La vida puede estar llena de sorpresas, al desafiar nuestro sentido del equilibrio, la paz y la confianza. ¿Cómo mantenemos el equilibrio espiritual ante los desafíos? ¿Cómo respondemos cuando enfrentamos ataques o muros de ladrillo? La Biblia relata la ocasión en la que Cristo Jesús estaba durmiendo en una barca azotada por una tormenta (véase Marcos 4:36-39). Los discípulos asustados lo despertaron, tratando de imponerle su temor. Él respondió reprendiendo al viento y a su miedo, diciendo: “Calla, enmudece”. Y la Biblia dice: “Cesó el viento, y se hizo grande bonanza”. ¿Cómo podemos vivir con esa misma paz y calma?
Al lidiar con las frustraciones, puede ser tentador seguir adelante y enfrentar personalmente las dificultades. Pero he descubierto que es mucho más eficaz dar un paso atrás y permitir que la gracia de Dios resuelva la dificultad.
Hacerlo consiste en tomar la escena humana y ponerla bajo la lente del Espíritu, Dios. Se necesita confianza para hacerlo, es decir, para cambiar nuestra percepción de que la experiencia es un conflicto humano, a ver que se trata de una expresión divina. Como lo describe el apóstol Pablo, esto significa transformar nuestro sentido mortal de la vida al vestirnos “de inmortalidad” (véase 1 Corintios 15:53, 54). Al comprender que Dios creó todo, lo hizo bueno y gobierna continuamente a Su creación, podemos reconocer que el Amor divino gobierna realmente cada pensamiento y acción, tranquiliza el corazón y brinda alegría y satisfacción. El Amor, Dios, es el guía y guardián más confiable.
A veces, dar un paso adelante para enfrentar una dificultad está motivado por la voluntad humana o el orgullo. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, advierte: “Es de la agresiva fuerza de voluntad mortal que debéis guardaros” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 281).
Podemos enfrentar cualquier sugestión de que nosotros o cualquier otra persona tenga tal naturaleza, porque cada uno de nosotros es la expresión de Dios, el bien, creada por el Alma. Al acercarnos a todos y a cada actividad con humildad, podemos dar un paso atrás para ver el control que Dios tiene sobre la situación. Dar un paso atrás para ver la mano de Dios al timón de esta manera no es ser cobarde; es demostrar la mansedumbre a la que Jesús se refirió cuando dijo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5).
Enfrentar con valentía lo que consideramos un comportamiento injusto o poco ético puede despertar venganza o represalias en otra persona. Esto puede parecer desalentador. Pero la integridad, definida como “el estado de ser completo, íntegro o invariable” (dictionary.com), describe la verdadera naturaleza espiritual de todos. Al resolver una disputa, es útil reconocer que no hay “otro” con el que lidiar. No somos responsables de cambiar a nadie más, pero tenemos la obligación de cambiar la visión falsa de que nosotros y los demás somos seres separados y mortales en conflicto entre sí.
No hay más que una Mente, Dios: una fuente de todo, revelando Sus ideas en perfecta armonía. No podemos ser incompletos o privados de algo, porque la ley justa del Principio divino está intacta, y mantiene cada aspecto de la Vida en perfecto equilibrio y posición. Nadie puede estar fuera de lugar o ser acusado de una mentira, ya sea autoinfligida o el resultado de ser el blanco de otros. Somos libres para dar testimonio de la Verdad que dice: “Calla, enmudece”.
Estas percepciones tuvieron un impacto sanador en una situación en la que me encontré cuando estaba enseñando. Había una nueva directora en nuestra escuela, una nueva política de inscripción abierta que atrajo a muchos estudiantes adicionales y una solicitud de último minuto para que trasladara mi salón de clases a un remolque. A medida que se emitían nuevos horarios y políticas, se produjo un malentendido que llevó a que me acusaran de insubordinación. Después de reunirme con la directora, oré para saber cómo responder. ¿Debo enfrentarla con justificaciones que apoyen mis acciones? ¿Debo pedir a mis colegas maestros que testifiquen de mi carácter?
Recordé que una de las primeras estudiantes de la Ciencia Cristiana recordó la explicación de la Sra. Eddy de cómo resistió las críticas por haber escrito el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Yo tuve que aprender la lección de la hierba. Cuando el viento soplaba, yo me inclinaba ante él y cuando la mente mortal ponía su pie sobre mí, yo me inclinaba más y más en humildad y esperaba … Esperaba hasta que retiraba su pie, y entonces yo me erguía” (Robert Peel, Mary Baker Eddy: The Years of Authority, p. 84).
Al considerar mis opciones, me di cuenta de que tenía que corregir mi opinión de la directora, la escuela y la administración del condado, y de mí misma como un peón en las políticas y sucesos que se arremolinaban a mi alrededor. Me esforcé por obedecer la admonición: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor el adamante del error —la voluntad propia, la justificación propia y el amor propio— que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte” (Ciencia y Salud, pág. 242). Elegí ser como la hierba.
Puse un letrero en mi escritorio que decía: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas” (Proverbios 3:5, 6, LBLA). Viví con la instrucción: “Espera al Señor; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al Señor” (Salmos 27:14, LBLA). Me concentré en mi enseñanza y en mis alumnos y profundicé en las ideas compartidas anteriormente en este artículo.
Mis estudiantes y yo obtuvimos permiso para hacer un proyecto ambiental —un sendero natural con señalización y paquetes de actividades— para ayudar a la escuela, y encontramos un concurso en el que podíamos participar. A lo largo del año, con este proyecto de clase, así como con otras interacciones, desarrollé una relación respetuosa y profesional con la directora. Obtuve un mayor aprecio por ella y por los complejos problemas que enfrentaba. También aprendí mejor cómo dar un paso atrás y dar la propiedad del proyecto a los estudiantes. En la primavera, mis estudiantes participaron en la competencia estatal y ganaron el primer lugar. La directora fue una de las primeras personas en felicitarnos; también compartió en privado su apoyo a todo lo que yo estaba haciendo.
De las numerosas lecciones aprendidas en el transcurso de ese año, tener el valor de dar un paso atrás, de seguir la guía de Dios, fue la más sustancial y abrió el camino a seguir. Aprendí cuán importante es actuar desde la base de que hay una sola Mente, Dios, que es del todo bueno, y una expresión completa e intacta de esa Mente. Esto me llevó a apreciar más profundamente las cualidades que Dios ha dado a los demás y a reconocer que la paciencia, la humildad y el discernimiento espiritual de nosotros mismos y de los demás son clave para demostrar nuestro equilibrio y gracia naturales.
