Ese día teníamos vientos excepcionalmente fuertes. Al salir de mi casa, me di cuenta de que el cubo de basura de un vecino había volado en medio del callejón, lo que lo hacía intransitable. Fui a quitarlo, pero mientras lo hacía, el viento lanzó la tapa del contenedor, la cual me golpeó en la cabeza y me tiró al suelo junto con el contenedor. De inmediato, un vecino estaba allí ayudándome a levantar y enderezar el contenedor. Yo tenía un bulto doloroso en la cabeza, así como otras áreas doloridas y un poco de sangrado. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara conmigo para sanar.
Después de nuestra conversación, recordé una frase de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy: “Inocente”. Está incluido en una alegoría que ilustra cómo las leyes de Dios sanan a los enfermos (véanse págs. 430-442). En la historia, después de ayudar a un amigo enfermo, un hombre se enferma él mismo. Está en juicio por su vida, y su defensa en el juicio es que nuestra verdadera identidad sólo está sujeta a las leyes de Dios. Bajo el imperio de la ley de Dios, hacer lo que es justo y correcto solo puede resultar en el bien. La ley de Dios es suprema, por lo tanto, es una protección contra cualquier supuesta ley que imponga enfermedad o lesión. El veredicto final en el juicio es que el hombre —que representa la verdadera identidad espiritual de cada uno de nosotros— es inocente de violar las leyes físicas “puesto que no hay tales leyes” y es puesto en libertad.
Me sentí reconfortada al saber que era inocente y que no podía ser lastimada. Había estado, en todo momento, a salvo bajo la ley de Dios mientras amaba a mi prójimo (véase Gálatas 5:14). No estaba sujeta a las supuestas leyes respecto a errores o accidentes, por lo que no podía estar lastimada. En cambio, esto era lo que era cierto acerca de mí: “Toda ley de la materia o del cuerpo, que se supone gobierna al hombre, es anulada y derogada por la ley de la Vida, Dios” (Ciencia y Salud, págs. 380-381).
En lugar de centrarme en el dolor, me centré en lo agradecida que estaba por los hechos espirituales que se me estaban revelando acerca del gobierno de Dios. También estaba agradecida por la ayuda práctica de mi vecino y por los efectos inmediatos de la oración del practicista. Para cuando me fui a la cama, ya no había dolor. En poco tiempo, las heridas sanaron y todo volvió a la normalidad.
Al reflexionar sobre esta experiencia, me sentí agradecida por la maravillosa atención que había recibido. Pero tuve que preguntarme: “¿Por qué sucedió todo eso?”.
La respuesta es que no pudo haber sucedido bajo el buen gobierno de Dios. De modo que, en realidad, no ocurrió. Esa conclusión parece absurda para la lógica humana. Pero se apoya sólidamente en los hechos espirituales de la realidad divina. La Biblia nos dice qué es verdad —qué es la realidad divina— es decir, que nuestra verdadera identidad está hecha “muy buena” (Génesis 1:31 KJV) a imagen y semejanza de Dios. Por ser Su reflejo, tenemos poder sobre el enemigo, el sentido material mentiroso que dice que podemos estar separados de Dios y ser lastimados.
Jesús describió nuestra relación con Dios en su enseñanza llamada el Sermón del Monte. Él dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). El apóstol Pablo afirmó esta relación en su predicación, diciendo que “en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17, 28). Su poder todopoderoso y Su presencia eterna mantienen la continuidad de nuestra relación con Dios. Debido a nuestra unidad con nuestro divino Padre, Dios, no tenemos un yo separado o una historia separada. En términos de prueba, siempre tenemos una coartada: Jamás hemos estado en una situación en la que el accidente, el dolor o el sufrimiento tengan realidad, porque realmente somos espirituales. Esto significa que siempre estamos a salvo.
La ley de nuestro amado Dios asegura que podemos conocer este hecho espiritual, cualesquiera sean los desafíos que enfrentemos, porque “Dios es amor” y este “perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:8, 18). Ese amor perfecto viene a nosotros como el Cristo, la manifestación divina de Dios, expresando la ley de Dios de una manera que podemos comprender, tal como se me mostró a mí lo que necesitaba saber cuando requería sanar. Y eso lo cambia todo.
En la vida cotidiana, parece haber un opuesto a la realidad divina. Entonces, ¿cómo lidiamos con las sugestiones de que algo malo ha sucedido o que algo malo sucederá? Cuando conocemos la realidad espiritual, no tenemos que tener miedo de ninguna otra supuesta realidad. Podemos saber cómo lidiar con esos informes falsos gracias al ejemplo de Jesús al responder a sugestiones similares. Cuando fue tentado en el desierto, llamó mentiroso al tentador —Satanás, el diablo— y respondió con autoridad cuando dijo: “Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Lucas 4:8). A través de la vida y las enseñanzas de Jesús, sabemos reconocer al mentiroso y sus mentiras acerca de la realidad divina, lo que nos ayuda a defendernos de cualquier cosa que sugiera que no estamos bajo el cuidado del Amor infinito.
Estoy muy agradecida por este mensaje reconfortante de Dios, asegurándome que el accidente nunca sucedió: “Has estado conmigo en la seguridad de Mi presencia. No creas que cualquier otra cosa es verdad acerca de ti”. Cada vez que algo respecto al incidente amenazaba con convencerme de lo contrario, recordaba ese hecho espiritual: En realidad, jamás sucedió. Finalmente, al continuar orando, el drama del incidente se desvaneció y ya no parecía real. Sabía que la curación había sido completa.
Al pensar más en el propósito de la misión que Dios le asignó a Jesús aquí en la tierra, me parece que la ley del Amor divino que él demostró satisface el anhelo de la humanidad de conocer a Dios y comprender mejor nuestra relación con Él como Sus hijos. Este deseo nos hace más receptivos a la guía del Amor divino a medida que avanzamos en nuestra propia senda de crecimiento espiritual.
Hay un himno con un reconfortante recordatorio de nuestra seguridad bajo la ley de Dios. Dice, en parte, “Brazos del eterno Amor / guardan a Su creación” (John R. Macduff, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 53). La imagen metafórica que pinta del Amor divino al sostenernos y rodearnos a todos nos asegura que Dios está siempre presente, manteniéndonos a cada uno de nosotros a salvo.
