Cuando era niña, cada vez que salíamos de casa mi mamá solía decirnos a mis hermanos y a mí: “Tú eres un embajador de Cristo” (haciendo referencia a 2 Corintios 5:20). Comencé a aprender lo que esto significaba cuando el coro de mi bachillerato fue invitado a participar en un concurso en Praga, República Checa. Mi mamá iba a ser chaperona en este viaje, así como acompañante, y mis padres planearon un viaje familiar por toda Europa después de que terminara la gira del coro. ¡Qué aventura habíamos planeado!
A medida que se acercaba el momento del viaje, le pregunté a mi mamá qué significaba ser embajadora de Cristo. Ella me ayudó a comprender que significa ver a cada persona con la que entras en contacto como un hijo de Dios y que cuando haces esto, se vuelve natural comunicarte a través del amor. Me dijo que nuestro trabajo sería dar testimonio del mensaje de Cristo acerca de la bondad de Dios que ya estaba allí en esos países.
En la gira del coro, fue realmente genial ver que mi mamá y yo pudimos ayudar a nuestros compañeros de viaje a aprender a comunicarse con amor. La directora del coro y muchas de las personas que organizaron la competencia reconocieron el amor expresado y las amistades construidas en esa gira. Hace unos años me encontré con esa misma directora. Me dijo que había algo muy especial en nuestro coro que había tenido un profundo impacto en ella y que se sentía muy bendecida de haber podido trabajar con nosotros.
En las vacaciones de nuestra familia por Europa después de la gira del coro, experimentamos protección, amor y generosidad en muchas ocasiones. Al igual que cuando viajábamos con el grupo de la escuela, descubrimos que ver a todo el mundo como descendientes del Espíritu divino, Dios, y por lo tanto espirituales y completos, nos traía constantemente bendiciones a todos.
Esta experiencia me enseñó a ser una embajadora de Cristo. Aprendí que cuando actuamos de acuerdo con las ideas divinamente inspiradas que nos vienen con respecto a cómo amar, incluso de las formas más pequeñas, todas las personas envueltas son bendecidas.
Esto se manifestó también en uno de mis primeros trabajos como adulta. Trabajé con delincuentes juveniles, ayudándolos en la transición de un centro correccional a sus comunidades. Fue todo un desafío, pero gratificante. Sentí que mi trabajo era ver a cada joven como es espiritualmente, un hijo amado y valorado de Dios. Aunque no podía hablarles del Amor divino, de Dios, podía ser una embajadora de Cristo, es decir, podía vivir el Amor y comunicarme con el lenguaje espiritual del Amor.
Mary Baker Eddy escribe: “Amados niños, el mundo os necesita —y más como niños que como hombres y mujeres: necesita de vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula. También vosotros tenéis necesidad de vigilar, y orar para que preservéis estas virtudes sin mancha, y no las perdáis en el contacto con el mundo. ¡Qué ambición más grandiosa puede haber que la de mantener en vosotros lo que Jesús amó, y saber que vuestro ejemplo, más que vuestras palabras, da forma a la moral de la humanidad!” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 110). Esto se convirtió en mi modelo para este puesto de embajadora celestial.
Un día, más de dos años después de haber comenzado este trabajo, estaba entrando en un centro comercial local cuando escuché mi nombre. Me di vuelta y vi un camión estacionado junto a la acera detrás de mí y un joven que me llamaba mientras salía de él. Pronto me di cuenta de que era alguien con quien había trabajado en el correccional. Me dio un gran abrazo y me dijo: “¡Estoy tan agradecido de haberte visto! He estado esperando poder encontrarte para agradecerte por todo lo que hiciste por mí. Completé el programa de soldadura que me sugeriste y tengo un nuevo trabajo. Gracias por creer en mí cuando yo no creía en mí mismo. De lo contrario, no estaría haciendo lo que estoy haciendo hoy”.
La oración que había hecho mientras trabajaba con este joven había tenido un impacto mayor de lo que me había dado cuenta en aquel entonces.
Segunda a los Corintios dice: “Somos embajadores de Cristo; Dios está haciendo su llamado por medio de nosotros” (5:20, New Living Translation). Continúa diciendo que hablamos en nombre de Cristo cuando nuestras vidas animan a otros a recurrir a Dios. ¿Cómo lo hacemos? Al hacer lo que Jesús nos instruye: amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Y esta declaración de la Sra. Eddy me parece muy poderosa: “El amor no es algo que se coloca sobre un estante para tomarlo en raras ocasiones con tenacillas para azúcar y colocarlo sobre el pétalo de una rosa. Exijo mucho del amor, exijo pruebas eficaces en testimonio de él y, como su resultado, nobles sacrificios y grandes hazañas. A menos que éstos aparezcan, hago a un lado la palabra como algo fingido y como la falsa moneda que no tiene el tañido del metal verdadero. El amor no puede ser una mera abstracción, o bondad sin actividad y poder” (Escritos Misceláneos, pág. 250).
Cuando asumimos el desafío de vivir el amor, comunicarnos a través del amor y ver a todos como hijos de Dios, tenemos oportunidades para bendecir y sanar. Y cuanto más lo hacemos, más fácil y natural se vuelve. Qué oportunidad tan maravillosa tenemos todos de servir a Dios y así también a nuestros hermanos y hermanas espirituales como embajadores de Cristo.