Había ido a una excursión al campo en New Hampshire. Un día, durante el viaje, mis compañeros de clase y yo estábamos en una pequeña zona de hierba jugando a las estatuas —juego en el que te quedas congelado—. Una de mis amigas estaba congelada cerca de la orilla de la hierba, bordeada de rocas. Al correr hacia ella para descongelarla, tropecé y caí sobre las rocas.
Me puse de pie, un poco avergonzada, pero sintiéndome bien, y fui a descongelarla. No fue sino hasta que me quité la suciedad de las manos que me di cuenta de que tenía un corte profundo en la palma. Estaba sorprendida y preocupada por la forma en que se veía. Le pregunté a mi amiga qué debía hacer, y ella me dijo que fuera al albergue y se lo dijera a un profesor.
Adentro, encontré a un profesor y al director del programa de salidas de campo. Cuando les mostré mi mano, me dijeron que el corte se veía muy profundo y que tendrían que avisar a mis padres en caso de que quisieran recogerme o llevarme al hospital para que me suturaran. Otros dos adultos que estaban cerca fueron a buscar un botiquín de primeros auxilios; me senté con mi profesor, y esperé a que regresaran a limpiarme la mano .
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