Dios, no puedo lastimarme, porque Dios no puede ser herido. Dios es Espíritu, y ¿cómo podría el Espíritu ser herido? Lo mismo ocurre conmigo, porque soy espiritual.
Qué revelación: ¡Dios no puede ser herido y yo tampoco! Estas ideas tenían mucho sentido, y pude comenzar a entrenar y jugar al fútbol nuevamente. El dolor desapareció, y estaba seguro de que, si no hubiera recurrido a Dios y orado, el proceso de recuperación habría tomado mucho más tiempo.
Me sentí muy bien de volver a jugar al fútbol. Esta experiencia me enseñó que Dios está conmigo a cada paso del camino, dentro y fuera del campo de juego.
