Estaba enojada. Durante mi tercer año del bachillerato, el director había comenzado a hacer cumplir reglas que parecían injustas para muchos estudiantes. Me sentía bastante cómoda al hablar con franqueza, incluso cuando no estaba de acuerdo con un profesor u otra autoridad. Así que estaba lista para decirle lo que pensaba.
No obstante, en el pasado, no siempre había compartido mis ideas con mucha delicadeza. Además, durante ese tiempo, me estaba dedicando más a mi estudio y práctica de la Ciencia Cristiana. Si bien sentía que era correcto defender lo que creía, sabía que probablemente había una mejor manera de hacerlo, sin confrontación. Y estaba segura de que si oraba podría encontrar esa mejor manera.
Uno de los libros a los que recurrí mucho fue Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy. En él, encontré este pasaje útil: “El Amor inspira, ilumina, designa y va adelante en el camino. Los motivos correctos dan alas al pensamiento, y fuerza y libertad a la palabra y a la acción” (pág. 454).
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