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El mensaje de regeneración de la Pascua

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 22 de marzo de 2024


La regeneración es la esencia de la historia de la Pascua de dos mil años de antigüedad. Jesús de Nazaret fue llevado a juicio a instancias de las autoridades religiosas que se sentían amenazadas por sus enseñanzas respecto al amor de Dios por todos, y por su ministerio de curación sin precedentes. Fue sentenciado por el gobernador romano, Pilato, y crucificado. La narración avanza como Jesús predijo: resucitó de entre los muertos después de tres días para probar que el Amor y la Vida son divinos y que el odio no puede destruirlos. 

Crecí con la historia de Jesús, pero como joven adulta necesitaba buscar su significado. Creer no era suficiente. Encontré orientación en la práctica de la Ciencia Cristiana, que al mismo tiempo me salvó la vida en una emergencia. Estaba completamente paralizada y perdiendo rápidamente mis funciones normales, incluida la vista. Mi esposo comenzó a leerme del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y escuché un pensamiento claro que confirmó la verdad que había estado buscando. La afección, que más tarde se identificó médicamente como una que puede ser fatal, desapareció de inmediato. Pero, lo que es aún más importante para mí, es que los comienzos de la regeneración que experimenté me obligaron a explorar cómo había sucedido esto. 

Encontré algunas respuestas en la parábola de Jesús del hijo pródigo (véase Lucas 15). Cuenta la historia de un hijo menor que, después de arruinar su vida con malas decisiones, regresa hambriento y sin hogar a su padre. Su padre lo saluda con amor, diciendo: “Mi hijo muerto era, y ha revivido”. El hijo pródigo no había muerto ni había vuelto a la vida, pero había dejado de lado las viejas formas de pensar y vivir, y fue inesperadamente bienvenido para recibir el bien que siempre lo estaba esperando. El sacrificio de sus viejas costumbres lo llevó a su regeneración, a un tipo de resurrección.

Al tener en cuenta la historia de la Pascua, uno podría preguntarse: ¿Por qué se sacrificó Jesús? Ciertamente, lidiar con esta pregunta puede requerir una búsqueda individual. ¿No lo hizo por completo amor a Dios y a su prójimo? El monumental sacrificio de Jesús permitió que otros comenzaran a concebir su propio valor para Dios como dignos, amados e indispensables, porque demostró que la muerte no era el final. Su resurrección demostró que la vida existe independientemente de las acciones llenas de odio, y que la vida está por encima de las pretensiones de ser dependientes de la materia, porque Dios es la Vida.

El total altruismo de Jesús y la subsiguiente prueba de la existencia espiritual como una realidad presente también movieron a sus discípulos a realizar un ministerio desinteresado. Los relatos bíblicos relatan que sus discípulos también efectuaron curaciones y, en algunos casos notables, incluso resucitaron a los muertos. Su sentido de la vida se había expandido radicalmente mediante el sacrificio y la resurrección de Jesús.

El ejemplo de sacrificio y curación de Jesús es universalmente traducible para toda la humanidad, para todos los tiempos. Ilustra que la regeneración requiere un pensamiento desinteresado. Podemos empezar, como el hijo pródigo, sacrificando viejos hábitos y formas de pensar que se centran principalmente en nosotros mismos, y ser más universalmente solidarios. 

Naturalmente, somos guiados a dejar de pensar en nosotros mismos cuando comprendemos cómo Dios ama y ve a Su creación. Esta comprensión más elevada de que Dios es la Vida ilimitada —y que como descendientes de Dios cada uno de nosotros refleja esa Vida verdadera— guía el corazón y la mente más espiritualmente. En un sentido muy real, nos resucita. Permite que nuestra forma de pensar sea transformada por el espíritu del Cristo que Jesús ejemplificó.

Jesús enseñó a dejar de enfocarse en el sentido defectuoso del yo y a elevarse hacia pensamientos y actos más altos. Eso puede parecer un sacrificio de la individualidad. No obstante, realmente pone al descubierto una identidad más profunda y satisfactoria. Como dice Ciencia y Salud: “Este sentido científico del ser, que abandona la materia por el Espíritu, de ningún modo sugiere la absorción del hombre en la Deidad y la pérdida de su identidad, sino que confiere al hombre una individualidad ampliada, una esfera de pensamiento y acción más extensa, un amor más expansivo, una paz más elevada y más permanente” (pág. 265).

Las vistas resucitadas miran hacia afuera; son más amplias, más amables, menos materialistas, y nos llevan a ver que todos están abrazados en la Vida perfecta. Nuestra perspectiva elevada contribuye a elevar el espíritu de la humanidad. El egoísmo, el miedo y la tristeza disminuyen, el corazón y la mente se renuevan, y el cuerpo responde en consecuencia, a menudo experimentando una curación necesaria. El pensamiento resucitado afirma el eterno valor de cada persona para el Dios infinito que nos creó a cada uno de nosotros.  

El sacrificio práctico y la resurrección hablan a todos los corazones, dondequiera que el pensamiento llegue más allá del yo, hacia la consciencia que vive para bendecir a los demás. ¡Esa vida se encuentra que “ha revivido” como lo hizo el hijo pródigo! 

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