“Puedo resistir todo, excepto la tentación”. Esta ingeniosa línea de la obra de Oscar Wilde, El abanico de Lady Windermere, resalta el problema de la tentación. La tentación es la pretensión de que ganaremos algo, como placer, dinero o poder, si hacemos algo que sabemos que está mal. No obstante, la Ciencia Cristiana no sólo enseña que Dios es la fuente de todo el bien, sino que no hay nada bueno aparte de Dios y de lo que Él ha creado. Por lo tanto, la tentación es siempre un engaño.
La primera tentación registrada en la Biblia es un ejemplo perfecto. Una serpiente parlante convenció a Eva de que Dios había mentido al decirle a su esposo, Adán, que comer de un árbol en particular traería la muerte. Según la serpiente, el fruto de ese árbol, en cambio, daría sabiduría, y transformaría a Adán y Eva en dioses. En otras palabras, la serpiente engañó a Eva haciéndole creer que, aunque Dios ciertamente había creado todo el bien, Él denegaría algo de ese bien a Su creación.
Si la tentación es siempre un engaño, la vencemos conociendo lo que es verdadero, real o correcto en primer lugar. Desde este punto de vista, vemos, más allá de la tentación, la mentira exhibida como verdad y la rechazamos o rehusamos creerla. Esto deja que solo la verdad prevalezca en nuestro pensamiento.
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