“Puedo resistir todo, excepto la tentación”. Esta ingeniosa línea de la obra de Oscar Wilde, El abanico de Lady Windermere, resalta el problema de la tentación. La tentación es la pretensión de que ganaremos algo, como placer, dinero o poder, si hacemos algo que sabemos que está mal. No obstante, la Ciencia Cristiana no sólo enseña que Dios es la fuente de todo el bien, sino que no hay nada bueno aparte de Dios y de lo que Él ha creado. Por lo tanto, la tentación es siempre un engaño.
La primera tentación registrada en la Biblia es un ejemplo perfecto. Una serpiente parlante convenció a Eva de que Dios había mentido al decirle a su esposo, Adán, que comer de un árbol en particular traería la muerte. Según la serpiente, el fruto de ese árbol, en cambio, daría sabiduría, y transformaría a Adán y Eva en dioses. En otras palabras, la serpiente engañó a Eva haciéndole creer que, aunque Dios ciertamente había creado todo el bien, Él denegaría algo de ese bien a Su creación.
Si la tentación es siempre un engaño, la vencemos conociendo lo que es verdadero, real o correcto en primer lugar. Desde este punto de vista, vemos, más allá de la tentación, la mentira exhibida como verdad y la rechazamos o rehusamos creerla. Esto deja que solo la verdad prevalezca en nuestro pensamiento.
Cristo Jesús nos mostró cómo vencer la tentación al reconocerla como la mentira que es. Para reconocer una mentira como tal, primero hay que saber lo que es verdad. La Biblia informa que, desde muy temprana edad, Cristo Jesús sabía que Dios era su Padre. Cuando tenía doce años les dijo a sus padres: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49). De adulto, Jesús fue bautizado por Juan el Bautista antes de comenzar su misión pública. Las Escrituras describen lo que sucedió cuando Jesús salió del agua: “Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).
Qué confirmación tan clara y extraordinaria para el público de lo que Cristo Jesús ya sabía: que él era el Hijo de Dios. Sabiendo esto, debe de haber entendido que su salud, su vida, su propio ser eran totalmente espirituales, mantenidos y sostenidos por el Amor divino. Por ser el Hijo amado de Dios, debe de haber comprendido que Dios es el único poder que existe. Por lo tanto, no podía haber otra fuente de poder que el Espíritu omnipotente, omnipresente y omnisciente. Y el Maestro debe de haber comprendido que el Espíritu todopoderoso, siempre presente que todo lo sabe cuida tiernamente de Su amado Hijo en todo momento y bajo toda circunstancia.
Después de su bautismo, Jesús fue al desierto durante cuarenta días para orar y ayunar. La Biblia indica que después, un supuesto poder opuesto a Dios, llamado el diablo, tentó a Jesús tres veces. Jesús rechazó las tres tentaciones, por lo que debe de haber reconocido que cada una de ellas era un engaño. ¿Qué sabía Jesús que le permitió, primero, verlas como engaños y luego refutarlas?
Como relata el libro de Lucas, la primera tentación fue encontrar comida convirtiendo una piedra en pan. ¿De qué modo fue esto un engaño? Jesús no se oponía a comer. Así que la tentación a vencer no podría haber sido la tentación de comer. Más bien, debe de haber sido tentado a creer que solo la materia podía sustentarlo. La respuesta de Jesús al diablo fue: “Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4).
Jesús sabía que no tenía que convertir las piedras en pan. Él vivía de cada palabra que salía de la boca de su Padre, y esas palabras —la verdad espiritual— satisfarían todas sus necesidades, incluso la necesidad de alimento.
Esta victoria resultó útil más tarde en el ministerio de Jesús. Cuando se enfrentó a una multitud hambrienta y con tan solo unos pocos panes y peces, demostró que, con el Espíritu, Dios, siempre hay más que suficiente para todos. Así como su Padre, Dios, había respondido a su necesidad en el desierto, el mismo Padre amoroso también satisfizo la necesidad de la multitud.
Para la segunda tentación, el diablo trató de persuadir a Jesús para que creyera en un poder aparte de Dios: adorar al diablo, quien le prometió a Jesús el poder combinado de todos los reinos del mundo. El engaño aquí fue doble. Primero, la tentación suponía que los reinos del mundo tenían un poder para ofrecer que Dios no tenía y no estaba dando. Pero, de hecho, la realidad del dominio del hombre ya estaba establecida, como se registra en el primer capítulo del Génesis. La segunda suposición falsa era que un hombre podía tener dominio sobre otros hombres. Pero el dominio que Dios da a cada idea individual del Amor no podía haber sido ejercido sobre otras ideas individuales del Amor, ya que cada idea tiene su propio dominio dado por Dios. En cambio, el dominio otorgado por Dios que cada uno de nosotros tiene es sobre nuestros propios pensamientos y acciones, lo que a su vez nos da poder para ayudar y sanar a otros.
La derrota de esa tentación por parte de Jesús también fue probada más tarde en su carrera. Después de alimentar a los cinco mil, percibió que la multitud vendría “para apoderarse de él y hacerle rey” (Juan 6:15). Pero la misión de Jesús no era ser un gobernante terrenal. Humildemente reconoció a sus discípulos: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:27).
En la tercera tentación, el diablo “llevó [a Jesús] a Jerusalén, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y en las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra” (Lucas 4:9-11).
En la segunda tentación, Satanás había afirmado tener todo el poder de todos los reinos del mundo. Si eso fuera cierto, si el mal realmente tuviera todo el poder, entonces sólo el mal podría salvar a Jesús. Podríamos parafrasear las palabras del diablo en su tercera tentación de esta manera: “Está bien, Jesús. Afirmas que no soy un poder, que solo hay un poder, llamado Dios. Pruébalo. Salta, y veamos si este otro llamado poder te salva”. Jesús sabía que tenía la capacidad de vencer las leyes materiales. Entonces, ¿por qué no saltar?
Jesús se negó a hacer nada a instancias del tentador. No tenía nada que demostrar al error. Nosotros tampoco. El error no es una mente con poder para juzgarnos, ayudarnos o hacernos daño. El error es nada, y no necesitamos discutir con la nada. Necesitamos reconocer que el error es nada, y descartarlo como hizo Jesús. Él respondió simplemente: “Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios” (Lucas 4:12).
Una vez más, Jesús encontró el poder para resistir la tentación al reconocer que esta es siempre un engaño que busca alejarnos de la realidad de la bondad. Cuando vemos la mentira detrás de la tentación, nosotros también tenemos el poder de resistirla. Dios crea todo lo que es bueno, y ese bien es eterno e indestructible. De hecho, así es como podemos distinguir lo que es verdaderamente bueno de lo que simplemente nos tienta a pensar que es bueno.
Un joven que conocí sufría de alcoholismo. Bebió socialmente de vez en cuando durante varios años, pero finalmente comenzó a desarrollar una adicción grave. Cuando era niño, había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y sabía que sus acciones no estaban en línea con lo que había aprendido; que no necesitaba depender de sustancias materiales para que le dieran paz o felicidad, las cuales son espirituales y provienen solo de Dios.
Sin embargo, parecía que no podía superar la adicción. Después de luchar mucho en su pensamiento, y luego de una situación particularmente embarazosa que se produjo como resultado de su consumo de alcohol, finalmente lo dejó. Sin embargo, la tentación de beber continuó. Le preocupaba que se estuviera perdiendo algo bueno, como conocer y conectarse con otros jóvenes. También extrañaba cómo lo hacía sentir el alcohol.
Pasaron un par de años y permaneció sobrio a regañadientes. Un día, estaba conduciendo a casa, pensando y orando por su vida. Le vino fuertemente la tentación de beber. La rechazó, y mientras continuaba orando, de pronto percibió la verdad: nunca había sido un alcohólico. Nunca había habido un momento en que fuera realmente adicto a cualquier cosa material. Había sido engañado, embaucado para creer una mentira sobre sí mismo de que era un ser material, atrapado en la adicción a una sustancia material dañina. Pero ese día, mientras oraba, se dio cuenta de que jamás había habido un momento en que no fuera el hijo perfecto y amado de Dios, totalmente libre de adicción.
La verdad de esa comprensión erradicó por completo todo deseo de beber, y nunca regresó. Este joven atribuye con gratitud su curación a la comprensión que había adquirido en la Escuela Dominical. Además, ha visto el buen impacto de esta curación reverberar a lo largo de toda su vida; en su matrimonio, en amistades sustanciales construidas sobre valores compartidos, y mediante un regreso a la iglesia que enseña esta Ciencia de la curación.
La comprensión de Cristo Jesús de su verdadera identidad como el Hijo amado de Dios le permitió reconocer que la tentación es una mentira y, por ende, vencerla. Cuando este joven reconoció su verdadera identidad como hijo amado del Amor, él también comprendió la naturaleza engañosa de la mentira que lo tentaba, y la tentación ya no tuvo más poder sobre él.
¡Qué alegría aprender del ejemplo de Jesús de que si reconocemos que la tentación es un engaño, y luego nos apartamos de la falsa pretensión para reconocer que el bien es la verdad, encontramos libertad y curación!
