Sentado en el asiento del conductor de mi coche de alquiler con fragmentos de cristales rotos a mi alrededor debido al vandalismo que resultó en el robo de mi computadora portátil, intenté averiguar por qué y cómo había sucedido esto. Otros seis autos también habían sido vandalizados esa noche en el mismo estacionamiento bien iluminado. Un oficial de policía en la escena admitió haberlo visto en la cámara web de su patrulla y se disculpó por el hecho de que la policía no estaba equipada para lidiar con la ola de crímenes que se había apoderado de su ciudad. Este incidente ocurrió justo un día después de haber presenciado a un pasajero de la aerolínea agredir verbalmente a una azafata, sobre lo cual me habían pedido que testificara.
Si bien estas experiencias pueden ser leves en comparación con la violencia que otros han sufrido, sentí que eran un llamado a mí como cristiano y metafísico para aprender cómo abordar y sanar con mayor eficacia estas alarmantes tendencias violentas mediante la oración. Dado el aumento de ciertos tipos de actividades delictivas, ser pasivo o indiferente no era una opción.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy habla de una fermentación continua en el pensamiento humano y hace un conmovedor llamado a la acción: “... mentes malignas se esforzarán por encontrar medios con los cuales causar más mal; pero aquellos que disciernan la Ciencia Cristiana refrenarán el crimen” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, págs. 96-97).
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