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¿Es la perfección nuestra amiga o nuestra enemiga?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 16 de mayo de 2024


Hoy en día, es muy común el consejo “No permitas que lo perfecto sea enemigo de lo bueno”. Nos insta a conformarnos con “lo suficientemente bueno” en lugar de retrasar una solución necesaria al perseguir una perfección difícil de alcanzar. Esto se refleja en un enfoque de prueba de productos denominado Producto Mínimo Viable; es decir, cruzar un umbral en el que un producto tiene una utilidad mínima, pero es capaz de funcionar con éxito.

En “proyectos” como el cuidado de nuestra salud, la búsqueda de nuestro cónyuge y la creación de un hogar, anhelamos algo más que el “mínimo viable”. Sin embargo, imaginar y perseguir la perfección dentro de un marco material puede ser como el  típico dibujo animado de una zanahoria que cuelga de un palo frente a una mula: Como una tentación pende ante nuestros ojos una perfección que nunca podremos alcanzar. 

Un camino mucho más confiable para experimentar el bien es apartar nuestra atención de lo que parece que no tenemos y desarrollar el sentido espiritual que Jesús ejemplificó. El libro de texto de la Ciencia Cristiana por Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, describe este sentido espiritual de la siguiente manera: “La comprensión a la manera de Cristo del ser científico y de la curación divina incluye un Principio perfecto e idea perfecta —Dios perfecto y hombre perfecto— como base del pensamiento y la demostración” (pág. 259). Esto nos señala una perfección que ya está al alcance de la mano: el Amor perfecto, Dios, y la perfección de todos como expresión del Amor.

Cada uno de nosotros tiene la capacidad inherente de desarrollar esta comprensión del “ser científico” y demostrar que este sentido espiritual trae progreso de manera adecuada y satisfactoria. Esto significa, principalmente, expresar cada vez más las características espirituales —tales como la gracia, la sabiduría, la integridad y el perdón— mediante las cuales bendecimos a los demás. Sin embargo, basar el pensamiento y la demostración en “Dios perfecto y hombre perfecto” también satisface nuestras propias necesidades de manera práctica. 

Tener esta devoción por mejorarnos espiritualmente a nosotros mismos, principalmente en nuestros pensamientos, es confiar en que el bien práctico no es algo que tengamos que ganar o crear. El bien divino es práctico. No podemos dejar de ver esto cuando nuestro pensamiento está imbuido del sentido espiritual de la perfección, como se evidencia en la curación que fluyó hacia aquellos cuyas vidas fueron tocadas por Jesús. Como dice Ciencia y Salud con respecto al “modelo perfecto” que debemos tener en el pensamiento continuamente: “Dejemos que el altruismo, la bondad, la misericordia, la justicia, la salud, la santidad, el amor —el reino de los cielos— reinen en nosotros, y el pecado, la enfermedad y la muerte disminuirán hasta que finalmente desaparezcan” (pág. 248).

Por lo tanto, cuando se trata de lo que mantenemos en la consciencia, la perfección dista mucho de ser enemiga del bien: es esencial para percibir y experimentar la bondad. Es el modelo imperfecto que el mundo mantiene ante nosotros continuamente lo que arruina nuestras esperanzas. Necesitamos estar de acuerdo en estar en desacuerdo con los pensamientos que niegan nuestra consciencia y naturaleza reales que reflejan a Dios, como por ejemplo, pensar que estamos indefensos o somos impulsivos o creernos comprometidos con una visión sensual de nosotros mismos y de los demás. En cambio, al escuchar para alcanzar “la comprensión a la manera de Cristo” que Jesús ejemplificó, vemos cada vez más la perfección que él vio en todo, incluso en nosotros mismos. Esta visión correcta revela que el bien que necesitamos ya está presente. 

 Pero ¿es perfecto el bien revelado? En la satisfacción de recuperar la salud, conocer al cónyuge adecuado o encontrar una morada de esta manera, puede ser tentador pensar que sí. Ciertamente, es verdad que hay una precisión y abundancia asombrosas en las bendiciones que surgen de dicha comprensión. Jesús lo demostró cuando su claro sentido de la perfección de Dios puso de manifiesto alimento para miles de personas cuando las provisiones parecían escasear (véase Juan 6:5-14); por nombrar solo un ejemplo.

No obstante, la perfección pertenece únicamente al Espíritu. La materia es incapaz de manifestar perfección o permanencia. Una gran multitud rastreó a Jesús el día después de que alimentó a miles de personas, con la esperanza de recibir más. Pero ¿más de qué? Jesús les dijo: “Ciertamente les digo que me buscan, no porque han visto las señales, sino porque comieron los panes y fueron saciados” (Juan 6:26, Christian Standard Bible). En cambio, les señaló “la comida que permanece para vida eterna, la cual el Hijo del Hombre les dará” (versículo 27). Seguramente esa comida era la comprensión semejante a la del Cristo que se evidenciaba en las maravillosas obras que vieron llevar a cabo a Jesús; obras que él instó a sus seguidores a emular.  

Podemos obtener un poco más de esta comprensión semejante a la del Cristo, de este sentido espiritual, a diario. Si bien con razón sentimos gratitud continua por el bien en nuestras vidas, es la comprensión espiritual que fundamenta ese bien lo que es perfecto y permanente. Discernir esta verdad más profunda no disminuye nuestro amor por lo que tenemos; sino que lo realza y lo estabiliza. Una y otra vez, he visto cómo hacer una pausa para percibir la verdadera naturaleza espiritual de algún bien en mi vida saca lo mejor en su expresión actual, al mismo tiempo que mantiene mi corazón abierto al crecimiento y la evolución de cómo ese bien se expresa a lo largo del tiempo. 

La perfección es nuestra amiga si la buscamos y la encontramos donde existe para siempre, en nuestra fuente divina, el Espíritu, Dios; como Jesús lo hizo y nos animó a hacer. Entonces podremos demostrar con gratitud lo bueno que es el bien que se deriva de mantener esos modelos perfectos en lo más alto del pensamiento.

Tony Lobl, Redactor Adjunto

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