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Bajo la ley de Dios

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 30 de septiembre de 2024


Ese día teníamos vientos excepcionalmente fuertes. Al salir de mi casa, me di cuenta de que el cubo de basura de un vecino había volado en medio del callejón, lo que lo hacía intransitable. Fui a quitarlo, pero mientras lo hacía, el viento lanzó la tapa del contenedor, la cual me golpeó en la cabeza y me tiró al suelo junto con el contenedor. De inmediato, un vecino estaba allí ayudándome a levantar y enderezar el contenedor. Yo tenía un bulto doloroso en la cabeza, así como otras áreas doloridas y un poco de sangrado. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara conmigo para sanar. 

Después de nuestra conversación, recordé una frase de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy: “Inocente”. Está incluido en una alegoría que ilustra cómo las leyes de Dios sanan a los enfermos (véanse págs. 430-442). En la historia, después de ayudar a un amigo enfermo, un hombre se enferma él mismo. Está en juicio por su vida, y su defensa en el juicio es que nuestra verdadera identidad sólo está sujeta a las leyes de Dios. Bajo el imperio de la ley de Dios, hacer lo que es justo y correcto solo puede resultar en el bien. La ley de Dios es suprema, por lo tanto, es una protección contra cualquier supuesta ley que imponga enfermedad o lesión. El veredicto final en el juicio es que el hombre —que representa la verdadera identidad espiritual de cada uno de nosotros— es inocente de violar las leyes físicas “puesto que no hay tales leyes” y es puesto en libertad.  

Me sentí reconfortada al saber que era inocente y que no podía ser lastimada. Había estado, en todo momento, a salvo bajo la ley de Dios mientras amaba a mi prójimo (véase Gálatas 5:14). No estaba sujeta a las supuestas leyes respecto a errores o accidentes, por lo que no podía estar lastimada. En cambio, esto era lo que era cierto acerca de mí: “Toda ley de la materia o del cuerpo, que se supone gobierna al hombre, es anulada y derogada por la ley de la Vida, Dios” (Ciencia y Salud, págs. 380-381).  

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