Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

El Amor, nuestra Madre, disuelve la tristeza

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 6 de marzo de 2024


Mientras viajaba por Egipto, vi muchas pinturas sobre papiro bellamente realizadas a mano de un “árbol de la vida”. Compré una de ellas por su arte, originalidad y llamativos colores. Muestra cinco pájaros posados en diferentes ramas del árbol; cada pájaro representa una etapa diferente de la vida humana: infancia, niñez, juventud, edad adulta y madurez.   

Recientemente, mientras pensaba en la curación del dolor que tuve hace algún tiempo debido al fallecimiento de mi madre, me vino a la mente esta pintura, porque representa lo que generalmente se cree que es el ciclo normal de la vida que comienza con el nacimiento y termina en la muerte. 

Este concepto de la vida como material y cíclica está en marcado contraste con el que se presenta en el primer capítulo de la Biblia, que describe a Dios como el creador del universo, quien creó todo, incluido el hombre a Su imagen. En este relato de la creación, puesto que Dios es Espíritu, Sus hijos solo tienen una existencia espiritual y eterna, sin principio ni fin. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana y autora de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, explica: “Puesto que el hombre es el reflejo de su Hacedor, no está sujeto a nacimiento, crecimiento, madurez, decadencia. Estos sueños mortales son de origen humano, no divino” (pág. 305).  

El hecho de que la Vida es eterna porque la Vida es Dios y el único creador fue fundamental para la obra sanadora de Cristo Jesús. Fue su comprensión de la naturaleza totalmente espiritual del hombre como hijo amado, puro y perfecto de Dios lo que le permitió sanar a los quebrantados de corazón, así como a los enfermos y pecadores.

Por ejemplo, en los Evangelios leemos acerca de una mujer que fue sanada instantáneamente, tras 12 años de sufrir de hemorragia, después de tocar el manto de Jesús (véase Lucas 8:43-48). Debido a su condición, su simple presencia en la multitud la hubiera puesto en riesgo, porque la habrían considerado impura y, por lo tanto, una paria. Pero en lugar de juzgarla, rechazarla o ignorarla, Jesús la trató con la mayor compasión y le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”. Podemos imaginar que las tiernas palabras del Maestro, como reconocimiento de su estado espiritual, habrán disipado inmediatamente los temores de la mujer y aliviado la angustia que debió haber sentido después de que él preguntó a la multitud quién lo había tocado.

¿Por qué Jesús se dirigió a la mujer como “hija”, el único caso registrado en el Nuevo Testamento en el que alguna vez llamó a alguien por este nombre? Sin duda la vio como la hija amada de Dios, su Padre celestial, de quien todos somos hijos e hijas.

En sus escritos, la Sra. Eddy se refiere a este Progenitor no sólo como Padre, sino también como Madre. Ella escribió en Ciencia y Salud: “Padre-Madre es el nombre para la Deidad, que indica Su tierna relación con Su creación espiritual” (pág. 332). Ella a menudo se refería a Dios como Amor, con una “A” mayúscula, uno de los siete sinónimos que usa con mayor frecuencia para la Deidad en la Ciencia Cristiana. Ella dilucidó esta relación en una de sus clases sobre la Ciencia Cristiana, explicando lo siguiente, como lo recordó un estudiante: “El Amor es el Padre, que es fuerte al cuidar a Sus hijos y satisface toda necesidad. El Amor alimenta, viste y cobija a cada uno de Sus seres queridos. El Amor es una Madre que ampara tiernamente a todos Sus hijos. Esta Madre protege a cada uno de todo daño, lo nutre, lo mantiene cerca de Ella y lo guía cuidadosamente a lo largo del camino ascendente” (Irving C. Tomlinson, Twelve Years with Mary Baker Eddy, Amplified Edition, p. 103). 

La comprensión de que Dios es Padre y Madre amplía nuestra visión de Él, nos permite comprender la naturaleza divina más plenamente y entender mejor nuestra relación inseparable con nuestro Padre divino; “el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo” (Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 151). 

Después del inesperado fallecimiento de mi madre, el amor y el cuidado de Dios por todos en nuestra familia se hicieron claramente evidentes. Mi madre falleció un sábado por la mañana cuando yo estaba con ella, y mi esposo se hallaba allí para apoyarme. El día anterior, mi hermano había viajado a Alemania para pasar un tiempo con nuestro padre. Cuando lo llamé por teléfono para darle la noticia, me sentí agradecida de saber que mi hermano estaba allí para consolarlo. 

Pude cumplir con mi deber como Primera Lectora en el servicio religioso de nuestra iglesia al día siguiente, manteniéndome firme en el entendimiento de que mi madre estaba por siempre bajo el cuidado de Dios y en paz.

Más tarde esa semana, mientras comenzaba a prepararme para la próxima reunión de testimonios de mitad de semana, fui guiada a través de la oración al Himno N° 406 del Himnario de la Ciencia Cristiana:

¡Oh Padre-Madre, tierno Amor,
a Ti me vuelvo en mi aflicción!
En paz reposa mi pensar,
confía mi alma en la Verdad:
     el hijo soy de Dios.

En luz de Luz veré feliz
que el hombre es uno siempre en Ti.
Mi vida envuelves en amor
y mi esperanza mira al fin
     que el hijo soy de Dios.

¡Oh goce! Que doquier estás,
en penas, odios y dolor,
poniendo en mi alma la canción
que rasga el velo gris del mal:
     Amado soy de Amor.

(Margaret Glenn Matters, © CSBD)

Al leer este himno, sentí que el amor de Dios me envolvía. En ese momento vislumbré que en realidad yo era hija de Dios, no de padres humanos, jamás separada ni por un instante de Su tierno amor. Estas palabras no solo me consolaron, sino que fueron tan poderosas que me liberé instantánea y permanentemente del dolor y la tristeza. Esa experiencia fue una prueba inequívoca para mí de que el Cristo eterno, el mensaje tierno y sanador de Dios, viene a nosotros hoy, como lo hizo en el tiempo de Jesús, para sanar a los quebrantados de corazón. Dirigí la reunión de testimonios con el corazón lleno de gratitud y alegría.

Cuando nuestro padre, que no era Científico Cristiano, llegó con mi hermano a mi casa, estaba luchando con un problema físico. Llevaba un collarín cervical y tenía grandes dificultades para comer y beber. Yo sabía con convicción que él también era hijo de Dios, cuidado e inmensamente amado.

Nuestra reunión familiar estuvo llena de amor y gratitud. Papá se quitó el collarín para el funeral de mi madre y nunca más necesitó usarlo. Después de su regreso a Alemania, me dijo que estaba completamente libre de la enfermedad. Yo sabía que el mismo Amor que me había liberado de todo dolor y tristeza también lo había sanado a él.

Al pensar en esta experiencia, recuerdo algo que el apóstol Pablo escribió en su carta a los cristianos de Corinto: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1:3, 4).

Cada uno de nosotros merece el consuelo de Dios, merece sentir que somos amados por el Amor y saber que somos para siempre inseparables de nuestra verdadera Madre-Padre.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más artículos en la web

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.