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Vigilante para ver los síntomas correctos

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 23 de enero de 2023


Cuando nosotros o aquellos a quienes queremos parecemos envueltos en enfermedades, problemas de relación o financieros, es tentador enfocarse en los síntomas angustiantes y perder de vista lo bueno en nuestra vida. 

Pero Cristo Jesús vino a enseñarnos una manera más eficaz de lidiar con las dificultades. Mediante sus palabras y obras, nos demostró que lo que parece ser amenazas a nuestra paz y bienestar se disuelven ante el poder salvador de Dios. 

En ningún lugar de los Evangelios encontramos una situación en la que Jesús estuviera a favor de enfocarse en los problemas o temores. En cambio, la confianza que inspiraba provenía de su constante conciencia de la presencia y el poder de Dios. Hablaba de Dios como de un Padre amoroso, y decía que el reino de los cielos está dentro de cada uno de nosotros. Demostró un valor nacido de una profunda confianza en Dios. 

“No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir”, aconsejó. “¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Mateo 6:25, 26).

Con fe firme en Dios, el Maestro pudo sanar enfermos, resucitar muertos, calmar la tormenta y alimentar multitudes. Ciertamente, Jesús nunca demostró temor en ningún caso. Entendía que enfocarse en las apariencias externas solo intensificaría la sensación de que un problema estaba más allá de la ayuda de Dios, aumentando los temores de un final inminente. Rechazó la evidencia del pecado, la enfermedad y la muerte con la convicción de que Dios es supremo en la tierra así como en el cielo. De hecho, Jesús nos mostró que podemos tener una paz perfecta —un sentido genuino del Cristo aquí con nosotros y en nosotros— independientemente de las circunstancias. 

Podríamos decir que Jesús nos señaló los síntomas positivos, o evidencia, que debemos buscar; a saber, la bondad que surge dentro de nosotros e indica la influencia de la presencia y el poder de Dios. Él nos instó: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).

Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, amaba las enseñanzas de Jesús y señaló que las cualidades cristianas que permitimos crecer en nosotros indican que somos transformados por Dios. Ella dijo: “¿Quién recuerda que la paciencia, el perdón, la fe inquebrantable, y el afecto son las señales por medio de las cuales nuestro Padre indica las distintas fases de la redención del hombre del pecado y su entrada en la Ciencia? ¿Quién sabe cómo hablan con elocuencia los labios vacilantes, cómo se inspiran los corazones, cómo la curación se vuelve espontánea, y cómo la Mente divina es comprendida y demostrada? Sólo conoce estas maravillas aquel que se está apartando de la esclavitud de los sentidos y está aceptando la verdad espiritual —aquello que bendice su adopción mediante la purificación de la alegría y el rechazo del pesar” (Escritos Misceláneos 1883-1896, págs. 100-101). 

Es fortalecedor notar las señales de que nos estamos alejando de la influencia adversa de los sentidos y aceptando la Verdad divina. La actitud que nos permite detectar la fortaleza espiritual en lugar de la debilidad material se remonta a la teología que Jesús enseñó e ilustró con su vida. Sus Bienaventuranzas (véase Mateo 5:3-12) hablan del espíritu de Verdad y Amor y de su efecto en nuestra experiencia. Si se permite que estas enseñanzas se expresen en los detalles de nuestra vida, esto nutre la “redención… del pecado” y su “entrada en la Ciencia” que deberíamos estar demostrando.

Como ejemplo, hubo un momento en mi vida en que una preciosa relación comenzó a enfriarse. Experimentaba episodios de extrema impaciencia y me sentía incapaz y poco dispuesta a detenerlos. Toda mi vida me habían dicho que era muy parecida a mi papá, el hombre más malhumorado e impaciente que había conocido. Era horrible sentir que los defectos de carácter, las deficiencias físicas y la propensión a la enfermedad eran inevitables debido a la herencia. Oré sobre esto, luego me preocupé, me inquieté y oré de nuevo —en ese orden— durante algún tiempo. Vigilaba la impaciencia y los síntomas que producía como un perro guardián en la puerta, y siempre los encontraba. 

Finalmente, al darme cuenta de que este enfoque era contraproducente, recurrí calladamente a Dios para obtener nuevas ideas. Entonces, una declaración de la Biblia apareció de improviso: “Tampoco dirán: ¡Aquí está! O, ¡ahí está! porque he aquí, el reino de Dios dentro de vosotros está” (Lucas 17:21, KJV). 

Eso me llevó a preguntar: ¿Creo que necesito fabricar el reino de Dios en mi cerebro o corazón? Por supuesto que no, razoné. El reino de Dios consiste en todo lo que Dios ha hecho y refleja todo lo que Él es. Siempre está aquí donde estoy y a mi alcance. Además, mi vida es una expresión de este glorioso reino de hermosas cualidades. Yo no los fabrico; los reflejo. Así que tengo toda la paciencia, templanza o cualquier otra cualidad semejante al Cristo que quiera o necesite al declarar que Dios es su fuente y yo los reflejo por ser Su descendencia espiritual. 

Una vez que comprendí esto, también vi que la verdadera oración acepta humildemente la paternidad y la maternidad de Dios, trayendo tranquilidad al corazón. Silencia los argumentos en contra del progreso y la curación, lo que resulta en la buena disposición para vivir las cualidades de Dios al albergarlas y expresarlas. Aprendería que incluso podemos tomar posesión de la salud como una consecuencia natural de ser la creación de Dios. Jesús nos mostró esto “sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35).

Permitir que las viejas actitudes sean reemplazadas por cualidades propias del Cristo requiere vigilancia. Muchas veces, cuando la frustración amenazaba con derrotarme, tuve que detenerme y orar para ceder a la paciencia y la gracia que son el derecho de nacimiento del hombre como hijo de Dios. La persistencia en este esfuerzo finalmente trajo armonía constante no solo en la relación mencionada anteriormente, sino en todas mis relaciones.

La naturaleza de Dios, expresada en Su creación y como Su creación, está constantemente presente. Opera como una ley divina imparable y produce salud y armonía. Jesús reconocía las cualidades espirituales de Dios en sí mismo y en los demás, cuando otros no lo hacían, porque estaba muy consciente de la presencia constante de esas cualidades. Él confiaba en que estos síntomas del Amor divino aparecieran y produjeran armonía y curación. Podemos practicar voluntariamente estas cualidades, y confiar en su efecto sanador en nosotros también. 

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