Un punto que la Biblia deja claro desde el principio es que Dios tiene algo que decir. Dios quiere ser conocido. Dios quiere que escuchemos el mensaje de la divinidad y que este nos ayude. No obstante, lo que también se ve desde el comienzo en la Biblia es que cuando se da la Palabra de Dios, hay una tendencia humana a discutir sobre ella en lugar de escucharla. De hecho, el relato de la Biblia de cuando Dios escribió algo por primera vez y se lo dio a la humanidad es cuando Dios le da a Moisés los Diez Mandamientos en dos tablas de piedra. Cuando Moisés va a compartir el mensaje de Dios con los israelitas, descubre que están haciendo cosas que están tan en desacuerdo con Dios que se enfurece y rompe las tablas en pedazos. A veces parece como si las religiones se hubieran estado rompiendo en pedazos desde entonces por desacuerdos sobre cómo se debe entender y vivir la Palabra de Dios.
El descubrimiento de la Ciencia Cristiana arroja una luz única sobre estos temas bíblicos y trae la reforma necesaria a la manera en que se puede leer y entender la Biblia. Mary Baker Eddy, su Descubridora, llegó a comprender que los llamados milagros de la Biblia, cuando se toman en conjunto, en realidad revelan —anuncian— una ley fundamental de la bondad, el poder y el amor de Dios. De hecho, a través de su propia experiencia de ser sanada y luego sanar a otros, se dio cuenta de que los sucesos de la Biblia revelaban que Dios era un Principio divino siempre en operación.
La acción de esta ley de Dios, el bien, es evidente en toda la Biblia, especialmente en el cristianismo que Jesús sacó a la luz y enseñó a sus seguidores. Como explica la Sra. Eddy, “Jesús dio poder a sus discípulos (alumnos), sobre toda clase de enfermedades; y la Biblia fue escrita para que todos los pueblos, en todas las épocas, tuviesen la misma oportunidad de llegar a ser alumnos del Cristo, la Verdad, y así ser dotados por Dios de poder (conocimiento de la ley divina), y con ‘señales que… [los] seguían’” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 190).
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