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Vivir bajo el gobierno de Dios

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 31 de julio de 2023


“Temo por mi país”, se lamentó una vecina. Estaba molesta con los funcionarios electos y enojada por las medidas decretadas. Veía un país dividido, un electorado dividido y ninguna esperanza de que los partidos políticos opositores trabajaran juntos. Estaba deprimida y desanimada.

Le dije que me consuela saber que hay en el mundo un gobierno más elevado en operación de lo que los ojos pueden ver. Como declara la Biblia: “Porque el Señor es nuestro juez, el Señor es nuestro legislador, el Señor es nuestro rey; Él nos salvará” (Isaías 33:22, LBLA).

Los gobernantes humanos van y vienen. Los funcionarios son reemplazados. Las dinastías se acaban. Pero el Principio divino, Dios, reina y gobierna para siempre. Si nos preocupan las políticas y los líderes temporales del gobierno, podemos apelar a la ley suprema de este Principio y confiar en su poder para defender la equidad y la justicia. Cuando se comprende, el reinado y el gobierno de Dios pueden salvarnos de las deficiencias del gobierno humano.

Cristo Jesús comprendió la preeminencia del gobierno de Dios sobre el gobierno humano. Cuando sus seguidores se enteraron de que él era el Mesías prometido, supusieron que los liberaría del gobierno del Imperio Romano. En su opinión, los romanos eran el enemigo público número uno. La opresión y la tiranía que experimentaban bajo la ley romana eran extremas. Pero Jesús lo percibía de manera diferente. No veía a los romanos ni a ningún gobernante o funcionario humano del gobierno como la principal causa del sufrimiento del público. Para Jesús el enemigo número uno del público era el pecado. Él vino a salvarnos del pecado.

El pecado es pensar y actuar con maldad. Es el egoísmo, la codicia, la sed de poder y cualquier otra actitud o perspectiva que conduce al caos, el conflicto y el sufrimiento. El pecado está detrás de tanto sufrimiento humano. Jesús centró sus esfuerzos de reforma no en destituir a los dignatarios de la función pública, que podrían ser reemplazados rápidamente por personas de ideas afines, sino en eliminar el pecado: la raíz y causa del sufrimiento que resulta de un mal gobierno. 

Jesús venció el pecado para demostrar el dominio que tiene el hombre sobre el mismo, y lo hizo al vivir el gobierno de Dios: el reino y el gobierno de la Vida, la Verdad y el Amor. Honró a Dios como el poder supremo y no se inclinó ante ningún otro. Venció el odio con el amor, el egoísmo con la compasión, la enfermedad con la salud y la muerte con la vida. No temía por el futuro, no cedía ante la desesperación o la decepción, ni imaginaba escenarios oscuros y deprimentes. Puesto que comprendía el control absoluto de Dios, enfrentó todas las formas de maldad sin temor y las venció a través del poder de la Verdad y el Amor divinos. Él sabía que el mal es una mentira, sin ninguna verdad que lo respalde (véase Juan 8:44). Él comprendía que Dios es el gobernante supremo que tiene la última palabra en todos los asuntos. 

Si alguna vez nos sentimos tentados a pensar que los esfuerzos por mejorar el gobierno son inútiles, podemos recurrir a la vida de Jesús en busca de esperanza. Él no se postuló para un cargo político ni buscó una posición mundana para ganar influencia sobre los asuntos de la humanidad. Sin embargo, su ejemplo ha ejercido una enorme influencia durante más de dos mil años a través de las vidas de personas que han adoptado sus enseñanzas cristianas y las han puesto en práctica en los sectores políticos, sociales, religiosos y económicos de la sociedad. 

Las exhortaciones de Jesús a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y sus explicaciones de cómo hacerlo han guiado la toma de decisiones de innumerables personas en todos los aspectos de su vida diaria. Cuando seguimos el ejemplo de Jesús de honrar a un solo Dios y vivir con abnegación, podemos confiar en que, independientemente de nuestra posición en el mundo, la moralidad y la espiritualidad que demostramos se extienden al gobierno local, nacional e incluso global, con buenos resultados. Una persona que vive el gobierno de Dios ayuda a otros a experimentar lo mismo.

Sí, miles de millones de personas sufren bajo gobiernos represivos, que a menudo parecen imponentes. Pero la humanidad no está desamparada. El mal detrás del autoritarismo y la tiranía está destinado al fracaso. A medida que el gobierno de Dios es comprendido y demostrado por individuos que se preocupan, el odio, la codicia y el egoísmo que perpetúan el liderazgo maligno se disuelven, y los líderes se reforman, o nuevos líderes con mejores ideales toman su lugar. La justicia prevalece. 

Jesús no tenía miedo de los gobernantes humanos, porque comprendía que Dios gobernaba por encima de toda autoridad humana. Al gobernador romano Pilato, quien lo amenazó diciendo, “¿No te das cuenta de que tengo poder para ponerte en libertad o para crucificarte?”, Jesús le respondió: “No tendrías ningún poder sobre mí si no te lo hubieran dado desde lo alto” (Juan 19:10, 11, NTV). Parecía que Pilato tenía el control cuando entregó a Jesús a las autoridades, que pronto lo crucificaron, pero Jesús sabía que el único Dios tenía poder omnipotente. No temía a Pilato. Salió vivo de la tumba tres días después, y demostró cuán insustancial era la amenaza del gobernador. Comprender la supremacía del gobierno de Dios le permitió a Jesús trascender las amenazas provenientes del gobierno humano. Él demostró que las malas decisiones de tales gobernantes no podían impedir que el reino superior del gobierno de Dios actuara en su vida. El gobierno divino tenía la última palabra.

Podemos seguir el ejemplo de Jesús hoy. En lugar de quejarnos, desesperarnos o temer las medidas tomadas por los funcionarios del gobierno, podemos mejorar el mundo en el que vivimos venciendo la pecaminosa tentación de creer en un poder que no sea Dios. Podemos vivir el gobierno de Dios de la Vida, la Verdad y el Amor. Podemos revisar nuestro pensamiento y asegurarnos de que el pecado no nos use cuando evaluamos a los funcionarios públicos y líderes gubernamentales. Podríamos preguntar: “¿Estoy demostrando en mi propia vida la justicia, integridad y respeto que  oro para ver en el gobierno? ¿Estoy demostrando el amor inclusivo que construye puentes, encuentra intereses comunes y forma relaciones saludables con el prójimo?”.

El Sermón del Monte, incluyendo la Regla de Oro, y los Diez Mandamientos dan una guía sólida sobre cómo vivir fieles al gobierno de Dios. El sermón de Jesús enseña las cualidades que vencen el orgullo, el ego, el egoísmo y el odio. Los Mandamientos nos recuerdan que debemos honrar a un único Dios y llevar vidas honestas, agradecidas y sanas que nos mantengan a salvo del pecado. Los ideales morales y espirituales de estas instrucciones destruyen el pecado y sacan a relucir la armonía, el orden y la paz de Dios que están en operación. Son el gobierno de Dios en acción.

Mary Baker Eddy escribe: “El Científico Cristiano se ha alistado para disminuir el mal, la enfermedad y la muerte; y los vencerá al comprender su nada y la totalidad de Dios, o el bien” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 450). Cada vez que vencemos el pecado a través de la comprensión de la totalidad y bondad de Dios, ayudamos a nuestra comunidad a hacer lo mismo. Ayudamos a todos a experimentar más del gobierno de Dios y menos de la pretensión de que el mal tiene poder.

En lugar de mantenernos al margen y culpar a los funcionarios y líderes del gobierno, podemos contribuir al buen gobierno al vivir fieles a elevadas normas morales y espirituales. Podemos ser el buen gobierno que esperamos y por el cual oramos para ver a nuestro alrededor. Podemos demostrar el gobierno de Dios en acción y ayudar a nuestro prójimo a encontrar lo mismo.

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