Mientras viajaba por Egipto, vi muchas pinturas sobre papiro bellamente realizadas a mano de un “árbol de la vida”. Compré una de ellas por su arte, originalidad y llamativos colores. Muestra cinco pájaros posados en diferentes ramas del árbol; cada pájaro representa una etapa diferente de la vida humana: infancia, niñez, juventud, edad adulta y madurez.
Recientemente, mientras pensaba en la curación del dolor que tuve hace algún tiempo debido al fallecimiento de mi madre, me vino a la mente esta pintura, porque representa lo que generalmente se cree que es el ciclo normal de la vida que comienza con el nacimiento y termina en la muerte.
Este concepto de la vida como material y cíclica está en marcado contraste con el que se presenta en el primer capítulo de la Biblia, que describe a Dios como el creador del universo, quien creó todo, incluido el hombre a Su imagen. En este relato de la creación, puesto que Dios es Espíritu, Sus hijos solo tienen una existencia espiritual y eterna, sin principio ni fin. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana y autora de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, explica: “Puesto que el hombre es el reflejo de su Hacedor, no está sujeto a nacimiento, crecimiento, madurez, decadencia. Estos sueños mortales son de origen humano, no divino” (pág. 305).
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